Nada menos que Pitágoras, el filósofo y matemático de Samos, unos 400 años ante de Cristo, enseñaba:
Si se os pregunta ¿en qué consiste la salud?, decid: en la armonía. ¿Y la virtud?, en la armonía. ¿Y lo bueno?, en la armonía. ¿Y lo bello?, en la armonía. ¿Y qué es Dios? Responded aún: la armonía. La armonía es el alma del mundo. Dios es el orden, la armonía, por lo que existe y se conserva el Universo.
¿Y qué es armonía? Según el diccionario, “unión y combinación de sonidos simultáneos y diferentes, pero acordes”. Es por tanto un término musical que describe cómo componer lo diferente en un conjunto armonioso.
Pero ¿qué vemos a nuestro derredor hoy? Tensión, angustia, depresiones, aburrimiento, sensación de sin sentido y absurdo. Los compases de nuestro mundo son como mucha música disonante de hoy, chirrían, atruenan, enloquecen. Basta con seguir los informativos escritos o audiovisuales. Hay un culto a lo discordante, un regodeo en la negatividad, que al terminar el telediario te preguntas: ¿Es eso la vida?
No, no lo es. La tierra no es sólo sequía. El mar no es sólo tsunami. El vecino, no es necesariamente un potencial violador, maltratador o terrorista. La economía, aunque parezca mentira, no puede reducirse a puro déficit. Se estima que el 80% de las enfermedades modernas tienen su origen en el estrés y que las enfermedades relacionadas con el estrés suponen como mínimo el 75% de las consultas al médico de cabecera.
¿Cómo recuperar pues la armonía?
Primero, despertando por dentro. Hay que volver a mirar al mundo y a nuestros semejantes con otros ojos. Detrás de los bloques tristes de la ciudad hay horizontes de campo que hemos preterido. Y entre los rascacielos, pedazos de firmamento. Más allá de la mirada aviesa de mi jefe, un niño quizás incomprendido que se ha olvidado de jugar, y en la esposa aburrida o el marido desencantado, dos novios que soñaron una vez. ¿Se empañó aquel sueño? No, en el fondo ambos detrás son los mismos, aunque no se lo crean. La prueba es que quizás una vieja canción recupere con nostalgia aquel sentimiento perdido.
El ser humano es algo parecido a una cebolla, con muchas capas. Vivimos en las superficiales: la de los quehaceres cotidianos, la última noticia, el último agobio. Perodetrás de todas las capas hay un fondo quieto y sin olas, una profundidad de mar. Si logramos conectar con esa zona imperturbada, recuperamos la armonía.
¿Cómo? Sus compases armónicos no se pueden oír sino en el silencio. Es necesario acallar la mente ruidosa con la que nos hemos identificado, volcada en el miedo al futuro y la culpa por el pasado. Y para silenciar su runruneo continuo que nos acribilla día y noche con los peor, hay que anclarse en el “ahora”, hay que sentir la energía de luz y positividad que corre por nuestras venas desde siempre.
Un modo de hacerlo es dedicar algunos minutos al día a la meditación, a contar respiraciones, a recitar una frase consoladora que provoque concentración, o simplemente a pasear sin darle al coco. ¿Se ha dado cuenta que una actividad que atrape la mente –coser, montar un barco, hacer sudokus- libera? Porque acalla el loro mental.
Lo importante es que ese núcleo interior, que está bien, que, aunque no lo escuchemos, sintoniza en acordada armonía con el Universo, vaya taladrando las diversas capas de la cebolla y nos permita recuperar la música que ya somos en el fondo en todas las facetas de nuestra vida. Ello redundará en nuestra salud física y espiritual.
Es verdad que vivimos un momento en que para conseguirlo hay que luchar contra corriente. No es fácil hacer silencio, si la televisión está puesta todo el santo día. No puede escucharse la música interior si no hemos convertido en adictos al ruido en sus mil manifestaciones de publicidad, consumo, ipod, móvil, internet, redes sociales, partidismo político y mil drogas más.
Al viejo campesino le bastaba con sentarse al atardecer en la puerta de su casa. Nosotros tenemos que dar algunos pasos más. Pero démoslos. Es cuestión de supervivencia.
Pedro Miguel Lamet
El alegre cansancio
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