Thursday, June 23, 2011

Chile: Cae el telón en El Bosque


El domingo 19 de junio Ezzati, rodeado de 70 sacerdotes, ofició la misa con que se puso fin al dominio de Fernando Karadima en El Bosque. Fue el innombrable de una ceremonia en la que el arzobispo habló claro para marcar el fin de la secta. Una semana antes, en secreto, se hizo la mudanza de sus pertenencias mientras la familia del sacerdote se repartía los bienes de Elena Fariña, la madre del clan, que vivió en una casa de la parroquia por 30 años, hasta su muerte en 1997. Desde entonces, ninguno de sus hijos había entrado pues Karadima la mantenía como un santuario. Así se cumplió su testamento.

Como en las épocas de gloria de la Parroquia El Bosque, antes de que nadie sospechara que su líder era un abusador sexual y de conciencias, a las 19:30 horas del domingo 19 de junio la iglesia ya estaba repleta de fieles. Diez minutos antes de que comenzara la misa de 20 horas, no había ni un solo espacio libre. Los pasillos laterales estaban atiborrados mientras las filas frente a los confesionarios de la entrada continuaban alargándose. Fue entonces que irrumpió por la puerta principal del templo el cortejo. Esta vez no iba al centro Karadima, sino el arzobispo Ricardo Ezzati rodeado de un grupo de al menos 70 sacerdotes. A su flanco izquierdo, a paso lento, el ahora ex párroco de El Bosque y último hombre de Karadima, Juan Esteban Morales y el vicario pastoral de la Zona Cordillera, Fernando Vives. A su derecha, los dos sacerdotes que a partir de ahora tendrán la difícil tarea de sanar las heridas y limpiar la huella que dejara Karadima en los casi 50 años que controló con mano férrea la iglesia de la elite capitalina: el nuevo párroco, Carlos Irarrázaval y el nuevo vicario, Jorge Biggs.

Había expectación entre los fieles. Desde que en mayo de 2010 cuatro profesionales acusaran al sacerdote Fernando Karadima de haberlos abusado sexual y psicológicamente, el escándalo copó cada centímetro de la que fuera una de las parroquias más poderosas en vocaciones y dinero de Santiago. La división no sólo afectó a la Unión Sacerdotal que se cobijaba en ese templo. También sacudió a sus fieles. La agonía fue lenta.

Después del primer veredicto del Vaticano, que avaló cada una de las acusaciones contra el sacerdote, vino la larga espera del cambio de timón. Y ello, porque el párroco que escogió Karadima para sucederlo, una de sus “regalías máximas” como le gustaba llamarlo, Juan Esteban Morales, se resistió hasta llegar al borde de la desobediencia a desalojar la casa de su mentor. Casi atrincherados, en medio de fantasmas, Morales, acompañado de unos cuantos jóvenes predilectos del ex párroco, intentaban mantener los rituales de antaño mientras todo a su alrededor se derrumbaba. Empezando por los fieles y los jóvenes que sin ruido partieron hacia otras iglesias.

Ezzati se ubicó al medio del altar. El reinado de Karadima se desplomaba. Cuando el arzobispo de Santiago comenzó su sermón, un silencio cargado de señales imperó en el templo: “Queridos hermanos, una comunidad debe ser unida, porque ahí donde está la división está presente el diablo, que quiere separar, que quiere dividir. Solamente cuando en una comunidad se crea comunión, ahí está presente el espíritu que hace de esa comunión una imagen y un signo de Jesús en el altar”.

“Padre Carlos, quisiera pedirte como primera gran tarea de tu ministerio pastoral que seas un pastor que une, un pastor que crea comunión, un pastor que sabe apreciar los dones de los hermanos y los conjuga para el bien de toda la comunidad. Un pastor que busque por encima de todo crear en la comunidad visible de la Iglesia esa virtud fundamental de la comunión que distingue a la Trinidad Santa. La meta ciertamente es muy alta, pero esta es la meta que el Señor te propone vivir como párroco de esta comunidad…

Tratar a los jóvenes con respeto y guiar a los adultos por el recto camino, fueron las palabras que escogió Ezzati para referirse al horror que hasta hace pocos meses allí se anidó. Morales escuchaba con la cabeza gacha, sintiendo las miradas de los fieles sobre su cabeza. Lo que venía no le dio tregua. “En segundo lugar, no sería honesto si el obispo que habla a esta comunidad parroquial no hace una referencia explícita al dolor del que la comunidad eclesial del Sagrado Corazón ha vivido y vive. El dolor, el sufrimiento desde la perspectiva evangélica, es siempre camino para una vida nueva. El dolor en la perspectiva del evangelio de la fe es siempre redentor. El dolor purifica. El dolor purifica nuestras intenciones y las hace cada más explicitas en la línea del evangelio del Señor, y por eso quisiera pedirte que acojas el dolor de la comunidad, que lo acompañes y que hagas de ese dolor un dolor redentor, un dolor que crea vida nueva…”


El nuevo rumbo de El Bosque, Ezzati lo dejó explicito en la parte final de su sermón, dirigida al nuevo párroco Carlos Irarrázaval. Ya no habría espacio ni para sectas ni para falsos santos: “Finalmente quisiera también recordarte y hacerte presente una última cosa. He querido que la profesión de fidelidad a la Iglesia se hiciera aquí públicamente. En la sacristía, antes de iniciar la celebración, el padre Carlos ha renovado su profesión de fe delante del obispo. Ha renovado su fe en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. He querido en cambio que hiciera su profesión de fidelidad delante del obispo y delante de la comunidad porque la parroquia es una porción de la iglesia diocesana. Porque el párroco rige una comunidad pastoral en nombre del obispo. Porque alrededor del obispo todas las comunidades están llamadas a vivir en la unidad y están llamadas a hacer destinos del señor Jesús…”

Cuando Ezzati terminó la profunda emoción de los fieles invadió el templo hasta estallar en un prolongado aplauso. El órgano y Francisco Márquez, el hombre que marcó con su voz las misas de Karadima, dieron paso a un cántico inédito en esa parroquia: con guitarras y voces femeninas. La misa había concluido. El innombrable no sólo había sido Karadima, sino también Morales. Después de servir cinco años como párroco, abandonaba El Bosque sin una sola palabra de agradecimiento. Sentado junto a Francisco Javier Errázuriz (Panchi), el sacerdote que conoce todos los secretos de Karadima y de quien éste se burlaba y humillaba, Morales ni siquiera ayudó a dar la comunión. En cambio, Panchi volvió a sonreír. Con el nuevo párroco, Carlos Irarrázaval, su pariente, recupera su sitial.

-Que falta de respeto no mencionar al dueño de casa, ¡que roto!, ¡que roto! –exclamó la encargada de la administración de los dineros de la parroquia del tiempo de Karadima, María José Riesco Bezanilla, dirigiéndose a dos mujeres que también trabajaban para el ex párroco.

En otro rincón, una antigua feligresa se acercó al sacerdote Samuel Fernández, del grupo de El Bosque, para pedirle que le dijera al arzobispo Ezzati que ahora, en el salón donde se reunían para festejar al nuevo párroco, era el momento para mencionar a Morales. “Fue sólo un chivo expiatorio”, agregó. Fernández la escucho y no respondió. El festejo continuó. El desalojo había terminado.

En estricto rigor, el desalojo había comenzado en secreto el sábado 11 de junio.

Fuente: CIPER

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