Monday, November 18, 2013

El Ellacuría olvidado, una herencia a mantener por Jon Sobrino



 Jon Sobrino, jesuita que se salvó de la matanza de la UCA el 16 de noviembre de 1989 al estar ausente, con voz emocionada, revivió tres aspectos a su juicio “olvidados” dentro del pensamiento de Ignacio Ellacuría. 

Recordó tres ideales que configuraron la vida de Ellacuría: “revertir la historia, subvertirla y lanzarla en otra dirección”, sanar así una “civilización gravemente enferma”, y “evitar un desenlace fatídico y fatal”. Dentro de este proyecto, Sobrino se propuso analizar “tres cosas suyas olvidadas”: la primera es el pueblo crucificado, “el” signo de los tiempos, al que hay que bajar de la cruz, sabiendo que, al hacerlo, uno mismo puede acabar en la cruz. 

La segunda es trabajar por una civilización de la pobreza, contraria y superadora de la civilización de la riqueza imperante, responsable de la grave enfermedad de la civilización. La tercera son sus palabras: “con Monseñor Romero, Dios pasó por El Salvador”. Es la presencia activa y productiva en la historia, de una ultimidad presente en los defensores de las víctimas. 

“Los tres son temas de madurez, contraculturales – también en buena parte de la academia – y conflictivos, y en ellos insistió hasta su muerte. Lo hizo sobre todo como teólogo, aunque el vigor de la conceptualización debiera mucho al Ellacuría filósofo. Y en los tres temas es central el debajo de la historia, la realidad de pobres y víctimas, como realidad primordial, portadora de verdad, de salvación y, por así decirlo, de la carne de Dios” –apunta Sobrino. 

1. El pueblo crucificado es siempre “el” signo de los tiempos 

Ellacuría usó por primera vez la expresión “pueblo crucificado” en 1978 en un texto que escribió como preparación a la III Conferencia General del Epicopado Latinoamericano en Puebla: con el título "El pueblo crucificado. Ensayo de soteriología histórica". Ese pueblo crucificado es descarnadamente real, y en él se expresa lo más real de lo real. Para Ellacuría es “el” signo de los tiempos. Para comprenderlo, recogemos lo que dice el Concilio. En la Gaudium et Spes, número 4, “signos de los tiempos” significa lo que caracteriza a una época y se deben discernir para llevar mejor a cabo la misión salvífica de la Iglesia. En el número 11 se aborda el tema desde una perspectiva más profunda: hay que discernir los “signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios” en los acontecimientos, deseos de la época. Es lo que llamamos signos de los tiempos en su acepción histórico-teologal. 

De igual modo, “el pueblo crucificado” es la continuación histórica del Siervo de Yahvé. Es pues, presencia del “siervo”, mediador de la presencia de Dios. Ver al pueblo crucificado como el signo de los tiempos no es fácil de aceptar. Organizaciones, iglesias, universidades, pueden hablar sobre la realidad del pueblo crucificado, pero no por mucho hablar sobre las cosas se deja que las cosas hablen.



2. La civilización que viene de abajo 

Es el segundo tema olvidado cuando se habla de Ellacuría, más todavía que el anterior, lo analizó Jon Sobrino en su intervención desde una doble perspectiva: a) para Ellacuría, el tercer mundo ofrece salvación al primer mundo, y b) la civilización de la pobreza puede superar la enfermedad que produce la civilización de la riqueza. 

Para Jon Sobrino, Ellacuría conocía bien la tradición bíblico-jesuánica, y se dejó inspirar por ella también conceptualmente: la salvación proviene de lo pequeño, un pueblo pequeño, una mujer anciana; y de las víctimas, el siervo sufriente, el crucificado… Hay un texto significativo: 
“Hay signos de que los pobres son evangelizadores, son salvadores. La espléndida experiencia de las comunidades de base como fermento de renovación de la Iglesia y como factor de transformación política, el ejemplo no puramente ocasional de “pobres con espíritu”, que se organizan para luchar solidaria y martirialmente por el bien de sus hermanos, los más humildes y débiles, son ya prueba del potencial salvífico y liberador de los pobres”. 

Al analizar la salvación histórica, Ellacuría ahondó en la realidad del pobre hasta llegar a los “crucificados”: pueden ser instrumentos de salvación. Retoma el texto bíblico que mejor aborda el tema: los cantos del siervo de Jahvé (Isaías 52, 13-53, 12), una misteriosa figura –real o imaginaria, individuo o colectividad -, que es destrozada por los pecados del mundo y que trae la salvación. Hay algo que es nuevo y revolucionario: el sufrimiento del siervo de Jahvé y su muerte inocente traen salvación. 

Según Sobrino, lo específico de Ellacuría fue historizar (hacer histórica hoy) la salvación que trae el siervo, lo cual rara vez se hace: el mundo de los oprimidos puede salvar al mundo de sus opresores. Tengamos en cuenta que esta historización la hizo el “Ellacuría total” más en textos-discursos que en textos conceptuales, y usando el lenguaje de “tercer mundo” más que el de “pueblo crucificado”. 

