La muerte del cardenal está suscitando mucho pesar en la Iglesia y en el mundo laico, con el que el obispo biblista siempre buscó el diálogo
ANDREA TORNIELLICIUDAD DEL VATICANO
Con la muerte del cardenal Carlo Maria Martini desaparece un gran protagonista de la vida de la Iglesia de los últimos 30 años. Arzobispo de Milán por 22 años, Carlo Maria Martini era, a menudo, considerado como el antagonista de Juan Pablo II, el Papa que le había elegido y enviado cuando apenas tenía 52 años a la guía de la diócesis más grande de Europa y una de las más importantes del mundo.
El de Martini siempre fue considerado un cristianismo abierto, sentido y por el diálogo. Basta recordar lo que significó la “Cátedra de los no creyentes” mediante la que el cardenal quería interactuar con los que no creen, con los que están buscando la vía, con los que están destrozados por la duda. Pero no hay que olvidar que el cardenal emérito de Milán, que falleció hoy durante una larga enfermedad, fue el arzobispo de la “Palabra de Dios”, de la meditación, de la oración, de la eucaristía. Por lo que sería erróneo catalogarle bajo la etiqueta de “obispo liberal”, listo para hacer de contrapeso al Papa y a la doctrina oficial.
Es cierto que en muchas ocasiones, durante los años del Pontificado de Juan Pablo II, que coincidieron casi por completo con los de su episcopado, Martini expresó aperturas o se mostró “posibilista” con respecto a ciertas materias, como si quisiera marcar una diferencia con la línea romana. Pero también es cierto que a menudo sus frases o declaraciones fueron subrayadas para oponer sus posturas a la figura de Juan Pablo II y para presentarle como el más “papable”, como un candidato de punta del ala liberal. En cambio, otras afirmaciones (basta recordar las palabras que dijo en defensa de la vida y en contra del aborto, a favor de la paridad escolástica o para proponer una integración atenta e inteligente de los musulmanes presentes en las ciudades) pasaron casi inadvertidas.
Tampoco dejaron de existir algunas diferencias con Benedicto XVI, su coetáneo y profesor como él. Y no solo por haber hecho algunas objeciones al libro “Jesús de Nazaret” (seguramente muy apreciadas por Ratzinger). El cardenal jesuita, con respecto a los temas de los divorciados que se han vuelto a casar, de los matrimonios entre personas del mismo sexo y bioética expresó posturas que provocaron discusión durante los últimos años, por lo que parecía “posibilista”, más allá de la misma doctrina moral católica.
Sin embargo, lo que más sorprende hoy, mucho más que la “Cátedra de los no creyentes” o de la “Escuela de la palabra”, que los libros que escribió (aunque decía a menudo que él no había escrito nada, porque eran transcripciones de sis intervenciones) tal vez fue la forma en la que afrontó su enfermedad, el morbo de Parkinson, el mismo mal que hizo tan difíciles los últimos años del Papa Wojtyla. Martini, que no podía hablar ni moverse, se fue consumiendo lentamente. Siempre había sido capaz de pronunciar palabras profundas y nunca banales, palabras de esperanza incluso para los que estaban alejados de la fe. Pero el sufrimiento de este último periodo le acercó a muchísimos enfermos.
Al recordarle el día de su muerte, sería erróneo hablar de que no aceptó el tratamiento terapéutico, como si representara un último envés de Martini ante la doctrina oficial. Vale la pena recordar que la Iglesia no está de acuerdo con la suspensión de los tratamientos terapéuticos, pero también que el Papa Wojtyla no quiso regresar al Policlínico Gemelli de Roma después de la última crisis.
Vatican Insider
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