Ha sido muy mal entendida
la doctrina de la Iglesia
sobre la resignación,
como si el católico debiera resignarse
sin luchar,
al curso de los acontecimientos.
Tal concepción equivaldría ciertamente
al opio del pueblo.
Pero no ha sido nunca esa
la doctrina de la Iglesia.
El católico debe luchar
con todas sus fuerzas,
valiéndose de todas las armas justas
para hacer imperar la justicia.
Sólo cuando ha quemado el último cartucho
tiene derecho a decir
que ha cumplido con su deber.
Ante los hechos consumados
que no está en sus manos evitar,
se resigna,
pero no ante realidades
que él puede evitar
o modificar
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