“Si la culpa fuera
moza, soltera se quedaría”. Es uno
de los refranes más sabios de nuestro idioma. Tengo yo un colega que me viene
dando la paliza desde hace unos años con el consabido tema vaticano, diciendo que
a ver cuándo el Papa vende las propiedades, incluyendo por supuesto museos y
Basílica de san Pedro, y reparte los cuantiosos beneficios de la venta en forma
de bocatas de salchichón para los pobres. Es el típico comentario demagógico
que les fascina hacerte a los invitados
de las bodas cuando esperando a los novios -o a los langostinos- se dan cuenta
de que eres el cura que les ha casado…yo ya he sufrido unos cuantos. Y les
suelo responder siempre lo mismo: “Imagínate –les digo- que efectivamente mañana
el Papa –que no puede hacerlo, pero en fin, entro en este juego absurdo- vende
el Vaticano enterito… ¿a ti en qué te cambia la vida?”. Y ellos, muy dignos, me
responden todos igual, al unísono, como
si se conocieran de toda la vida, los tíos, y eso que son bodas distintas y
langostinos de mares diferentes:
“¿A MÍ…CAMBIARME LA VIDA? EN NADA”. Ya.
Veamos: no digo yo que a mi colega le falte razón, y por supuesto
que es planteable y a mi juicio hasta
muy necesario un giro copernicano en la forma de entender la riqueza de la
iglesia institucional y su función al
servicio de los más pobres: ya está escrito mil veces y en mil épocas (pero
mi colega no lo ha leído, claro). Ha venido el Papa Francisco a besar los pies
de doce menores casi encarcelados y están los periodistas demagogos flipando y
descubriendo la pólvora (pero tontitos, vamos a ver: ¿qué otra cosa hizo
Jesucristo? Ah, que no lo habéis leído… entonces os perdono). Ha venido el Papa
Francisco a ponerse una cruz sencilla, a acercarse a los humildes rompiendo el
protocolo y volviendo locos a los de seguridad y es noticia de primera página
en prensa y telediarios: un bombazo mediático. Ha venido el Papa Francisco a
pedir sencillez y sobriedad en la liturgia, cercanía en el lenguaje,
sensibilidad y afecto, y es que es el no va más. Ha venido el Papa Francisco a
vivir en un apartamentico vaticano de los años 60, se ha pagado su posada tras
el cónclave y parece el héroe del cono sur. A mí personalmente también me
gustan estos gestos –en un mundo en el que, tristemente, los solo gestos tienen
tanta importancia- y me cae bien, como a muchos de ustedes, el Papa Francisco.
Pero este no es el tema.
El tema es mi colega. Cuando yo le diga a mi colega que el Papa
apuesta por la sobriedad y la mesura, se hace pobre con los pobres, besa los
pies de los leprosos, vive en un cuchitril de mala muerte –que no lo será, pero
imaginémoslo, en cualquier caso será una vivienda menos opulenta que muchas de
La Moraleja, segurísimo– y decide, porque ha tenido fiebre acompañada de pesadilla,
vender el Vaticano y repartir beneficios (por cierto: ¿a quién se puede vender
el Vaticano? ¿Aun banco? ¿A la gente en general, a qué gente?¿Aun país?¿Ami
colega para que lo revenda y saque un pingüe beneficio…?), digo, cuando decida
esto por fin el Papa, esta es la pregunta del millón: ¿Qué hará mi colega? ¿De
qué le servirá esta actitud encomiable del Papa para su vida cotidiana? ¿Cómo
afectará a su solidaridad con los que más sufren? ¿Es que va a convertirse en
un nuevo Zaqueo y a repartir cuatro veces más? ¿Se pondrá en la fila de los
afiliados a Cáritas porque este Papa sí que vale y hay que ver qué maravilloso
ejemplo da?. Respuesta: NO. Y ¿por qué no?. Pues muy sencillo, hermanos: porque
a mi colega le da igual, o hasta le asusta, una iglesia institución al servicio
de los más pobres, no siendo que le toque comprometerse y sus obras salgan a la
luz… Estoy seguro de que mi colega prefiere al Papa lavándose la cara bajo el
chorro de unos grifos de oro: le viene muy bien. Porque a mi colega, en el
fondo, le importa tres pepinos el Papa Francisco; lo que a mi colega le importa
es su pasta, asegurarse un buen fondo de pensiones y vivir cojonudamente si se
puede… ¿o va a renunciar él al último modelo deToyota porque el Papa ha vendido
el Vaticano y está ejemplarmente comiendo la sopa de los pobres? Nanay de la
China. Monsergas. Demagogia barata que ya conocéis, de esa de la que se habla
en todas las bodas entre langostino y sorbete de mandarina. El caso es buscar
un chivo expiatorio para cargarle con nuestras incongruencias e insolidaridades
y echarlo al desierto de nuestros olvidos, bien lejos. O al correveidile de
nuestras reuniones festivas, un poquito más cerca.
Todos somos culpables, en mayor o menor medida, de la
injusticia que sufre medio mundo, o más.... La Iglesia también, cada uno
también, tú también. Y también tenemos la posibilidad maravillosa de contribuir
a paliar el sufrimiento… con actitudes
personales (como algunos, gracias a Dios, ya hacen). No con charlitas. Porque
la culpa de lo que pasa nos la vamos tirando unos a otros a la cara y al final
la única que se queda sin langostinos de bodas es ella, la pobre culpa: soltera
y, sobre todo, y nunca mejor dicho, SIN
COMPROMISO. Si la culpa fuera moza, soltera se quedaría. Este brindis de
boda tiene un destinatario evidente: va por mi colega. Ten cuidado amigo (o
amiga colega), no sea que a este Papa se le ocurra vender el Vaticano: a ver
qué haces
José Ignacio Postigo
Caminos de Liberación
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