Sunday, July 20, 2008

Homilía de Batania: CONVIVIR CON LA CIZAÑA

Por Gabriel González del Estal


1.- ¿De dónde sale la cizaña?, le preguntan los criados al amo. Es un problema tan antiguo como el hombre: El problema del mal en el mundo. ¿Por qué Dios me manda esta enfermedad a mí, o a mi hijo, o a tales y tales personas? ¿Por qué mueren de hambre, o de sed, o de enfermedad, tantos niños inocentes en África? ¿Por qué hay tanta injusticia social, y desigualdades económicas, y abusos de poder, y corrupción y...? ¿Por qué tantos terremotos, tan crueles, tantos huracanes, y muertes y muertes...? Si Dios es creador de este mundo y Padre de cada una de sus criaturas, ¿cómo puede permitir que nos devoremos unos a otros como perros rabiosos? ¡Ah!, es el precio de la libertad, decimos. ¿Pero, no hubiera sido mejor que nos hubiera hecho un poco menos libres y un poco más buenos? En fin, el problema del mal acaba siendo siempre el misterio del mal. Ante este misterio del mal nuestro propósito debe ser, más que de entenderlo, de remediarlo. Tenemos la posibilidad y la obligación de luchar contra el mal, en la medida de nuestras fuerzas y posibilidades. Primero, contra el mal, contra la cizaña, que hay dentro de nosotros mismos. Cada uno de nosotros somos un campo en el que hay trigo y cizaña. Nuestra obligación de cada día es tratar de arrancar la cizaña de nuestros malos deseos y de nuestras malas obras y cultivar amorosamente el trigo de nuestros buenos pensamientos y de nuestras buenas acciones. Después, el mal, la cizaña, que hay en el campo grande de la sociedad y del mundo. Sabemos que debemos luchar con todas nuestras fuerzas también contra este mal, pero también sabemos que no vamos a poder arrancarlo del todo nosotros mientras vivamos. Por eso, tenemos que aprender a convivir con la cizaña, con el mal. Convivir en guerra contra él, pero sin perder la paz, ni la paciencia, ni el amor. Y sin perder nunca nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor a Dios.



2.- En la lectura del libro de la Sabiduría se nos dicen dos cosas muy importantes: que Dios juzga con justicia y también con moderación y con indulgencia. Obrando así, nos enseñó a nosotros que el justo debe ser humano... y nos dio la dulce esperanza de que, en el pecado, da lugar al arrepentimiento. Debemos ser humanos, es decir, comprensivos y benevolentes cuando juzgamos a los demás, y debemos saber que Dios siempre nos perdona nuestros pecados cuando nos arrepentimos de corazón. La justicia de Dios no siempre es visible y comprobable en este mundo, pero es seguro que se realizará algún día. Este es, precisamente, uno de los argumentos que el Papa esgrime, en su última Encíclica, para creer en la existencia de Dios y en la existencia de un juicio futuro. Antes o después, nos dice, Dios hará justicia a todos, si no es en este mundo, tendrá que ser en el otro. Será una justicia misericordiosa y compasiva, pero, en cualquier caso, será una justicia justa.



3.- El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, nos dice San Pablo, en la segunda lectura. Y, ¡buena falta que nos hace! Para exterminar la cizaña que nace dentro de nosotros mismos y para luchar contra el mal que hay en la sociedad y en el mundo. Esto debemos hacerlo con fortaleza y valentía, al mismo tiempo que con moderación y misericordia. Para esto necesitamos la ayuda del Espíritu, para no caer en la tentación de la violencia y, al mismo tiempo, para no sucumbir al desánimo interior y exterior. Pidámoselos así al Espíritu que intercede por nosotros con gemidos inefables.

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