¿Cómo es posible que alguien de la “familia” pueda fotocopiar durante años documentos del Papa? ¿Qué motivó verdaderamente la operación?
MARCO TOSATTICIUDAD DEL VATICANO
Tiene razón el Secretario de Estado, el cardenal Tarcisio Bertone, al denunciar suposiciones y tramas a la Dan Brown en muchos de las crónicas que aparecen en los periódicos de estos días. Pero (sin pretender disculpar a los periodistas a los que desmiente cotidianamente el padre Federico Lombardi, portavoz vaticano), hay que decir que nos encontramos ante un caso sin precedentes en la historia moderna de la Iglesia, en el que los puntos interrogativos pendientes son una multitud, con respecto a los pocos elementos concretos. Y en el que es lícito el temor de que alguien (el Papa no, por supuesto) prefiera cerrar con una cierta prosa toda la práctica, por miedo a las consecuencias negativas para la Iglesia si la cuestión de los “vatileaks” se alarga demasiado.
Quien escribe estas líneas sigue de cerca la actividad vaticana desde 1981; vivió casi completamente el pontificato de Juan Pablo II. Y no puede dejar de preguntarse cómo es posible que alguien, aunque sea una persona de la “familia”, pueda, durante años, fotocopiar o fotografiar documentos del estudio del Papa y de su secretario sin que pese ni siquiera la sospecha sobre nadie. Es cierto que Karol Wojtyla y su secretario, ahora cardenal, Stanislao Dziwisz, venían de un régimen comunista que pretendía infiltrar espías por doquier, y que, consecuentemente, desarrollaron antenas particulares. Pero no logro imaginarme a nadie robando documentos, no ya durante un mes, sino por una semana, sin que don Stanislao se diera cuenta.
Y me pregunto cómo es posible que un hombre tan cercano al Papa pudiera tener contactos y relaciones en Roma, y en otras partes, con tantas personas y tan diferentes, sin suscitar un mínimo de curiosidad. No sé si llegaremos a tener una respuesta a estas preguntas, que, al lado de los motivos de la operación, siguen siendo preguntas de gran importancia. De la misma forma, los mecanismos para transmitir y archivar los expedientes que pasan por el escritorio del Papa. En las Cancillerías y en los Palacios Presidenciales, los movimientos de los expedientes se pueden rastrear.¿Sucede lo mismo en la “Terza Loggia”? Y aún más: ¿es cierto que hay personas que no pertenecen a la “familia” que tienen las llaves del apartamento papal? ¿Por qué?
El cardenal Tarcisio Bertone denuncia la intención de separar y de crear divisiones entre el Santo Padre y sus colaboraderes (y entre ellos mismos), y presiente una cierta saña en la voluntad de «golpear a quienes se dedican con mayor pasión e incluso mayor fatiga personal por el bien de la Iglesia». Tiene razón, sin duda ninguna. Pero no fueron los perodistas los que nombraron hace dos años y medio a Gotti Tedeschi, con las consecuencias que todos conocemos, ni quienes prometieron una birreta cardenalicia a mons. Viganò, etcétera... Las tensiones y las opiniones encontradas forman parte de la normalidad de las relaciones incluso en la Iglesia. Cada quien tiene su estilo, incluso a la hora de interpretar el difícil y delicado trabajo de principal colaborador del Papa.
En los últimos 30 años hemos visto en acción a tres Secretarios de Estado: Tarcisio Bertone, Angelo Sodano y Agostino Casaroli. De este último solo se recuerda la obra magistral, conducida en silencio y sin escándalos ni sospechas ni enfrentamientos ni enemistades o interferencias, para apoyar a un Papa con el que, tal vez, no compartía todas las ideas, pero esforzándose para resolverle los problemas, no para crearlos.
Vatican Insider
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