La segunda perspectiva de Ellacuría para desarrollar el tema relativo a que la civilización viene desde abajo, es la de la llamado civilización de la pobreza. Según Sobrino, hoy se dice “otro mundo es posible”. Ellacuría diría “otro mundo es necesario”. Pero no cualquier mundo “otro”. Es necesario "revertir la historia, subvertirla y lanzarla en otra dirección". Y esa historia revertida y necesaria está configurada por la civilización de la pobreza. Sobre ello, insistió Ellacuría en tres textos en sus últimos siete años. 

De ello, Ellacuría estaba convencido, y era consciente de la originalidad y creatividad del concepto. Para él, la civilización de la riqueza es lo que configura este mundo. Hace de la acumulación del capital el motor de la historia. Pero la civilización de la riqueza ofrece un espíritu y un sentido de la vida que lleva a la deshumanización. Es la civilización del individuo, del éxito, del egoísta buen vivir. Estados Unidos es el paradigma de la civilización de la riqueza, y actúa imperialmente con la naturalidad y la prepotencia de quien obedece a un “destino manifiesto”. Ese espíritu deshumaniza. Tiende a generar desprecio en unos y servilismo o respuestas irracionalmente violentas en otros. 
En el pensamiento de Ellacuría, la civilización de la pobreza es “un estado universal de cosas en el que está garantizada la satisfacción de las necesidades fundamentales, la libertad de las opciones personales y un ámbito de creatividad personal y comunitaria que permita la aparición de nuevas formas de vida y cultura, nuevas relaciones con la naturaleza, con los demás hombres, consigo mismo y con Dios”. 

Ellacuría insiste en que para alcanzar el horizonte utópico de esa civilización de la pobreza hay que trabajar. No basta, por tanto, con predicarla como profecía contra la civilización de la riqueza; ni siquiera sólo con anunciarla como buena noticia para los pobres de este mundo. La solución “no puede estar en un salirse de este mundo y hacer frente a él un signo de protesta profético, sino en introducirse en él para renovarlo y transformarlo hacia la utopía de la tierra nueva”. 

En ese contexto, Ellacuría propone dos tareas fundamentales. Una, la más comprensible y aceptada en principio, es “crear modelos económicos, políticos y culturales que hagan posible una civilización del trabajo como sustitutiva de una civilización del capital”. La otra consiste es robustecer una característica fundamental de la civilización de la pobreza, “la solidaridad compartida, en contraposición con el individualismo cerrado y competitivo de la civilización de la riqueza”. 

3. Con Monseñor Romero, Dios pasó por El Salvador. 

En el funeral de la UCA, Ellacuría dijo: “con Monseñor Romero, Dios pasó por El Salvador”. Y meses después, cuando le pidieron un artículo sobre Monseñor, escribió pensando bien lo que decía: “fue enviado por Dios para salvar a su pueblo”. 

En opinión de Jon Sobrino, - en esta ponencia que glosamos-, estas afirmaciones de Ellacuría no han sido muy conocidas, y en este sentido no se puede hablar con propiedad de que hayan sido “olvidadas”. Pero Sobrino las menciona aquí porque desconocidas u olvidadas, son centrales para conocer de verdad al “Ellacuría total”, y porque no tenerlas en cuenta empobrece, ciertamente a creyentes cristianos, pero piensa que a todo el ser humano. 

Ellacuría expresa su convicción con estas frases no sólo de que hay una realidad última, ni sólo de que esa realidad puede encarnarse en la historia. Hay algo más: esa realidad última pasa por la historia visiblemente, activamente. Para las Iglesias y para los creyentes esto es importante, evidentemente. Pero también lo es para cualquier ser humano. La importancia reside – concluye Sobrino - en superar la trivialización de la realidad como si en ella no ocurrieran realidades absolutas. En mover a discernir dónde se encuentran realmente tales realidades, en qué personas o grupos humanos. Y en reconocer que, a pesar de todo, en la historia puede haber salvación. 

Tal vez, -según Sobrino – la personalidad de Monseñor Romero aparece en la vida de Ellacuría como inspirador profético. Este texto de Ellacuría muestra cómo Monseñor vio al Dios de la Historia: 
“Sobre dos pilares apoyaba [Romero] su esperanza: un pilar histórico que era su conocimiento del pueblo al que él atribuía una capacidad inagotable de encontrar salidas en las dificultades mas graves, y un pilar trascendente que era su persuasión de que últimamente Dios es un Dios de vida y no de muerte, que lo último de la realidad es el bien y no el mal”. 

Conclusión 

Terminamos con un texto del mismo Jon Sobrino con el que finaliza su emotiva ponencia: “En mi opinión, el olvido del pueblo crucificado y de la civilización de la pobreza debieran ser superados, pues son merma deshumanizante de profecía y utopía. La fe en el paso de Dios es otra cosa. En libertad y agradecimiento, relacionada con el pueblo crucificado y la civilización de la pobreza, puede humanizarnos. No dilapidemos esa herencia”. 



octubre 2009

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