El nombramiento de Monseñor Juan Barros como obispo de Osorno nos ha dejado perplejos.
En primer lugar, porque no se ha tomado suficientemente en cuenta el hecho de que esté comprometido en las acusaciones de abusos realizadas en contra de Fernando Karadima; y, por tanto, su nombramiento no está en sintonía con la tolerancia cero que está queriendo instalar la Iglesia.
En segundo lugar, porque parece haber sido una decisión llevada adelante en solitario por el Nuncio Apostólico, sin el respaldo de la mayoría de los obispos de Chile. Cuesta entender cómo es posible que todavía se den este tipo de mecanismos, que llevan a una decisión con tan poco respaldo. Hay aquí algo disonante, que “desafina” en relación a los últimos nombramientos episcopales, que nos han parecido muy en la línea de lo que quiere el Papa Francisco. Nos cuesta creer que él confirmase este nombramiento si hubiese tenido todos los antecedentes sobre la mesa.
El Nuncio Apostólico, en comunicado del 14 de marzo, ha invitado a la diócesis de Osorno a prepararse para recibir a Monseñor Juan Barros, dando así una señal de comunión con el Papa y con el nuevo obispo. Pero a menudo se olvida que la comunión que estamos llamados a vivir en la Iglesia no es solo del pueblo de Dios para con la jerarquía eclesiástica, sino también en el sentido contrario: de la jerarquía eclesiástica para con el pueblo de Dios. Un potente signo de comunión eclesial sería que el obispo renunciase, en virtud de lo señalado en el canon 401,2 del código de derecho canónico: Se ruega encarecidamente al Obispo diocesano que presente la renuncia de su oficio si por enfermedad u otra causa grave quedase disminuida su capacidad para desempeñarlo. Sería un signo claro de una Iglesia en la que queremos servirnos los unos a los otros, escucharnos los unos a los otros, guiarnos los unos a los otros.
Tenemos que tomar en serio el hecho de tener un pueblo de Dios más empoderado. El Papa nos ha llamado a hablar con “parresía” (con libertad, sin miedo) y, por eso, las consecuencias de la llegada de Monseñor Juan Barros a la diócesis de Osorno pueden ser gravísimas, para él mismo y para la Iglesia.
Hay un momento en que los incendios son controlables: basta con dos o tres compañías de bomberos. Por eso es clave que quienes llegan primero al lugar evalúen la correcta dimensión de la emergencia. Si se equivocan, lo que parecía un pequeño incendio se transformará en una catástrofe con pérdidas irreparables. Que la sabiduría aprendida de nuestras catástrofes naturales nos ayude a evitar las catástrofes eclesiales.
Alex Vigueras ss.cc.
No comments:
Post a Comment