Saturday, July 07, 2012

«Los verdaderos enemigos de la Iglesia provienen de su interior»



El caso “vatileaks”; entrevista con el arzobispo de Gaeta, monseñor Fabio Bernardo D’Onorio, sobre los escenarios que causó la fuga de documentos reservados del Vaticano

GIACOMO GALEAZZI
«Corregir los errores es la mejor respuesta a los que atacan a la Iglesia». El arzobispo de Gaeta, monseñor Fabio Bernardo D’Onorio, autoridad de la Conferencia Episcopal Italiana (CEI), analiza para Vatican Insider las lagunas y las emergencias que han surgido por el robo de documentos reservados del Vaticano.

¿Los últimos escándalos revelan una Iglesia dividida entre tradicionalistas y ultra-liberales?
Nosotros debemos avanzar entre estas dos tentaciones: la de un tradicionalismo cerrado, paralizado por el miedo, que querría hacer de la Iglesia un refugio más allá de la historia, y la de una adaptación sin sentido crítico y sin tensión profética que transformaría al cristianismo en una variante sentimental del humanismo contemporáneo. La Iglesia es una sociedad divino-humana que encuentra, en los diversos momentos de su larga historia, a hombres impregnados de la propia cultura, a veces incluso sofocados por realidades difíciles o dolorosas o transtornados por teorías propias, formas de vida o por una religiosidad infrapersonal, como la reencarnación, las drogas, las sectas, o por marcados personalismos o relativismos, que conducen, inevitablemente, a la “religón a medida”.

La Iglesia, en su historia, siempre se ha encontrado de forma más o menos marcada en estas condiciones justamente por su razón de ser, que le impone perentoriamente anunciar a Cristo y su Evangelio sin excepciones ni para sí ni para los demás. Hermosas y muy pertinentes son las pinceladas que da el cardenal Biffi al hacer el retrato de la Iglesia: “La Iglesia, como Pedro, es misterio de debilidad humana y de fuerza supernatural; incierta como la respiración del hombre, firme como el trono de Dios; agitada, petulante como una asamblea de condominio, pero serena como el océano beatificador de la vida divina; a menudo es lenta, ineficaz, inconcluyente como una oficina estatal, pero también viva, activa y palpitante como el corazón de Cristo resucitado. Este es el misterio de la Iglesia que nos sorprende, nos da confianza, agradecimiento hacia un Dios, que de la materia pobre y opaca, como es la humana, ha sabido obtener esta imprevisible e impresionante obra de arte.


¿Qué hay que hacer para salir del caso “vatileaks?

La Iglesia, para ser fiel a su mandato de anunciar, con fidelidad e integridad el Evangelio, no puede evitar los días de la dificultad, de la incomprensión e incluso de la persecución. Hoy, todo esto se agrava por la difusión de la incredulidad, por la persistencia del fenómeno de la incredulidad, por el regreso agresivo del ateísmo militante.

A menudo, potencias de diferentes tonalidades y espesores tienden a meter a la Iglesia en sus juegos, a hacerla parte orgánica de sus intereses, a desearla dócil ante la volubilidad de sus leyes; al mismo tiempo, algunos grupos de poder y fuertes ideologías hostigan abiertamente o de forma velada todo lo que dice la iglesia o todo lo que la Iglesia representa. La primera frase que pronunció Jesús en el Evangelio de Marco es: «Conviértanse y crean en la Buena Noticia». Desde entonces es esta la novedad de Jesús y es esta su buena noticia: adoptar el Evangelio y, puesto que es una novedad, la necesidad de cambiar nuestras categrías mentales.

En contra de la vida religiosa quieta, marcada por reglas, gestos, ritos, por indicaciones meticulosas, que a veces parecen dar automáticamente el encuentro con Dios y con las que entregábamos, por así decir, el certificado de “bueno, Jesús enseña que hay que cambiar de mentalidad, es decir: convertirse. La enseñanza de Jesús es que tener fe quiere decir continuar y adecuarse a Dios, a no creer nunca que hemos llegado, a no cerrarse en esquemas y ritos. Los Fariseos que no lo hicieron no entendieron que ese Dios, al que decían servir, estaba en medio de ellos y de esa forma llegaron a rechazarle.


Los medios masivos de comunicación hablan de situación sin precedentes. ¿Es cierto?
Incluso en la Iglesia primitiva encontramos las mismas tentaciones de encerrarse dentro de esquemas, de buscar seguridades prefabricadas, de dar más importancia al gesto que se cumple que a su significado. San Pablo tendría que luchar muchas veces contra grupos de fieles que se encerraban en reglas y vínculos, que frenaban la libertad que garantiza Cristo.

La historia de la iglesia de ayer y de hoy no es extraña a este peligro, que a menudo se vuelve un verdadero error, una situación que no está en sintonía con el espíritu de la palabra de Dios. Es significativo recordar la epopeya del monaqueísmo: después del tiempo de las persecuciones y en contra del “así hacen todos”, muchos cristianos fuertes y generosos abandonan todo y, en el yermo o en el desierto, se purifican a sí mismos con un tenor de vida ascético y se convierten en un ejemplo viviente que llama a la comunidad cristiana, tal vez un poco apagada.

Esto se ha repetido muchas veces en la historia de la Iglesia, cuando órdenes y congregaciones religiosas, al responder a las exigencias eclesiales y sociales de la época, encarnaron modelos de vida evangélica e inyectaron yna nueva linfa en la misma Iglesia. Así, en tiempos más modernos, surgieron movimientos eclesiales que con sus carismas específicos han apoyado a la Iglesia: el papa Pablo VI identificaba a los laicos como un gigante con enormes potencialidades, pero adormiladas.

Los movimientos eclesiales, compuestos por laicos adultos en la fe y comprometidos en campos específicos son, sin duda, un recurso precioso para la Iglesia y en la Iglesia. Claro, su presencia es para la construcción, aunque siempre hay por aquí y por allá una cierta conducta desconfiada hacia los movimientos, “considerados más como problema que como recurso”, mientras que se ven sus obras con sospechas y se tildan de “negocios”. Es cierto que la Palabra de Dios nos fue revelada para orientar nuestra vida, pero también es cierto que ninguna decisión concreta, ninguna situación personal, eclesial, social realiza plena y adecuadamente la Palabra de Dios. Esto vale para la iglesia, para los movimientos, para cada cristiano; por lo tanto nadie se puede definir defensor del Evangelio en relación con los demás, así como nadie se puede definir como cristiano perfecto.


¿El blanco de ciertos ataques son los valores no negociables que predica Benedicto XVI?

La sacralidad de la vida que nace, el amor, la familia, la educación han sido menospreciados por una cultura dominante y preconcebida, que ha renunciado a ser razonable. Es así que han surgido los enemigos, más o menos declarados, de la Iglesia que no se cansan de atacarla en todo, especialmente en situaciones de vulnerabilidad.

Pero los verdaderos enemigos, los que verdaderamente dañan y ponen en crisis la credibilidad de la Iglesia y su misma santidad, provienen de su interior: basta pensar en el triste y excecrable fenómeno de la pederastia, que se ha manifestado en toda su gravedad y amplitud durante estos últimos tiempos. Es aquí que la Iglesia, además del deber de ofrecer el “mea culpa” más amplio y sincero, demuestra toda su debilidad, que nace en su interior y de sus hijos, y no de enemigos externos. Es la eterna lucha entre el bien y el mal, pero al final el bien prevalecerá: el Reino de Dios y la potencia de Cristo.

Vatican Insider

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