Querido Jorge: Acabamos de dar la noticia de tu "despido". Aquí lo definiriámos como improcedente. Tanto en el fondo como en la forma cínica de hacerlo. Mi apoyo total y mi solidaridad plena. Me duele. Por ti, por la Iglesia chilena, que está perdiendo a pasos agigantados su aura de otrora, de la época de la Vicaría de Solidaridad, de Silva Henríquez o del cura Llidó, entre otros muchos. Y por la Iglesia universal, cuya imagen se mancha una vez más con este tipo de decisiones inquisitoriales.
Me duele primer por ti, que pierdes tus clases. Espero que en Chile o en otras partes, la Compañía pueda buscarte acomodo docente. Nadie puede enterrar, aunque quiera, las ideas de los teólogos que piensan la fe en las periferias existenciales e intelectuales.
Y me duele, sobre todo, por lo que vuelve a sufrir la imagen de la Iglesia. Me duele que estas cosas sigan pasando con Francisco en Roma. Pensábamos que, con él en Santa Marta, la vieja guardia no se iba a atrever a seguir tapando la boca de los teólogos. Pero vuelven, al menos en Chile, los guardianes de la ortodoxia, que parecían en franca retirada. Al menos, táctica.
Pero, para algunos, no llegará nunca la primavera de Francisco. Y, como no entienden otro lenguaje que el del 'ordemo y mando', creo que va siendo hora de que el Papa utilice sus "poderes" y obligue a estos cardenales de la vieja guardia a poner el reloj a la hora de Bergoglio.
El caso de Costadoat (unido al también reciente escándalo del obispo malquerido de Osorno, sin contar el 'aviso' a Berrios, Puga y Aldunate, y sin olvidarnos de O'Relly y Karadima) pone el foco sobre una iglesia chilena herida, tocada y casi hundida.
Decía recientemente el seglar claretiano y director de la revista 'Telar', Alfredo Barahona, que"en Chile los obispos proféticos se habían quedado en el pasado". La profecía es coto exclusivo de grandes pastores, alumbrados por el Espíritu. Algunos de ellos todavía quedan en Chile, como Infanti. A los demás, incluido el cardenal Ezzati, se les podría exigir, al menos, sentido común y comunión eclesial.
Es decir sintonía afectiva y efectiva con las directrices y el estilo del papa Francisco, que no quiere, como se ha hartado de repetir, una Iglesia aduana, sino hospital de campaña. No quiere una Iglesia de la condena o la censura, sino de la misericordia.
José Manuel Vidal
Director
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Religión digital
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