Friday, July 04, 2008

La dignidad de Ingrid Betancourt


Me ha impresionado mucho la dignidad, sanidad mental, fortaleza interior y alegría de Ingrid Betancourt al ser liberada y el encuentro con sus hijos. Es una de esas noticias que te animan a creer en el ser humano. Que confirman que la fe ha sido el secreto de esta mujer. En su muñeca llevaba todo el tiempo un rosario. Y lo primero que hizo fue dar gracias a Dios y calificar la operación de milagro.


Cuando apareció el helicóptero tenían miedo, creían que era otra jugarreta de las FARC. Muchos secuestrados no quisieron ponerse las esposas. Betancourt asegura que rezó con todas sus ganas mientras le apretaban las esposas tan fuerte que pidió que se las aflojaran. Pero ese dolor no era nada en comparación con el que llevaba por dentro. Cuenta Betancourt que, después de unos años, la guerrilla decidió darle un diccionario que había solicitado insistentemente. Desde entones nunca se separa de él, aunque, como ella misma reconoce, “pesa una tonelada”.


Un guerrillero le obligó a dejar su bolsa con el diccionario fuera del helicóptero. La ex candidata presidencial se negó: “Estaba con mi equipito a cuestas. Y trataron de quitármelo y dije que no. Ese diccionario, esa bolsa, era mi dignidad“.

Betancourt no soltó su diccionario pese a la angustia que arrastraba. “Cada prueba de supervivencia es un dolor, porque nos sentimos humillados. Utilizan el dolor de nuestras familias para impresionar al mundo entero. Para nosotros es muy difícil. Y con esta operación volví a sentir lo mismo”.


En plena ansiedad, Betancourt tuvo un sentimiento extraño: “Pensé: qué raro estar emocionada si ya nada me emociona“. Fue algo así como un presentimiento. Pocos minutos después de subir al aparato, saltó la chispa del rescate. Eran la 1 de la tarde y 15 minutos. Los militares infiltrados, agentes del Ejército colombiano camuflados en el seno de la propia cúpula guerrillera, se lanzaron a por los miembros genuinos de las FARC.


“No se cómo lo hicieron pero en menos de cinco minutos los embistieron. Me cayó sangre en el pantalón. Asprilla estaba en el suelo, pensé que se había desmayado pero no. Estaba con los ojos vendados, amarrado, y lo siguiente fue oír: ‘Somos Ejército Nacional. Están en libertad”, relata con emoción la ex política colombiana. Luego llegaron los saltos, los abrazos y los lloros. Nadie se lo podía creer. Al ver alñ enemigo derrotado no sintió alegría, sino pena.


Sin embargo, el miedo no abandonó a Betancourt. Asegura que temía por si el helicóptero se caía, y preguntaba todo el rato cuánto faltaba para llegar a San José de Guaviare. Una vez que aterrizaron y estaban a salvo, pensó en su familia en mitad de una historia no exenta de paradojas, como afirma la ex política: “Sabía que mi mamá tenía programado un viaje a Oriente. Y mi familia estaba fuera de Colombia. Y pensé que era increíble porque llegaba a Bogotá después de tanto y podía no haber nadie de mi familia”. Pero la familia estaba al completo, a excepción de sus hijos que se encuentran en París.


Antes de terminar su discurso junto al presidente colombiano, Álvaro Uribe, en un acto institucional, empezó a sonar la alarma de un reloj de pulsera que Ingrid lleva en su muñeca: era el despertador que le recordaba todas las noches la hora de sintonizar la radio y escuchar los mensajes de su familia a través del programa Voces del Secuestro, del periodista Herbin Hoyos. Una alarma que parece recordar que todavía hay cientos de secuestrados que viven en condiciones infrahumanas bajo el yugo de las FARC.


Menos de 24 horas después de su rescate, Ingrid Betancourt no se olvidó de sus compañeros. Y lo hizo lanzando un mensaje al Comandante Alfonso Cano: “Quisiera que se les perdone a los secuestrados que quedaron allá. Son una extraordinaria partitura que no tienen culpa de nada. Sólo puedo creer en la paz”.


En un mundo de tensiones internacionales, revanchsimo y violencia, esta mujer me ha dejado un sabor de boca a autenticidad y libertad. De acuerdo, es una política, una mujer inteligente. Por ejemplo, el hecho de vestir la casaca militar es una forma de gratitud y de hacer patria. Pero tras tanta angustia y terror, tanta dignidad sólo se explica con un sumplemento de espíritu, que sin duda le ha dado su fe,

Pedro Miguel Lamet
Del blog "El alegre cansancio"
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