ARGENTINA | Labor social
La silenciosa obra de los curas villeros
El 11 de mayo de 1974, el sacerdote Carlos Mugica fue asesinado por fuerzas paraestatales, probablemente la Triple A. Para entonces, tras una abnegada labor en la Villa 31, el Padre Mugica era ya una leyenda. Hoy, su figura sigue inspirando la labor de una veintena de curas que trabajan en las villas miseria (poblados de chabolas) y asentamientos informales de la capital y la provincia de Buenos Aires para mejorar las condiciones de vida de sus vecinos.
Mugica es inspirador y homenajeado de "Elefabte Blanco", la película de Pablo Trapero que, dos meses después de pasar con éxito por las taquillas argentinas, se estrena en España. En esta ficción, rodada en varias villas porteñas, Ricardo Darín encarna al padre Julián, un cura villero que colabora en la construcción de viviendas dignas en la villa,ayuda a los jóvenes a salir de la adicción mortífera al 'paco' (una pasta de cocaína común en los barrios pobres de Buenos Aires) y asiste al fuego cruzado entre bandas de narcotraficantes.
La de Julián es la realidad que viven los 22 sacerdotes que forman el Equipo de Sacerdotes para las Villas de Emergencia. Eran la mitad hasta que, en 1998, el obispo Bergoglio impulsó su mayor presencia en las villas. Los curas villeros eluden la adscripción política, aunque algunos de ellos se sienten próximos a la Teología de la Liberación, una corriente católica de inspiración marxista que tuvo una importante influencia en América Latina.
Su silenciosa labor saltó a los medios de comunicación en 2009, después de que los narcotraficantes amenazasen de muerte a José di Paola, el Padre Pepe, uno de los curas villeros más veteranos y batalladores en su lucha contra el paco y en la reivindicación del respeto hacia la cultura villera. Cuando se inició el debate sobre la urbanización de los barrios,los sacerdotes recordaron que los vecinos de las villas –dos millones de bonaerenses, según estimaciones recientes- también son ciudadanos y deben opinar sobre su futuro.
El lujo de ser pobres
Sobre esta enmarañada realidad se alza la trama del filme de Trapero, que repite trío de guionistas y actores protagonistas de películas anteriores, como Leonera y Carancho. Ha sido una coproducción compleja, entre otras cosas por las complicaciones logísticas que se derivan de rodar en la villa y por la ambición de un guión que toca cuestiones tan delicadas como la crisis de fe o el celibato.
La película se filmó en tres villas, pero sobre todo en la Ciudad Oculta, y los vecinos de los barrios participaron como actores secundarios y extras. Algunos vecinos y trabajadores sociales de la Ciudad Oculta admiten sentirse decepcionados por los clichés que reproduce el filme sobre las villas: es "muy estereotipado", dicen. Pero Trapero es honesto: sabe en todo momento que es un extranjero en la villa y, de hecho, lo son también los protagonistas centrales de la obra: de clase media son los curas Julián (Ricardo Darín) y Nicolás (Jérémie Reiner) y la trabajadora social Luciana (Martina Gusman), y también ellos viven esa contradicción. La resume Luciana cuando le espeta a Nicolás que ellos "se dieron el lujo de ser pobres".
La película sí garantiza agitar la conciencia del espectador, provocar preguntas en torno a la desigualdad social, la violencia, el estigma. Como confesó Darín a los medios argentinos, él se dará por satisfecho si el filme "genera un movimiento de sensibilización, para que se tome conciencia de que las villas están plagadas de gente trabajadora que rema contra la corriente para alimentar a sus hijos".
En el trasfondo está la crítica a una sociedad y una clase política que han preferido durante décadas mirar hacia otro lado y alzar muros invisibles de estigmatización y miseria. El Elefante Blanco al que refiere el título del filme da fe de este fracaso social: refiere al enorme edificio inconcluso que se comenzó a construir en los años 30, con la ambición de ser el mayor hospital de América Latina, y acabó convirtiéndose en una montaña de escombros entre los que se esconden los jóvenes villeros para drogarse. La metáfora es ineludible, porque tal vez si las ambulancias, los hospitales y los centros culturales llegaran a las villas, estos chicos no recurrirían al paco.
El Mundo
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