Hoy es uno de esos días en los que tienes tiempo para cocinar. Piensas en realizar uno de esos platos elaborados que aprendiste a hacer en casa. Pero, llegado el momento, te da una pereza mortal ir a la compra, sacar las cacerolas, dedicar toda la mañana a prepararlo todo y encima tener que fregar después. ¡Total, para comerlo en dos minutos! Así que sacas una pizza del congelador y te dedicas a perder el tiempo con el móvil y una serie durante toda la mañana. Diez minutos antes de la hora de comer, metes la pizza en el microondas (calentar el horno te da pereza), sacas un brik de gazpacho de la nevera y te entregas a tu festín. Mientras comes la pizza con textura de chicle piensas en lo bien que habría estado aquel plato elaborado, incluso podrías haber invitado a algún amigo a comer contigo. Pero, tampoco te comes mucho la cabeza, porque esta comida alimenta igual y sobre todo te deja mucho más tiempo libre para hacer lo que quieras.
Lo malo no es que acabemos alimentándonos de precocinados y congelados, sino que esta actitud puede impregnar otros ámbitos de nuestra vida. Y, dentro de ellas, quizá lo más preocupante sea su presencia en el ámbito vocacional. ¡Cuántas veces pensamos y deseamos vivir conforme a lo que Jesús nos invita en el Evangelio! ¡Cuántas veces sentimos que Dios nos inspira deseos de entrega radical a los demás en el matrimonio, la vida religiosa, el sacerdocio o el laicado! Y, aunque esos deseos son sinceros (como los de cocinar el plato familiar), muchas veces nos conformamos con 'congelados' al responder con la entrega de nuestra vida y vivimos un cristianismo totalmente descafeinado.
Sin embargo, todos sabemos los peligros que entraña alimentarse de una manera poco saludable… Pero no acabamos de creernos que el responder a la pregunta vocacional de un modo superficial, o contentándonos con mínimos, también tiene sus consecuencias en la plenitud de nuestra vida. Así que, tú decides ¿quieres cocinar tu vida con tiempo y a fuego lento? O ¿vas a conformarte con un descongelado de microondas?
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