Sunday, July 20, 2008

JMJ Sydney 2008 - Desde el cenáculo de Sídney (25) por Jesús de las Heras Muela

LA XXIII JMJ SIDNEY 2008, PROFECÍA DE UN MUNDO MEJOR


El Papa llama a los jóvenes a labrar una nueva era de amor


Cerca de tres horas ha durado la misa de clausura de la XXIII JMJ Sídney 2008. Ha sido una celebración hermosa, sentida, cuidada, extraordinariamente cantada y muy participada. He aquí, a través del relato literario, algunas de sus secuencias, sonidos, imágenes y sensaciones.



24 confirmandos



En el transcurso de la misma, tras la homilía del Papa han sido confirmados 24 jóvenes con edades comprendidas entre los 16 y los 43 años. En la noche de ayer, en la vigila, eran ya presentados. Catorce de ellos son australianos y los otros diez, dos de cada uno de los cinco continentes.

Un momento de especial vistosidad dentro de la Eucaristía ha sido la presentación y entronización del Evangelio, previo a su proclamación por parte de un diácono del país. De nuevo, este acto ha sido escenificado mediante un rito aborigen.



Discursos previos y finales



El arzobispo de Sídney, cardenal George Pell, presentó la celebración y tuvo asimismo un nuevo discurso de clausura. “En estos días –dijo-, en esta mañana, en Sídney estamos en el corazón de la Iglesia”. Las antípodas, pues, se han unido con todos los puntos cardinales de la tierra.

También el cardenal polaco Stanislaw Rylko, presidente del Consejo Pontificio para los Laicos, pronunció al final otro discurso. “En su persona –subrayó con referencia al Papa- se manifiesta una Iglesia amiga de los jóvenes, una Iglesia que los escucha, que los busca, que los acompaña y que les enseña”.

La celebración, en su final, incluía también la alocución del Papa previo al rezo del Ángelus. Ha sido una bellísima meditación la acción del Espíritu en la vida de la joven María de Nazaret, quien siempre se mantuvo fiel, mantuvo el “sí” a las mociones del Espíritu y que así, en la anunciación y encarnación, protagonizó “el momento cardinal en la historia de la relación de Dios con su pueblo”. La celebración finalizaba con los saludos a los jóvenes en distintas lenguas –italiano, francés, alemán, español y portugués- y el ya glosado de la sede de la próxima JMJ, en Madrid, en 2001.



De nuevo, el rojo intenso del Espíritu



La decoración del altar, con el color rojo intenso, color del Espíritu Santo, era la misma que anoche en la vigilia, ahora iluminada por el sol austral de invierno, a veces tensamente oscurecido por las nubes.

Las casullas del Papa y de los obispos eran también de color rojo, con galón central en blanco, en el caso del Papa llevaba unos bordados distintos a los de las otras casullas en las que aparecía una paloma y siete estrellas, esto es, el Espíritu Santo y sus siete dones.



“Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo…”



La homilía de Benedicto XVI en la misa de esta mañana, en la clausura del XXIII JMJ Sídney 2008, se ha vertebrado en torno a dos partes fundamentales al hilo del lema de la Jornada: “Recibiréis la fuerza del Espíritu, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos”.

La fuerza del Espíritu Santo, su poder, viene de lo Alto, del mismo Dios. El Espíritu Santo –nos recordaba ayer el Papa- es dador de vida, donante y don. La potencia, la fuerza del Espíritu puede contemplarse, por ejemplo, en la belleza de la naturaleza, “culmen de la grandeza de Dios”; en la gran asamblea de jóvenes católicos participantes en esta JMJ y en esta Eucaristía –la mayor concentración de católicos de la historia de Australia-; en la identidad y en la vida de la Iglesia, Cuerpo de Cristo, comunidad viviente de amor que abarca a gente de toda raza, color, nación y lengua, de todo tiempo y lugar, en la unidad nacida de nuestra fe en el Señor Resucitado.

La fuerza del Espíritu Santo es como río subterráneo que fluye –en magnífica frase e imagen de San Ignacio de Antioquia- en nuestra alma y que nutre nuestro espíritu y nos conduce al manantial de la verdadera vida que es Jesucristo.

