Monday, November 18, 2013

¿Y AHORA? -- Subrayamos...

La renuncia de Benedicto XVI y la elección del Papa Francisco ha significado un nuevo rumbo eclesial. No es un cambio de dogmas y valores de la fe que la Iglesia siempre predicó, pero es ciertamente un nuevo modelo de expresar el ministerio de Pedro – algo deseado y esperado en el corazón de tantos seguidores de Jesús.  Ya habíamos aceptado con resignación que eso no sucedería en nuestros días. De repente  irrumpió esta sorpresa radicalmente evangélica. 
 (El Vaticano II)
No se entiende a Bergoglio sin captar a fondo el Concilio Vaticano II. Ese Concilio que es una divisoria de aguas en la historia de la Iglesia, no se sustenta sin el encuentro con el Jesús de Nazaret, el hombre Dios que desafió a su tiempo, a las estructuras religiosas de su pueblo elegido. Aun amenazado de muerte, no dio si quiera un paso atrás.
Recientemente el cardenal italiano de Emilia Romana dijo: “Debemos recomenzar del Vaticano II, de todo lo que todavía no se implementó y todavía debe hacerse. Retomar las temáticas que estaban en el centro de muchas discusiones conciliares. La difícil  implementación del Concilio era y todavía es hoy una tarea abierta”.
Imperdonable seria si apelásemos a la “ingenuidad” tanto  individual como colectiva que no se atreve a evaluar el procedimiento pastoral de las autoridades de turno. Los pontificados de Juan Pablo II y de Benedicto XVI y aun los últimos años de Pablo VI, no ayudaron a una “recepción” efectiva (ciertamente, ni siempre afectiva) del Vaticano II, por lo menos a nivel de la Curia Romana,  de la misma Europa
El modo de ser del actual Papa no puede ser interpretado solo como originalidad de un pastor latinoamericano, gracia personal de un santo que debe ser admirado pero no imitado. Pocos lo entendieron como una responsabilidad eclesial que a todos compromete; como una oportunidad histórica que no puede ser algo “impensable” para los seguidores de Jesús. 
Tememos que pueda ser justamente eso lo que está minando la fuerza evangélica de lo que está viniendo como una gracia profética para la Iglesia y todos sus miembros: el Pueblo de Dios, los cardenales, obispos, presbíteros, diáconos, religiosos/as, seminaristas.  No se trata del privilegio de gozar por un tiempo de gracia la convivencia con un santo que debe ser aplaudido, venerado y alabado (y después ciertamente canonizado). Surge un horizonte nuevo que muchos están admirando, pero  sin mover el pie del lugar en que se encuentran en la estructura eclesial. 
Sabemos que: - haber aplaudido a un héroe no es haber asumido y encarnado su ejemplo; haber visto de lejos, como Moisés, la Tierra Prometida, no es haber entrado en ella; haber focalizado la meta no significa haber llegado. Se puede sentir  de lejos el frescor de un oasis, sin dar pasos para salir del desierto. Escuchar el agua cristalina que corre no es todavía calmar la sed.
Es de conocimiento público que la casi totalidad de los obispos actuales no fueron elegidos por las Iglesias locales para las que fueron “nominados”. Ya no es ningún secreto que fueron seleccionados “a dedo”, teniendo en consideración su fidelidad a los principios y rumbos dados por los mencionados pontífices y sus colaboradores inmediatos.  
Como es obvio, el clero católico que conocemos no fue preparado para dejar el modelo parroquial imperante, ni sabrían precisamente qué hacer fuera de los esquemas y prioridades existentes de las devociones, sacramentos, administración y un mínimo de catequesis – poca Biblia, mucha ortodoxia, y está definida la pastoral que del clero, de los diáconos y de los “ministros extraordinarios” se espera.
Lo que conocemos de la formación brindada en muchos de nuestros seminarios no nos anima mucho (ni poco). El carrerismo eclesiástico todavía no desapareció del corazón y de la mente de los jóvenes “en formación”, del clero, y de otros ministros. Que los nuncios, obispos, cardenales, no se comporten como “príncipes”, (no tengan  “psicología de príncipes y no sean obispos de aeropuerto” según lo que pedía textualmente el Papa Francisco durante el mes  de octubre, continúa siendo un piadoso deseo papal. 
(Un cisma silencioso)
Un cisma silencioso aún no se disipó. Está en un compás de espera. En el momento e que llegue a desilusionarse de la esperanza que el Papa Francisco representó, alcanzará proporciones alarmantes. No habrá más crisis. Ya será el desastre.
(Las CEBs)
Desde los tiempos de Medellín la Iglesia de América Latina y el Caribe insiste en que es hora de revisar las instancias primeras (de base) da nuestra Iglesia. Esta se continúa engañando con que la parroquia aún responde a esa vocación de raíz eclesial. Las propuestas oficiales sobre el asunto, vuelven a propone una fórmula, aparentemente milagrosa: Parroquia, comunidad de comunidades. Y en la práctica se traduce luego en “más de lo mismo” modelo histórico fracasado. La insistencia de arriba para abajo, con el clero convocando al Pueblo de Dios para poner en práctica las nuevas programaciones decididas por la cúpula eclesiástica, no convence. De entrada, desconsidera el capítulo segundo de Lumen Gentium que reafirma el protagonismo del Pueblo de Dios, al cual todos los ministerios eclesiásticos deben servir. Ni por descuido llega a citar LG 26, la posibilidad de pequeñas Iglesias locales, misioneras, samaritanas, primicias del Reino y no de la actual parroquia católica occidental.
- ¿Podríamos soñar, con Medellín hasta Aparecida,  que las CEBs van a conseguir ser las células tronco de un modelo eclesial que va a sobrevivir aún después que termine el pontificado actual?
- ¿Qué prioridades, estrategias urgentes deben surgir en los sínodos episcopales (ahora, ojalá deliberativos), en las reuniones de las conferencias de religiosos, en los encuentros nacionales y locales de los movimientos, para hacer realidad las consignas de Francisco?: - Liberándose de las “lepras” de las cortes, salir a las periferias existenciales, a los confines de la tierra; animar comunidades eclesiales radicalmente células de una Iglesia samaritana, abierta para todos, pero particularmente Iglesia de pobres, para los pobres y con los pobres, como pobre.
   Las autoridades eclesiásticas, los mil millones de bautizados católicos, ¿pasarán de la admiración, de los aplausos al “Papa más amado de la historia”, a la colaboración con su sueño para que pueda haber, aún en nuestros tiempos, una Iglesia no complicada, acogedora y servidora de todos, pero particularmente  de los pobres?
Enamorarse de esta posibilidad es abrazar la utopía central del Vaticano II, pasar de admiradores y adoradores de Jesús, a ser sus discípulos, dóciles al Espíritu, siendo signo y primicias de una nueva Iglesia posible, mediadora y acontecimiento del Reinado de Dios, con toda la gente de buena voluntad, para el acontecer de un nuevo mundo posible.
Jose Marins 
Teolide M. Trevisan
Amerindia

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