¿De dónde nace y cuál dirección indica la Exhortación Apostólica “Evangelii Gaudium”? Estos son sus contenidos principales
GIANNI VALENTECIUDAD DEL VATICANO
Podía ser una “simple” exhortación apostólica post-sinodal, como muchas otras. Pero Papa Francisco escribió una que representa un documento clave de su Pontificado. La ruta que sugiere los «caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años». Casi la profecía de una renovación profunda propuesta a todos los cristianos. Un texto operativo, destinado a sacudir todas las instancias y todas las dinámicas de la Iglesia; una invitación a emanciparse de todo lo que entorpece la misión de anunciar el corazón palpitante del Evangelio entre los hombres de hoy, así como son.
Antes que nada está la «alegría del Evangelio», como dice la versión original escrita en español. «La alegría del Evangelio», se lee en las primeras líneas de la exhortación, «llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría». Mientras «el gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada». Incluso muchos creyentes caen en esta trampa, «se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida». En cambio, «cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos».
Experimentar y proponer a los demás la salvación alegre que da Cristo resucitado y los medios de los que se sirve son la vocación de todos los cristianos, además de la razón de ser de la Iglesia. La experiencia del encuentro personal con Cristo es «el manantial de la acción evangelizadora. Porque, si alguien ha acogido ese amor que le devuelve el sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros?». Por ello, la evangelización nunca debe entenderse como «una heroica tarea personal, ya que la obra es ante todo de Él, más allá de lo que podamos descubrir y entender. Jesús es “el primero y el más grande evangelizador”. En cualquier forma de evangelización el primado es siempre de Dios».
Si la misión propia de los cristianos es la de anunciar la alegría del Evangelio, el objetivo mismo configura también las formas en las que esta se manifiesta. Todos «tienen el derecho de recibir el Evangelio. Los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable. La Iglesia no crece por proselitismo sino “por atracción”». La del Evangelio es una alegría misionera que «siempre tiene la dinámica del éxodo y del don, del salir de sí, del caminar y sembrar siempre de nuevo, siempre más allá». La Comunidad evangelizadora se sumerge «en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la humillación si es necesario». Ella «acompaña a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean. Sabe de esperas largas y de aguante apostólico. La evangelización tiene mucho de paciencia, y evita maltratar límites. Fiel al don del Señor, también sabe “fructificar”. La comunidad evangelizadora siempre está atenta a los frutos, porque el Señor la quiere fecunda. Cuida el trigo y no pierde la paz por la cizaña».
El objetivo declarado de la exhortación apostólica es «proponer algunas líneas que puedan alentar y orientar en toda la Iglesia una nueva etapa evangelizadora, llena de fervor y dinamismo». Y en este recorrido que el Papa propone a todos «no es conveniente que el Papa reemplace a los episcopados locales en el discernimiento de todas las problemáticas que se plantean en sus territorios. En este sentido, percibo la necesidad de avanzar en una saludable “descentralización”». Además, la «transformación misionera de la Iglesia» prefigurada por Bergoglio, pasa a través de una renovación eclesial definida como «impororrogable». Se trata de una aventura que involucre a toda la Iglesia en «una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están. Ya no nos sirve una “simple administración”. Constituyámonos en todas las regiones de la tierra en un “estado permanente de misión”».
El criterio principal de esta renovación no es una teología particular ni ninguna línea de pensamiento eclesial, sino «una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación».
La pastoral ordinaria, las parroquias, los movimientos, la jerarquía han sido invitados a tener una actitud de “salida”. El mismo ejercicio del ministerio petrino, según Papa Francesco, está involucrado en el dinamismo de la renovación «en clave misionera»; Bergoglio anuncia también una «conversión del papado», para volverlo «más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la evangelización». Y habla de la intención de descentralizar, dándoles un peso mayor, las conferencias episcopales y de atribuirles «alguna auténtica autoridad doctrinal», puesto que «una excesiva centralización, más que ayudar, complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera»
JERARQUÍA DE LAS VERDADES
Al tener como puntos cardenales la Constitución conciliar “Lumen Gentium” (sobre la naturaleza de la Iglesia), los textos montinianos “Ecclesiam Suam” y “Evangelii Nuntiandi”, además del documento de Aparecida, la ruta que traza ahora Bergoglio se concentra sobre algunos puntos neurálgicos.