Esta fuerza del Espíritu Santo, capaz como nada y como nadie, que superar barreras y dificultades, de transformar mentes y corazones, ha de mantenido, conservada e incrementada a través de la oración, la oración litúrgica, la oración personal, la Eucaristía y los sacramentos. De este modo, la fuerza del Espíritu nos evitará caer en las tentaciones del “ciego conformismo al espíritu de nuestro mundo”, al cansancio, a la indiferencia, al desánimo.



“… Y seréis mis testigos”



Esta fuerza del Espíritu Santo, así recibida, así vivida, así cuidada, será también la fuerza misma de la evangelización y del testimonio. Así aconteció con heroicos misioneros de todos los tiempos y lugares, entre los que se hallan en Australia y en Oceanía San Pedro Chanel y los beatos Mary Mackillop y Pietro To Rot, entre otros muchos. Ellos nos legaron una Iglesia vida. ¿Qué legarán las actuales jóvenes generaciones a quienes vengan detrás de ellos? ¿Qué están empezando a construir nuestros jóvenes?, les interpelaba franca y afectuosamente el Papa. ¿A qué está llamada esta nueva generación de cristianos, a que están llamados los jóvenes de las JMJ?:



1.- “A la edificación de un mundo en el cual la vida sea acogida, respetada y cuidada amorosamente, no rechaza o temida como una amenaza y por ello destruida”, en clara alusión al aborto.



2.- A vivir “un amor que no sea ávido y egoísta, sino puro, fiel y sinceramente libre, abierto a los otros, respetuoso de su dignidad, un amor que promueve el bien de todos e irradie gozo y belleza”.



3.- A construir “una nueva era en la cual la esperanza nos libere de la superficialidad, de la apatía, de la clausura que mortifican nuestras almas y entorpecen las relaciones humanas”.



Por ello, “queridos amigos jóvenes, el Señor os está pidiendo que seáis profetas de esta nueva era, mensajeros de su amor, capaces de atraer a los demás hacia el Padre y de construir un futuro de esperanza para toda la humanidad”.



Y tanto el mundo como la Iglesia tienen necesidad de esta renovación, de este cambio, de esta nueva era. La Iglesia tiene necesidad del don de los jóvenes, de todos los jóvenes, especialmente de los candidatos al sacerdocio y a la vida consagrada. Y también como ejemplo y como símbolo de aquellos que esta mañana reciben el sacramento de la confirmación. Ser confirmados –en definitiva, ser cristianos conscientes y coherentes- significa recibir el sello del Espíritu, no temer miedo a defender el nombre de Cristo, dejando que la verdad del Evangelio permeabilice a nuestro mundo mientras trabajamos por el triunfo de la civilización del amor”.



Tres frases más para conservar



En sus palabras en español, ya al final de toda la celebración, Benedicto XVI dijo: “Queridos jóvenes, en Cristo se cumplen todas las promesas de salvación verdadera para la humanidad. El tiene para cada uno de vosotros un proyecto de amor en el que se encuentra el sentido y la plenitud de la vida, y espera de todos vosotros que hagáis fructificar los dones que os ha dado, siendo sus testigos de palabra y con el propio ejemplo. No lo defraudéis”.

También es digno de conservar y meditar en el corazón toda la alocución del Ángelus, que ya he sintetizo. Ahora reproduzco su último párrafo: “Queridos jóvenes, también nosotros debemos permanecer fieles al “sí” con que hemos acogido la oferta de amistad de parte del Señor. Sabemos que El no nos abandonará nunca. Sabemos que El nos sostendrá siempre con los dones del Espíritu. María acoge la propuesta del Señor en nuestro nombre. Y ahora querámosla a Ella y pidámosle que nos guarde en las dificultades para permanecer fieles a aquella relación vital que Dios ha establecido con cada uno de nosotros. María es nuestro ejemplo y nuestra inspiración: Ella interceda por nosotros ante su Hijo, y con amor materno nos protege de los peligros”.

Y, de nuevo, María, siempre María, ahora en el final de la homilía de la misa: “A través de la amorosa intercesión de María, Madre de la Iglesia, que esta XXIII Jornada Mundial de la Juventud pueda ser vivida como un nuevo cenáculo, de modo que todos nosotros, inflamados en el fuego del amor del Espíritu Santo, podamos continuar proclamando al Señor Resucitado y atraer todo corazón hacia El. Amén”.


Ecclsia Digital

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