Saturday, December 29, 2012

Gustavo Gutiérrez, genio y hombre bueno



Fiel a los amigos y a los pobres


"Sus obras marcaron a la Iglesia universal 

en los últimos 50 años"


Hace pocos días Gustavo recibió el premio nacional de cultura por su trayectoria como intelectual que ha producido escritos que, han marcado no sólo la Iglesia latinoamericana.


Hace pocos días Gustavo recibió el premio nacional de cultura por su trayectoria como intelectual que ha producido escritos que, sin duda, han marcado no sólo la Iglesia latinoamericana, sino la Iglesia universal en los últimos 50 años. Sinesio López, en un artículo en La República, destacaba sus conocimientos profundos no sólo de la teología, su especialidad, sino de la filosofía y la psicología, como también, añadiría yo por experiencia propia, su agudo sentido del momento político, tanto nacional como eclesial.

Me siento un amigo cercano, pero hay otros que han estado, sin duda, más cercanos que yo. Pero lo que quiero destacar aquí no es mi amistad, sino la capacidad de Gustavo de hacerse amigo de tanta gente, un amigo fiel. Esa cualidad es propia de una persona de veras buena. El premio que ha recibido recientemente se basa ciertamente en su producción intelectual, pero se basa también en el hecho de que es un hombre bueno y fiel, fiel a sus amigos sí, pero sobre todo fiel a sus esfuerzos de aportar a una Iglesia de y para los pobres. En eso se asemeja al gran compañero dominico, Bartolomé de las Casas. Ambos han dedicado sus vidas a la pasión por los pobres, que tengan su lugar tanto en la Iglesia como en la sociedad.

Una persona buena nace con ciertas dotes, cualidades naturales, que ayudan. Esas cualidades vienen también de sus años de crecimiento en familia, de los amigos de juventud, etc. Pero en Gustavo, cuando digo que es una persona buena, es muy necesario decir que su bondad es una bondad ganada a pulso. Durante 20 largos años tuvo que afrontar los ataques feroces de los enemigos de su teología dentro y fuera de la Iglesia. Fue acusado de todo, que era infiel a la Iglesia, que tergiversaba el Evangelio, que era más político que teólogo, que era todo menos un fiel seguidor de Jesús. Los ataques continúan, pero tienen menos fuerza hoy porque Roma misma ha reconocido públicamente que su pensamiento, su teología, es plenamente fiel a la Iglesia.

Durante esos largos años de cuestionamiento de su teología, nunca escuché de él una palabra de amargura, de desprecio por sus adversarios. Su fidelidad a esta Iglesia siempre imperfecta tuvo sus costos de salud, ciertamente, pero también costos por la necesidad de estar permanentemente atento a los nuevos reproches de su pensamiento. Lo que me impresiona es que su interés en esos años, como hoy, no se centraba en su persona, sino en lo que él y Las Casas soñaban: una Iglesia fiel a los pobres y, por eso, fiel al Evangelio de Jesús. Si hay algo que marca a una persona buena, es su desprendimiento de sí en medio de la batalla por lo que cree firmemente es la verdad. El interés de Gustavo nunca ha sido la vigencia de su teología, sino la vigencia en la Iglesia de la preferencia por los pobres.

Creo que la persona de Gustavo, su bondad como también su teología, nos han servido para acercarnos al Evangelio, a la vida y la práctica de Jesús. Nos ha servido a que la palabra evangélica diga algo, mucho, a nuestro presente. Y eso se debe no sólo a la genialidad de su pensamiento, sino también y sobre todo a la bondad de su persona.

Si estas palabras mías, por cierto balbuceadas, tienen la mala suerte de llegar a las manos de Gustavo, pido perdón. Sé que no son alabanzas que no necesita ni busca, sino más bien, la necesidad de los amigos de alabar y reconocer la bondad donde la encuentran.


