Dilma puso en evidencia la distancia doctrinaria que la separa de Benedicto y el mal recuerdo que dejó su visita.
Por Darío Pignotti
Desde Brasilia
Benedicto no simpatiza con Dilma, quien nunca murió de amores por el inminente ex papa. Casi atea, defensora moderada del aborto, separada y ex miembro de una formación que enfrentó con armas a la dictadura, la presidenta encarna los atributos de una mujer moderna en los que Joseph Ratzinger ve, antes que cualidades, una amenaza a su catolicismo anterior al Concilio Vaticano II.
La oficina de prensa del Palacio del Planalto omitió divulgar una nota protocolar y Rousseff no pronunció palabra alguna sobre la renuncia del pontífice, a pesar de gobernar el país católico más poblado del mundo. Ese notorio silencio de Estado motivó el disgustó de algunos cardenales, como el arzobispo emérito de Brasilia José Freire Falcao, y puso en evidencia la distancia doctrinaria que separa a Dilma (mentora del gobierno más feminista del que se tenga memoria en Brasil) de las tesis morales del Papa al tiempo que exhibió el hielo que cruza las relaciones entre Brasilia y la Santa Sede desde 2010.
Y es que en octubre de aquel año, Joseph Ratzinger se permitió una injerencia política poco acostumbrada en los jefes de Estado cuando, a tres días de las elecciones presidenciales, ordenó a sus obispos llamar a votar contra la entonces candidata del Partido de los Trabajadores e, implícitamente, instó a hacerlo por el antiabortista José Serra, el preferido de las oligarquías locales y Washington. Pero el proselitismo de Benedicto XVI, además de rudimentario, se demostró ineficaz.
Esto porque el electorado se volcó masivamente por la representante del PT, un partido surgido hace 33 años de la fusión entre sindicalistas y las comunidades eclesiales de base, y condenó al ostracismo a Serra y su fanatismo religioso. Los casi 55 millones de brasileños le propinaron un rotundo traspié a Ratzinger y, por añadidura, a la jerarquía eclesial brasileña.
Leonardo Boff, víctima de la persecución contra la Teología de la Liberación dirigida por el propio Ratzinger en los ’80, opina que el Papa saliente es un hombre “finísimo” y un intelectual respetable aunque poco diestro para distinguir entre “el Reino y la Tierra”: una atrofia de percepción que la Iglesia está pagando muy caro en Brasil, con la sangría de fieles, entre ellos una multitud de favelados, hacia las iglesias evangélicas. “Precisamos un papa que sea más pastor y menos profesor”, reza Boff. “O la iglesia cambia o se acaba... están faltando líderes en la sociedad y en la iglesia... la iglesia tiene que ser una reserva moral a pesar de las irregularidades de su cúpula”, propone el profesor Mario Franca, de la Universidad Católica de Río y ex integrante de la Comisión Teológica del Vaticano.
Prelados moderados como el presidente de la Conferencia Nacional de Obipos de Brasil, Raymundo Damasceno Assis, también demandan un papado más terrenal, para recuperar la inserción social perdida. “Creo que lo importante es que entendamos que la Iglesia, que es divina, también es humana y es histórica, está en este tiempo, y tiene que dar respuestas a cada época iluminada por el evangelio”, planteó a Página/12 el cardenal Damasceno Assis, uno de los cinco brasileños que escogerán al futuro papa el mes entrante, en el Vaticano.
Vista políticamente, la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil será una de las grandes electoras en ese cónclave, porque aunque su peso en votos sea pequeño, su gravitación demográfica es considerable y políticamente expresa a un gigante que comienza a despertar. Los cabildeos intramuros de cara a la votación papal son insondables y las alianzas responden a motivos que no se resumen en la nacionalidad de los cardenales, por eso es imprudente pronosticar que todos los brasileños sufragarán por un compatriota.
Por lo pronto, el titular de la Conferencia de Obispos, Damasceno Assis, ya comenzó a hacer campaña y para ello se calzó la camiseta verdeamarilla cuando me dijo “ciertamente existe la posibilidad” de que el próximo papa sea brasileño. “No estaría mal –prosiguió–, si fuera un prelado de la región. Creo que América latina está madura para tener un papa, somos una Iglesia fuerte, dinámica, como se ha demostrado en nuestras conferencias episcopales, la Quinta de ellas realizada en 2007 en esta basílica de Aparecida”, situada en el interior de San Pablo, cónclave que fue inaugurado por Benedicto XVI, señaló el clérigo.
“Los latinoamericanos somos una Iglesia con 500 años de vida, una Iglesia admirada y respetada por las otras conferencias episcopales del mundo. En América latina tenemos el mayor número de católicos del mundo, somos casi el 44 por ciento.” En la bolsa de apuestas, tres brasileños surgen como papables: Odilio Scherer, 63 años, arzobispo de San Pablo; Joao Braz de Aviz, de 65 años y actual miembro de la curia romana, donde es prefecto de la Congregación de la Vida Consagrada, y Paulo Hummes, 78 años, arzobispo emérito de San Pablo.
Por tener una avanzada edad, una histórica proximidad con el movimiento sindical y alguna simpatía hacia la Teología de la Liberación perfil de Hummes, parece poco atractivo para un electorado conservador, mientras Scherer, creado cardenal por Ratzinger, sería el papable mejor ranqueado.
También pesa a su favor el comandar la mayor arquidiócesis brasileña, no estar “sospechado” de ninguna militancia en las filas de la Teología de la Liberación y haber sido el anfitrión del papa bávaro cuando éste visitó San Pablo, en 2007.
Se mencionan otros dos elementos, tal vez irrelevantes, tal vez no, que jugarían para Scherer. Uno, estaba en el Vaticano “casualmente” cuando el Papa anunció su renuncia, lo que para analistas acostumbrados a leer gestos palaciegos demostraría que es un hombre influyente que recibe información del círculo áulico de Benedicto. Dos, el arzobispo de San Pablo, Scherer, es descendiente de alemanes y habla “fluidamente” la lengua del Papa, de acuerdo con el elogioso perfil publicado ayer por Epoca, la revista del multimedios Globo.
@DarioPignotti
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