Saturday, June 02, 2012

Las empleadas domésticas (cristianas) que refrescan la fe de las familias


En Italia son casi un millón: un trabajo a menudo invisible desde el punto de vista de los derechos. En Milán se ha hablado también de ellas, capaces de dar testimonios que despiertan a los católicos adormecidos

GIORGIO BERNARDELLIMILÁN
¿El encuentro mundial de las familias? Para ellas comienza cada mañana, ayudando a otros levantarse de la cama, a vestirse, a preparar el desayuno.Es la experiencia cotidiana de las empleadas domésticas y las asistentes a domicilio: solo en Italia casi un millón, la mayor parte de ellas extranjeras y en muchísimos casos cristianas emigradas de países del Este de Europa, de América Latina o Filipinas. También ellas son familia y un rostro muy significativo actualmente del cristianismo global, no solo en nuestro país.No podían, por ello, faltar en el Convenio teológico pastoral que se está celebrando en la Feria de Milán, donde ayer en una de las sesiones se habló también de su manera de vivir la relación con el trabajo y la fiesta.


Un tema delicado, porque llama en causa incluso derechos que  hasta ahora en muchos casos han sido negados.  El abogado Armando Montemarano, presidente de la Asociación Italiana de derecho social, cita la Convención 189 de la Conferencia general del OIT . El primer texto que, el pasado año a nivel de derecho internacional, afrontó el tema del “trabajo dignitoso para las trabajadoras y los trabajadores domésticos”. Un “trabajo invisible –recuerda-, particularmente expuesto a discriminación y en muchos lugares también a la violación de los derechos humanos”. Y esta convención impone a los Estados que intervengan para prevenir fenómenos como la “trata de seres humanos, la eliminación el trabajo forzado y la protección de los niños y de las familias de emigrantes”. Plagas que no solo afectan a Países lejanos; el abogado Montemarano cita las batallas legales llevadas a cabo en Italia para defender a las asistentes familiares a las que- una vez muerta la persona que asistían- les eran negados los sueldos que se les debían. O que incluso a aquellas acusadas falsamente de robo para no pagarles la liquidación.


Existe, por lo tanto, el nivel de la defensa de los derechos de esta categoría, en gran parte constituida por mujeres. En Milán ayer se habló de Domitila Catari Torres, boliviana, ex responsable de la confederación de las asociaciones que en América Latina se ocupan de la defensa de las trabajadoras domésticas. “Se trata de una batalla que estamos llevando a cabo no solo a favor de nuestro sector, sino para la promoción de una sociedad más justa -ha explicado-. En las casas tenemos la posibilidad de construir un mundo en el que la atención a la persona cuente verdaderamente”. 


Pero junto al plano ineludible de los derechos está también el rostro del testimonio cristiano en este trabajo que pone en juego el encuentro entre dos familias: la que necesita una ayuda y la de quien ofrece este servicio, la familia que quizás se encuentra a miles de kilómetros de distancia. El Convenio de Milán ayer fue testigo también de la conmoción de Nina Kaluska, ucraniana de Leopoli, en Italia desde hace 14 años. “Yo que soy ingeniero –cuenta- vine aquí para trabajar como asistente familiar para que mis hijos pudieran estudiar. No sabía nada de vuestra lengua; la he aprendido llevando a casa los folletos de vuestras iglesias y poniéndome todas las noches a traducirlos con un diccionario. ¿Mis hijos? No podéis imaginar cuanto he rezado por ellos estos años, cuanto he pedido al señor que en mi ausencia no olvidaran los valores que les había transmitido. Y también ahora, mientras asisto a la persona anciana que dejan en mis manos buscando a través de ella de amar a mi prójimo, pienso en mi madre que se encuentra en Ucrania”.


Familias que se encuentras y viven en casa el encuentro entre mundos diferentes: ¿omo vivir, entontes esta experiencia a la luz del Evangelio? Era la intuición que en el siglo XIX llevó al nacimiento de las Religosas de María Inmaculada, una congregación de monjas fundada en España por la madre Eulalia Vicuña para ayudar a las que entonces se llamaban “siervas domésticas”. Actualmente estas monjas tienen comunidades en 21 países y tratan de ayudar a hacer crecer la solidaridad en este tipo de relaciones. “Estamos al servicio de ambos: de las trabajadoras pero también de las familias que necesitan su ayuda -cuenta sor Innocenza Gregis, que trabaja en la comunidad de Bari de las Religiosas de María Inmaculada-. Ayudamos también a estas trabajadoras en esta formación. Cierto, las dificultades existen, pero somos testigos también de cosas grandes que tienen lugar en este tipo de relaciones. Precisamente gracias a la presencia de estas asistentes domésticas hemos visto crecer muchas familias abiertas, acogedoras, verdaderamente sin fronteras. Y convertirse en un inicio de una actitud diferente también en la sociedad”.


Laboratorios de integración, pero también de fe. Porque a veces sucede que muchas de estas colf cristianas entran en familias donde la práctica religiosa se ha debilitado. Y entonces con su presencia, con ese deseo suyo de un día festivo que no sea simplemente un día de descanso, vuelven a suscitar las preguntas. Se convierten en un rostro de la nueva evangelización hoy en nuestras metrópolis secularizadas. “¡Que hermoso es ver a la asistente doméstica y a la persona a ella encomendada (o incluso a toda la familia) rezar juntos!”, confía el abogado Montemarano, confirmando también él como al lado de situaciones difíciles hay también mucho Evangelio vivido en estas historias.  Pequeñas Iglesias domésticas, donde se construye un encuentro decisivo para el mundo de mañana.

Vatican Insider

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