Francisco Chamberlain, s.j., compartida por Jesuitas del Perú

RD



Gustavo Gutiérrez

Si bien me considero agnóstico, he tenido una formación católica y siempre me ha conmovido el mensaje de su religiosidad. Este mensaje se simboliza por supuesto en dos grandes imágenes: primero, la de un dios que se hace hombre, que nace en una cuna humilde en medio de una historia de persecución política; y segundo, la de un dios crucificado, un dios incomprendido que termina siendo víctima de aquellos a quienes pretende salvar, sacrificado, inmolándose por todos. Este dios, Jesús, predica un mensaje desde la humildad, desde una identificación con los marginados, con los que sufren.
Vistas las cosas desde este ángulo, la obra de Gustavo Gutiérrez siempre me pareció una de las maneras más cuerdas y razonables de entender el catolicismo, y de pensar en su vigencia en los tiempos actuales. Existe en el mundo un amplio debate sobre el sentido y el futuro de la religión, y hay quienes han defendido la necesidad de abandonarla, porque la consideran una fuente de consolación basada en ideas artificiosas, para adoptar una ética enteramente laica (Ronald Dworkin o Christopher Hitchens, por ejemplo). Hay otros que han buscado un nuevo sentido a la religiosidad, pero distanciándose de las religiones oficiales y encontrándoles un sentido secular y humanista (Richard Rorty, Gianni Vattimo, por ejemplo).
En este marco, destaca la obra del padre Gustavo Gutiérrez, quien recibió hace unos días merecidamente el Premio Nacional de Cultura, otorgado por el Ministerio de Cultura y Petroperú, en reconocimiento a su trayectoria. Me parece que cuando se habla de Gutiérrez se suele considerar a su libro Teología de la liberación. Perspectivas, de 1971, como el centro de su obra, cuando en realidad es apenas el inicio. Me parece que el hilo conductor de su obra está en considerar como lo esencial del mensaje cristiano la identificación de Jesús con los pobres, los humildes, los marginados, los que sufren; pero que esa identificación no debe llevar solamente a la caridad, sino a cuestionar las estructuras y contextos sociales opresivos e injustos, fuente de ese dolor.
En los años setenta la reflexión sobre estos temas asumía la forma de un examen sobre el papel de la iglesia latinoamericana y su compromiso social en un contexto de intenso cambio social y político. Más adelante, Gutiérrez extendió este razonamiento al sentido de la presencia de dios en medio del dolor y de la injusticia, en Hablar de dios desde el sufrimiento del inocente. Una reflexión sobre el libro de Job (1986). Más adelante, en En busca de los pobres de Jesucristo. El pensamiento de Bartolomé de las Casas (1992), Gutiérrez ilustra cómo el dominico dignifica a los indígenas americanos al considerarlos parte del mensaje salvador del dios hecho hombre también en ellos. Todo lo cual lleva a la necesidad de alguna forma de acción política.
Me parece que con los años, su línea argumental, lejos de envejecer, tiende a adquirir mayor relevancia. Bueno recordarlo en estas fiestas.
Autor: Martín Tanaka es Doctor en Ciencia Política por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) sede México. Actualmente es investigador principal y miembro del Consejo Directivo del Instituto de Estudios Peruanos, y profesor asociado y Coordinador de la especialidad de Ciencia Política y Gobierno en la Facultad de Ciencias Sociales de la Pontificia Universidad Católica del Perú

Gustavo Gutiérrez

Gustavo Gutiérrez acaba de recibir el Premio Nacional de Cultura –Trayectoria. Reproduzco, como homenaje, una columna que escribí en este diario el 22/10/10.
Gustavo Gutiérrez es uno de los pocos peruanos universales. En esta época de los conocimientos especializados, Gustavo destaca por su erudición humanista. Se mueve con mucha facilidad y solvencia en diversos campos del saber. Conoce a los clásicos en su propio idioma, sea éste el griego o el latín, discute con pasión diversos tópicos de la filosofía, trata con erudición los temas de la psicología y del psicoanálisis, está al día en los grandes debates de las ciencias sociales, especialmente de la sociología, la política y la cultura y se desplaza con fruición en el vasto campo de la literatura. En la feria internacional  del Libro de Guadalajara en el 2005, en la que el homenajeado era Mario Vargas Llosa, Gustavo Gutiérrez fue invitado a disertar primero sobre la poesía de Vallejo y luego sobre las novelas de Arguedas.  La sala de conferencias se llenó de bote a bote y deslumbró al auditorio que lo aplaudió con entusiasmo.
Como si todo lo anterior fuera poco, estudió también Medicina en San Fernando de la UNMSM. El campo en el que se mueve, sin embargo, como pez en el agua es la teología en la que ha producido una revolución copernicana. La teología de la liberación (1971), su libro más conocido, es un discurso sobre Dios desde el pobre. Dios es mirado, no desde el poder, desde la jerarquía eclesiástica que dictamina sobre verdades y herejías y que condena y castiga a los herejes para mantener el orden, sino desde el pobre que se atreve a decir su propia verdad para entenderse a sí mismo, cambiar  su situación de desamparo y reordenar el mundo. Es el diálogo entre el Ser y la nada para producir algo: la historia de los que nunca la tuvieron porque los derrotados nunca han tenido derecho a la memoria.
Como todo speach-act (acto del habla), la teología de la liberación no puede ser entendida sin el contexto en el que se produce y con el que dialoga. Ese discurso acompaña el proceso de aggiornamento de la Iglesia Católica desatado por el Concilio Vaticano II en el mundo e impulsa el tránsito de la Iglesia conservadora a la Iglesia reformista en el Perú de los 60 y los 70. Estos cambios permitieron que la Iglesia no sólo tuviera fieles sino también un público, producto del diálogo abierto entre los fieles y los curas, entre la crítica de la razón y la autoridad de la fe. Los párrocos comenzaron a celebrar las misas de cara al público en el idioma de éste.
El libro más famoso de Gustavo Gutiérrez (Teología de la liberación), que ha sido traducido a 20 idiomas, abrió las puertas a la coyuntura intelectual de los 80 en la que se publicaron un conjunto de libros que trataban diversos aspectos de las clases populares cuyo protagonismo produjo una larga coyuntura social (1950-1980) que, en su etapa final (1975-1980) impulsó a su vez, junto a otros actores (…), la coyuntura política de la transición democrática de 1978-1980. Estas diversas visiones fragmentadas de las clases populares no culminaron, sin embargo, en una visión global e integradora del Perú ni tuvieron el remate político de un gobierno popular y democrático.
Autor: Doctor en Sociología por laUniversidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM), con estudios completos de doctorado en U. De París. Profesor principal de la Facultad de Ciencias sociales de la PUCP y de la Facultad de Ciencias Sociales de laUNMSM, investigador delCISEPA. Miembro del Comité Asesor de la Escuela de Gobierno y Políticas Públicas de la PUCP y Coordinador de la especialidad de Política Comparada de la maestría y del doctorado en Ciencia Política en la misma universidad.
La República

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