En casi 24 años de gobierno, el padre Kolvenbach ha guiado a la Compañía con sabiduría y lucidez, pero ahora, muy cerca de los 80 años, ha decidido dimitir.
En esta entrevista concedida a la revista italiana «Jesus», de la cual publicamos algunos fragmentos, además de explicar por qué ha decidido dejar la guía de la Compañía, reflexiona sobre los desafíos que aguardan tanto a la Iglesia como a la institución que dirige.
- Ha convocado la 35ª Congregación General para el próximo mes de enero, ¿por qué ha cambiado la regla jesuítica que dice que el cargo es vitalicio?
- En realidad, nuestras Constituciones establecen que el Superior pueda dimitir cuando no se sienta a la altura de sus responsabilidades. Puede ocurrir, por ejemplo, cuando se tiene una edad avanzada, o por motivos de salud. Mis predecesores, que no se podían beneficiar de la medicina moderna, raramente superaban los 70 años de vida. Mi inmediato predecesor, el padre Arrupe, quiso dimitir a los 73 años. En enero de 2008, cuando yo presente mi dimisión, habré cumplido ya los 80 años. Por otra parte, tanto el Santo Padre como los provinciales y algunos consejeros cuidan de que el superior desarrolle su cargo, mientras sea posible, «ad vitam», aunque para cualquier familia religiosa la llegada de savia nueva es una verdadera gracia de Dios.
- De acuerdo , pero hasta ahora el cargo del «papa negro» había sido vitalicio.
- En el caso del padre Arrupe, Juan Pablo II no aceptó su dimisión porque prefería contar con un «papa negro» conocido, que con uno por conocer...
- ¿Ha pedido autorización al Papa?
- Yo ya había hablado de esta cuestión con Juan Pablo II. Él me pidió que, cuando tomara la decisión de dimitir, hablara con él antes de anunciarlo a la Compañía. Naturalmente, también he hablado con Benedicto XVI, que se ha mostrado de acuerdo con mi decisión.
- ¿Cree que existe una verdadera crisis de la vida consagrada?
- Estoy convencido de que la vida religiosa debe estar siempre en crisis, si de verdad se quiere estar constantemente a la escucha del Espíritu, que no es un tipo tranquilo. No basta con seguir las Constituciones, las reglas, para tener un futuro asegurado. Es necesario ser capaces de discernir, para tomar aquello que el Señor, en las diversas circunstancias de la vida y la Historia, quiere de nosotros. Por ejemplo, puede pedir a un grupo de consagrados una tarea específica durante un tiempo determinado; finalizada la tarea, ese determinado instituto puede desaparecer. Esto no es una novedad en la Historia de la Iglesia...
- ¿Podría desaparecer la vida consagrada, entonces?
- En los primeros siglos, la Iglesia se apoyaba en dos pilares, el clero y el laicado. Cuando la Iglesia corrió el riesgo de equivocarse con el Imperio, el Espíritu Santo suscitó a los eremitas para llevarla de nuevo al valor de la espiritualidad, de la oración. Cuando sufrió la tentación de la riqueza y el poder, el Espíritu llamó a San Francisco de Asís para recordar a los cristianos que deben ser testigos del Señor pobre. Cuando la Iglesia pareció cerrarse en los confines geográficos y culturales conocidos, el Espíritu llamó a San Ignacio de Loyola y la llevó a la misión. No, no creo que a la Iglesia le falte nunca el don de la vida consagrada. El número de vocaciones puede preocuparnos, pero yo estoy con san Ignacio: cuenta más la calidad que la cantidad.
- Se habla de un renacimiento de la vida religiosa, ¿se vuelve a mirar hacia Dios?
- ¿Cómo vamos a hablar de un «regreso» cuando los hechos demuestran que Dios nunca se ha ido del corazón de los hombres? Hay momentos en los que creemos poder vivir como si Dios no existiera, pero de pronto el hombre se encuentra ante una dificultad insuperable, ante una crisis ética y entonces hay un regreso a la espiritualidad. Ya nuestros antepasados decían que la desesperación hace rezar.A decir verdad, los grandes problemas como el terrorismo, el subdesarrollo, la pobreza o las amenazas contra el medio ambiente podrían tener solución gracias al progreso técnico. Podríamos distribuir más igualitariamente los frutos de la tierra y terminar con la fabricación de armas atómicas, pero no lo deseamos verdaderamente. No estamos ante una imposibilidad de orden científico o técnico, sino ante un bloqueo de nuestros corazones, que se han vuelto de piedra. Sólo la presencia consciente de Dios, que para nosotros es amor, puede transformarlos en corazones de carne y caridad.
- ¿Y el choque de civilizaciones?
- En el encuentro con las diversas culturas e ideologías, de corrientes religiosas y escuelas de espiritualidad, hay tanto una fuente de vida como un espacio para el desencuentro. Somos nosotros los que debemos elegir.
De Los Jesuitas de Aragón
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