Monday, August 04, 2008

Las religiones proliferan con las enfermedades

“¿Por qué en Brasil hay 159 religiones y en Canadá, un país de similar tamaño, sólo 15?”, se preguntó una tarde de asueto el biólogo estadounidense Corey Fincher, de la Universidad de Nuevo México (EEUU). Tras muchos cálculos, el investigador ha dado con una peculiar respuesta: existen más credos en los países en los que hay más enfermedades.


El estudio, publicado en el último número de la revista Proceedings of the Royal Society B, concluye que la existencia de patógenos tiende a reducir el tamaño de las sociedades tradicionales, que se aíslan de otros grupos para evitar contagios.


Según Fincher, esta incomunicación es el sustrato perfecto para el nacimiento de las religiones. El monolitismo de estos grupos no busca eliminar la disidencia ideológica, sino evitar la entrada en el grupo de infecciones de la mano de otras poblaciones. Menos contactos implican menos patógenos y, a su vez, un menor riesgo de que una religión poderosa fagocite a las demás. Por eso en Costa de Marfil hay 76 religiones y en Noruega, 13.


Datos testarudos

Su hipótesis, en apariencia, tiene los pies endebles. El deshielo del Ártico en verano ha aumentado en el último siglo, al igual que el número de gatos en el planeta, y no por ello se puede extrapolar que los felinos sean los responsables del deshielo polar.


Sin embargo, Fincher se ha cubierto las espaldas descartando otras teorías plausibles para explicar el origen de la diversidad religiosa en los trópicos. Sus análisis indican que las enfermedades infecciosas son un vector de la diversidad religiosa más importante que los factores económicos.


“Además, los diferentes niveles de democratización en los diversos países no tienen un efecto significativo en nuestro modelo; ni contemplar los efectos de las diferentes historias de colonización evita que encontremos más religiones allí donde hay más enfermedades infecciosas”, explica Fincher.


Los datos son testarudos. Ninguna de las variables estudiadas –la superficie del país, su número de habitantes, la libertad de creencias y las desigualdades económicas– trastoca la correlación del biólogo. “Es necesario reconsiderar la naturaleza de la religión. Aunque, aparentemente, su función es establecer un marcador social, capaz de cohesionar a un grupo, en su nivel fundamental nace para evitar las infecciones”, asegura.


En su opinión, las religiones no son un subproducto de otras adaptaciones evolutivas, como el aumento de la capacidad craneana, sino una adaptación en sí misma, para garantizar la supervivencia del ser humano.


El artículo ha provocado cierta polémica en la comunidad científica. La socióloga Courtney Bender, de la Universidad de Columbia, rechaza en Science las tesis de Fincher: “No se puede decir, sin más, que las religiones tienen férreas fronteras”, arguye. En la misma línea, el biólogo evolutivo Richard Sosi, de la Universidad de Connecticut (EEUU), niega el hermetismo de las sociedades religiosas tradicionales. No obstante, reconoce, el estudio de Fincher es “un gran primer paso” para explicar la heterogeneidad religiosa.



La paradoja infecciosa del imperio maya

La teoría de que en las regiones tropicales, con una mayor prevalencia de enfermedades, las diferentes sociedades son impermeables para protegerse de los patógenos tiene un gran obstáculo que sortear, a juicio de la antropóloga Candace Alcorta, de la Universidad de Connecticut.


Como explica en Science, en regiones azotadas por las enfermedades infecciosas han existido imperios esplendorosos, como ilustra el caso de la civilización maya en la Península de Yucatán (México).


Bajo el paraguas de esta cultura americana, centenares de pueblos diferentes adoraron a un solo dios, padre de todos los demás, y compartieron pirámides, templos, juegos y oraciones. Y patógenos.


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