Según Papa Francisco, es necesario replantear la forma en la que se ofrece el anuncio evangélico. Por ejemplo, se pone en discusión una especie de intervencionismo “mediático-eclesial” que se concentra en las cuestiones morales. Con la selección interesada de los contenidos que normalmente llevan a cabo los medios de comunicación, «el mensaje que anunciamos corre más que nunca el riesgo de aparecer mutilado y reducido a algunos de sus aspectos secundarios». Esto sucede cuando algunas cuestiones que forman parte de la enseñanza moral de la Iglesia son propuestas constantemente «fuera del contexto que les da sentido».
Según el Papa Francisco, el enfoque sobre la acción moral no puede prescindir de la luz propia de la vida iluminada por el Evangelio. Una pastoral en clave misionera «no se obsesiona por la transmisión desarticulada de una multitud de doctrinas que se intenta imponer a fuerza de insistencia. Cuando se asume un objetivo pastoral y un estilo misionero, que realmente llegue a todos sin excepciones ni exclusiones, el anuncio se concentra en lo esencial, que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario». Citando a Santo Tomás, el Papa repite que en el ámbito específico de las acciones exteriores, la mayor de las virtudes morales para la inteligencia humana iluminada por la fe es la misericordia. Además, la misión de anunciar a todos la alegría del Evangelio se manifiesta dentro de los límites humanos y toma en consideración las condiciones en las que viven los hombres (marcada por el pecado original y por el flujo de los condicionamientos que nos rodean).
«Hay normas o preceptos eclesiales», reconoce el Papa, «que pueden haber sido muy eficaces en otras épocas pero que ya no tienen la misma fuerza educativa como cauces de vida». Santo Tomás de Aquino subrayaba que los preceptos dados por Cristo y por los Apóstoles al pueblo de Dios «“son poquísimos”». Además, es necesario «acompañar con misericordia y paciencia las etapas posibles de crecimiento de las personas que se van construyendo día a día. A los sacerdotes les recuerdo que el confesionario no debe ser una sala de torturas sino el lugar de la misericordia del Señor que nos estimula a hacer el bien posible. Un pequeño paso, en medio de grandes límites humanos, puede ser más agradable a Dios que la vida exteriormente correcta de quien transcurre sus días sin enfrentar importantes dificultades».
NO A LA “ADUANA SACRAMENTAL”
La Iglesia, explica Papa Bergoglio, se presenta al mundo como «una Madre con los brazos abiertos». Una de las muestras de esta apertura es dejar abiertas, materialmente, las puertas de las Iglesias y de los lugares de oración. Pero, según el Papa « tampoco las puertas de los sacramentos deberían cerrarse por una razón cualquiera». Esto, obviamente, también es válido para el bautismo. Pero también para la eucaristía, añade el Papa: « no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles. Estas convicciones –subraya la exhortación apostólica papal, con palabras que pueden aplicarse incluso a las condiciones de muchos divorciados que se han vuelto a casar– también tienen consecuencias pastorales que estamos llamados a considerar con prudencia y audacia. A menudo nos comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero la Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas».
LAS TENTACIONES DE LOS “AGENTES PASTORALES”
En su llamado a la conversión misionera de la Iglesia, el Papa Francisco expone una detallada sintomatología de la auto-referencialidad en la que es fácil tomar direcciones que incluso han caracterizado momentos recientes de la Iglesia, bajo la influencia de «la cultura globalizada actual». Se va desde la desidia paralizante que se instaura en personas consagradas y laicos, una especie de «pesimismo estéril» indicado por Bergoglio, que utiliza las palabras de Juan XXIII sobre los profetas de las calamidades, aquellos que «no ven en los tiempos modernos sino prevaricación y ruina». La raíz de los peores males que afligen a la Iglesia es identificada por Francisco con la «mundanidad espiritual, que se esconde detrás de apariencias de religiosidad e incluso de amor a la Iglesia, es buscar, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal».
