Wednesday, August 06, 2008

Los juegos olímpicos quedan prohibidos

Que no se me asuste nadie, pero el periódico de la época lo decía exactamente así. Y daba razón y cuenta de los términos que se encerraban en la noticia. Resulta que. en el año 393, había en el Imperio un mandamás que se llamaba Teodosio. Un hombre de mucho coraje, de alguna piedad y de bastante chulería. Había conseguido que Atila se retirara de Italia. De Roma, se quería decir. También había logrado apagar una grave sublevación de los habitantes de Salónica.


Sencillamente, los había `pasado a hierro y fuego. Y entonces, el arzobispo de Milàn, que se llamaba Ambrosio y que, antes de ser obispo, ya había trapisondeado por los aledaños de la corte imperial, llamó al Jefe Teodosio –emperador del Imperio- y le echó una bronca memorable. Más aún: le puso una grave penitencia para que la cumpliera inmediatamente si quería que se le absolviera de la sangrienta represalia que había descargado sobre los tesalonicenses, gente que había sido muy querida por el apóstol Pablo. Hasta les había mandado una de sus cartas.


Teodosio, contra lo que temía y no esperaba el señor arzobispo, cumplió la penitencia pública y hasta hay quien dice que lloró amargamente, arrepentido de su pecado y de su ira. Pero, para amainar la ira apostólica del arzobispo Ambrosio, echó mano de sus poderes imperiales y prohibió los Juegos Olímpicos que ya estaban convocados para fechas próximas. Dijo el emperador que esos juegos habían sido inventados por los paganos helenos y que, con motivo de los mismos, se montaban unas bacanales que no condecían con el espíritu cristiano del Imperio ni con los bienes que del deporte se podían deducir para la sociedad.


Peor aún: aquellos Juegos Olímpicos de los griegos en que al vencedor se le ceñía solamente una corona de laurel o de olivo, habían venido a convertirse en un negocio sucio del que se aprovechaban no solamente los deportistas –a quienes ya se pagaba en dinero y en especies-, sino también cuantos mangantes aprovechaban la concentración de multitudes para sacar el ojo a los incautos aficionados.


De manera que fue el Emperador y dijo que fuera los Juegos Olímpicos. Y así estuvieron, censurados y prohibidos, durante bastante tiempo. Luego vinieron los bárbaros del Norte, se cargaron al Imperio y refrescaron los Juegos y los aplaudieron. Y los Juegos invadieron el mundo y monopolizaron la tele.


Eduardo Gil de Muro
Religioso carmelita, experto en cine y televisión, y autor de numerosas biografías
Del blog "Con permiso"
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