La noticia de la renuncia del Papa me parece un paso positivo y de gran importancia para la Iglesia y el mundo. Primero por lo que supone de realismo y sentido común. Quien haya seguido de cerca la situación de salud de Benedicto XVI y sus últimos achaques, aparte de su avanzada edad, estará de acuerdo de que es un rasgo de inteligencia dejar el cargo a una persona más joven. Problemas cardiovasculares, en la vista, para caminar y subir a las alturas han ido aquejándole en los últimos meses, de forma que los médicos le habían prohibido los viajes trasatlánticos. Por otra parte no se podía esperar otra cosa de un intelectual como Joseph Ratzinger, vivo y despierto, que gusta del trabajo silencioso de su gabinete y al que le han costado mucho las relaciones mediáticas y el contacto con las masas. Un gran ejemplo a seguir por la sociedad civil, donde los políticos suelen apegarse a sus poltronas.
Su postura rompe además con una tradición de siglos con escasos precedentes como el “gran rechazo” de Celestino V il povero cristiano, un ermitaño que no pudo soportar el peso de la tiara, y pocos casos más. Es curioso que en su comunicado el Papa haya hablado precisamente de “peso”. Las circunstancias de tensión y escándalo que le ha tocado vivir son para agotar a cualquiera, y él mismo experimentó lo que supuso para su predecesor Juan Pablo II llegar hasta el final.
Supone además la desmitificación del “cargo” de Papa acentuando el servicio sobre la sacralización. La misma manera de comunicarlo, en latín y por sorpresa –el portavoz padre Lombardi se ha enterado por la tele- indica que es un acto libre y que ha querido evitar las presiones de la curia. Algo previsto por el Código de Derecho Canónico, que sólo exige que se haga en plena libertad y en un momento de tranquilidad en la Iglesia. Habrá pues por primera vez después de seiscientos años dos papas vivos, aunque conociendo a Ratzinger, desaparecerá del mapa en algún retiro o monasterio.
Su trayectoria se confirma por haber sido un papa “hacia dentro”. A diferencia de su predecesor que gustaba de multitudes y ejerció de líder ético mundial, Benedicto XVI se ha centrado en pastorear su grey en una línea de continuidad tradicional sin grandes cambios en la Iglesia. Eso sí se ha caracterizado por afrontar con valentía la lacra de la pederastia y el vidrioso caso de su mayordomo; en escribir lúcidas encíclicas teológicas, clarificar la identidad de la Iglesia y distinguir nítidamente su ministerio papal y su labor como escritor en brillantes libros. En todo caso consiguió disolver su anterior y dura imagen de “guardián de la ortodoxia” como cardenal, con el estilo paternal, sencillo y bondadoso de “papa teólogo”.
Su decisión abre un futuro incierto, porque el actual colegio cardenalicio no se distingue por su aperturismo, pero ciertamente distinto, con posibilidades para la Iglesia latinoamericana e italiana, que reclama volver a la Santa Sede hace muchos años. Por tanto, en mi opinión, se trata de una buena noticia de fuerte sabor evangélico y que honra al actual pontífice.
Pedro Miguel Lamet S.J.
El alegre cansancio
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