"Esto no lo puede explicar ningún teólogo", afirma el Papa en Santa Marta
"¡Piensa en mi! ¡Yo estoy en la mente, en el corazón del Señor!"
Nosotros somos el «sueño de Dios» que, enamorado de verdad, quiere «cambiar nuestra vida». Precisamente por amor. Sólo nos pide tener fe para dejarlo obrar. Y así, «sólo podemos llorar de alegría» ante un Dios que nos «re-crea», dijo el Papa Francisco en la misa celebrada el lunes 16 de marzo, en la capilla de la Casa Santa Marta.
En la primera lectura, tomada de Isaías (65, 17-21) «el Señor nos dice que crea cielos nuevos y tierra nueva, es decir, “re-crea” las cosas», destacó el Papa Francisco, al recordar también que «muchas veces hemos hablado de estas “dos creaciones” de Dios: la primera, la que se hizo en seis días, y la segunda, cuando el Señor “rehace” el mondo, arruinado por el pecado, en Jesucristo». Y, destacó, «hemos dicho muchas veces que esta segunda es más maravillosa que la primera». En efecto, explicó el Papa, «la primera ya es una creación maravillosa; pero la segunda, en Cristo, es aún más maravillosa».
En la meditación, sin embargo, el Papa Francisco eligió detenerse «en otro aspecto», a partir precisamente del pasaje de Isaías en el cual, explicó, «el Señor habla de lo que hará: un cielo nuevo, una tierra nueva». Y «encontramos que el Señor tiene mucho entusiasmo: habla de alegría y dice una palabra: “Me regocijaré con mi pueblo”». En esencia, «el Señor piensa en lo que hará, piensa que Él, Él mismo gozará de la alegría con su pueblo». Así «es como si fuese un “sueño” del Señor, como si el Señor “soñase” acerca de nosotros: cuán hermoso será cuando nos estemos todos juntos, cuando nos encontraremos allá o cuando esa persona, la otra o la otra caminará...».
Precisando aún más su razonamiento, el Papa Francisco recurrió a «una metáfora que nos pueda hacer comprender: es como si una joven con su novio o el joven con su novia pensase: cuando estaremos juntos, cuando nos casemos...». He aquí, precisamente, «el “sueño” de Dios: Dios piensa en cada uno de nosotros, nos quiere mucho, sueña con nosotros, sueña con la alegría de la que gozará con nosotros». Y es precisamente «por esto que el Señor quiere “re-crearnos”, hacer de nuevo nuestro corazón, “re-crear” nuestro corazón para hacer triunfar la alegría».
Todo esto condujo al Papa a sugerir alguna pregunta: «¿Habéis pensado alguna vez: el Señor sueña conmigo, piensa en mí, yo estoy en la mente, en el corazón del Señor, el Señor es capaz de cambiarme la vida?». Isaías, añadió el Papa Francisco, nos dice también que el Señor «hace muchos proyectos: construiremos casas, plantaremos viñas, comeremos juntos: todos esos proyectos típicos de un enamorado».
Por lo demás, «el Señor se manifiesta enamorado de su pueblo» llegando incluso a decir: «Pero yo no te elegí porque tú eres el más fuerte, el más grande, el más poderoso; sino que te elegí porque tú eres el más pequeño de todos». Es más, «se podría decir: el más miserable de todos. Pero te elegí así, y esto es el amor».
«De allí —afirmó el Papa— este continuo querer del Señor, este deseo suyo de cambiar nuestra vida. Y nosotros podemos decir, si escuchamos esta invitación del Señor: “Cambiaste mi luto en danzas”», o sea las palabras «que rezamos» en el Salmo 29. «Te ensalzaré, Señor, porque me has librado» dice también el Salmo, reconociendo de este modo que el Señor «es capaz de cambiarnos, por amor: está enamorado de nosotros».
«Creo que no existe un teólogo que pueda explicar esto: no se puede explicar», destacó el Papa Francisco. Porque «sobre esto sólo se puede reflexionar, sentir y llorar de alegría: el Señor nos puede cambiar». A este punto surge espontáneo preguntarse: ¿qué debo hacer? La respuesta es clara: «Creer, creer que el Señor puede cambiarme, que Él puede». Exactamente lo que hizo con el funcionario del rey que tenía un hijo enfermo en Cafarnaún, como relata san Juan en su Evangelio (4, 43-54). Ese hombre, se lee, a Jesús le «pedía que bajase a curar a su hijo, porque estaba por morir». Y Jesús le respondió: «Anda, tu hijo vive». Así, pues, ese padre «creyó en la palabra que Jesús le había dicho y se puso en camino: creyó, creyó que Jesús tenía el poder de curar a su niño. Y tuvo razón».
«La fe —explicó el Papa Francisco— es dejar espacio a este amor de Dios; es dejar espacio al poder, al poder de Dios, al poder de alguien que me ama, que está enamorado de mí y desea la alegría conmigo. Esto es la fe. Esto es creer: es dejar espacio al Señor para que venga y me cambie».
El Papa concluyó con una significativa anotación: «Es curioso: este fue el segundo milagro que hizo Jesús. Y lo hizo en el mismo sitio que había hecho el primero, en Caná de Galilea». En el pasaje del Evangelio de hoy se lee: «Fue Jesús otra vez a Caná de Galilea, donde había convertido el agua en vino». De nuevo «en Caná de Galilea cambia incluso la muerte de este niño en vida». De verdad, dijo el Papa Francisco, «el Señor puede cambiarnos, quiere cambiarnos, ama cambiarnos. Y esto, por amor». A nosotros, concluyó, «sólo nos pide nuestra fe: es decir, dejar espacio a su amor para que pueda obrar y realizar un cambio de vida en nosotros».
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