Bergoglio relaciona con esta actitud las nuevas expresiones de un gnosticismo (que nunca ha se ha apagado) o del neo-pelagianismo «de quienes en el fondo sólo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico propio del pasado». Las palabras del Papa critican duramente esos ambientes eclesiales en los que «alimenta la vanagloria de quienes se conforman con tener algún poder y prefieren ser generales de ejércitos derrotados antes que simples soldados de un escuadrón que sigue luchando», soñando «con planes apostólicos expansionistas, meticulosos y bien dibujados, propios de generales derrotados». Una mundanidad asfixiante que se esconde bajo «ropajes espirituales o pastorales», y que puede sanar solamente «tomándole el gusto al aire puro del Espíritu Santo».
Bergoglio cita el clericalismo que penaliza a los laicos y que los mantiene «al margen de las decisiones» o que los absorve en «tareas intraeclesiales sin un compromiso real por la aplicación del Evangelio a la transformación de la sociedad». Y reconoce que las reivindicaciones de los derechos de las mujeres «plantean a la Iglesia profundas preguntas que la desafían y que no se pueden eludir superficialmente». El sacerdocio reservado a los varones «es una cuestión que no se pone en discusión, pero puede volverse particularmente conflictiva si se identifica demasiado la potestad sacramental con el poder».
UNA IGLESIA PLURAL
Ante estos escenarios, Bergoglio insiste en que la misión evangelizadora no es una cuestión de expertos o de “ropas de élite”. Qien anuncie la alegría del Evangelio debe ser todo el Pueblo santo de Dios, «santo por esta unción que lo hace infalible “in credendo”». Un pueblo «con muchos rostros» reunido por la gracia de Dios y no según homologaciones culturales. El anuncio cristiano –reconoce Papa Francisco– no se identifica con ninguna cultura, ni siquiera con las que «han estado estrechamente ligadas a la predicación del Evangelio y al desarrollo de un pensamiento cristiano». Por ello, «no podemos pretender que los pueblos de todos los continentes, al expresar la fe cristiana, imiten los modos que encontraron los pueblos europeos en un determinado momento de la historia, porque la fe no puede encerrarse dentro de los confines de la comprensión y de la expresión de una cultura particular».
"EMERGENCIA HOMILÍA"
En cuanto a las formas primarias mediante las que se transmite el anuncio evangélico, Papa Francisco acentúa el valor de la vía de la devoción popular, con la que el pueblo «se evangeliza continuamente a sí mismo», expresando su afecto por Jesús, por la Virgen y por los santos. Después, el Obispo de Roma, al señalar un tema delicado, dedica 23 párrafos (en 18 páginas) a uno de los instrumentos ordinarios de la predicación, el de las homilías durante la misa. Según Francisco, la homilía «debe ser breve y evitar parecerse a una charla o una clase». La predicación «puramente moralista o adoctrinadora, y también la que se convierte en una clase de exégesis, reducen esta comunicación entre corazones que se da en la homilía y que tiene que tener un carácter cuasi sacramental».
En la homilía, como en la catequesis –sugiere Bergoglio– siempre se debe anunciar o indicar el corazón del anuncio cristiano: «el primer anuncio o “kerygma” debe ocupar el centro de la actividad evangelizadora y de todo intento de renovación eclesial». Porque es «previo a la obligación moral y religiosa», y es repetido como un tesoro inagotable que se descubre constantemente.
FE Y COMPROMISO SOCIAL
Según Papa Francisco, la misión evangelizadora se desfigura si no se aprecia o se debilita la «inseparable conexión entre la recepción del anuncio salvífico y un efectivo amor fraterno». Palabras que cancelan las falsas dialécticas de los que en los últimos años han insistido en el riesgo de la «reducción» de la misión del anuncio a mera actividad de promoción social. La opción preferencial por los pobres se refuerza sin medias tintas como un rasgo inocultable del amor de Cristo por los hombres, como indica el Evangelio. No escuchar el grito del pobre quiere decir situarse «fuera de la voluntad del Padre y de su proyecto». Se trata de una «preferencia divina» que «tiene consecuencias en la vida de fe de todos los cristianos, llamados a tener “los mismos sentimientos de Jesucristo”».
Francisco, además, añade en la Exhortación Apostólica juicios no genéricos sobre la «idolatría» de la economía especulativa y sobre las dinámicas que condicionan el desarrollo y producen la pobreza. Invita a no confiar «en las fuerzas ciegas y en la mano invisible del mercado», a la hora de tomar decisiones económicas como «remedios», que, por el contrario, «son un nuevo veneno, como cuando se pretende aumentar la rentabilidad reduciendo el mercado laboral y creando así nuevos excluidos». La opción evangélica por los pobres está alejada, se podría decir “genéticamente”, de «cualquier ideología, de cualquier intento de utilizar a los pobres al servicio de intereses personales o políticos». Literalmente, entre los pobres están todos los indefensos, los excluidos y los débiles de los que la Iglesia debe ocuparse con predilección. Entre los anteriores Papa Francisco incluye a los que no han nacido todavía, «que son los más indefensos e inocentes de todos». Su defensa está relacionada con la defensa de cualquier derecho humano que reconoce a cada uno de los seres humanos como sacro e inviolable. «No es progresista pretender resolver los problemas eliminando una vida humana». Pero, al mismo tiempo, el Papa reconoce que «también es verdad que hemos hecho poco para acompañar adecuadamente a las mujeres que se encuentran en situaciones muy duras, donde el aborto se les presenta como una rápida solución a sus profundas angustias».
EL VÉRTIGO DE LA GRACIA
Después de haber definido el inmenso campo de trabajo de la «conversión misionera» a la que ha sido llamada la Iglesia, Francisco, en la parte final del documento, que concluye con una oración a María, vuelve sobre la única fuente que puede propiciar y alimentar esa tan deseada salida de la autoreferencialidad. Una aventura por tierras desconocidas, que conlleva un cierto «vértigo», pues depende enteramente del actuar de Cristo Redentor y de su Espíritu. En la historia de la Iglesia, desde la época de Jesús, es el Espíritu el que «hace salir de sí mismos a los Apóstoles y los transforma en anunciadores de las grandezas de Dios». El verdadero misionero, «que nunca deja de ser discípulo, sabe que Jesús camina con él, habla con él, respira con él, trabaja con él. Percibe a Jesús vivo con él en medio de la tarea misionera». La misión no es un «un negocio ni un proyecto empresarial, no es tampoco una organización humanitaria, no es un espectáculo para contar cuánta gente asistió gracias a nuestra propaganda».
Justamente depender enteramente de la gracia «puede producirnos cierto vértigo: es como sumergirse en un mar donde no sabemos qué vamos a encontrar. Yo mismo lo experimenté tantas veces. Pero –tranquiliza Papa Francisco– no hay mayor libertad que la de dejarse llevar por el Espíritu, renunciar a calcularlo y controlarlo todo, y permitir que Él nos ilumine, nos guíe, nos oriente, nos impulse hacia donde Él quiera».
Vatican Insider
25 de noviembre, 2013 (Romereports.com) (-SÓLO VÍDEO-) Ya es pública la exhortación apostólica Evangelii gaudium, el ambicioso primer documento magisterial escrito sólo por el Papa Francisco. Es una poderosa llamada a la acción a todos los católicos del mundo (incluido el Papa) paramostrar la alegría del cristianismo. El Papa lo presenta como un texto programático.
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