Hace unos días el mundo andaba revuelto –y con razón– porque al condenar los incidentes de Charlottesville el presidente Trump había expresado equidistancia en su condena a los radicales “de ambos lados”. Como si mantener idéntica distancia respecto a supremacistas blancos y activistas de izquierda fuera la aristotélica virtud del término medio. Se le echaron encima propios y ajenos, condenando esa declaración, y señalando que no es lo mismo ser racista que no serlo. Y punto. En este caso, parece evidente que el planteamiento del presidente norteamericano fue inadecuado, peligroso por su ambigüedad, y reprobable. Después, ocurrió el atentado de Barcelona, y como nuestro mundo vive a base de inmediatez, lo de Trump y Charlottesville parece que pasó a la hemeroteca o al olvido. Así es este mundo contemporáneo.
Sin embargo, a base de estos acontecimientos fugaces, y aun sin darnos cuenta, se va creando una manera de pensar y una manera de funcionar. Ya tenemos una nueva palabra que se puede utilizar para condenar: equidistancia. A partir de ahora los portadores de certezas de todo cuño tienen otro concepto que añadir a la retahíla de descalificaciones con las que consiguen nunca darse por aludidos. La polarización, el extremismo, los enfrentamientos radicales y las descalificaciones totales están a la orden del día. Y con ellos, los maximalismos que niegan a una diputada del PP el derecho a citar a Lorca, a un periodista decir que no hay que condenar a todo el Islam por el terrorismo de algunos islamistas radicales, o a un miembro de la Iglesia señalar que algo debe cambiar. “Eres de los míos o eres enemigo”, parece proclamar ese extremismo. Y va extendiéndose la violencia verbal, derramada en redes y medios de comunicación. A partir de ahora, cuando algún convencido vea que alguien se sale de la ortodoxia de su grupo para tender algún tipo de puentes, siempre podrá añadir a la habitual retahíla “Eso es demagogia”, “buenismo”, “tibieza”, “corrección política”, un nuevo término: “equidistancia”. Y así, no necesitará entrar a argumentar.
Probablemente la equidistancia casi nunca sea posible. Y en ocasiones, como esta de Charlottesville, la condena de una mentalidad, una ideología o una forma de ver a las personas, deba ser tajante y sin ambigüedades. Pero, en la mayoría de las ocasiones, allí donde hay diferencia es posible encontrarse en puntos intermedios de un camino y huir de generalizaciones que casi siempre son injustas.Y solo desde allí tratar de comprender los argumentos, motivos, y también equivocaciones de quienes ven las cosas de manera distinta. Creo que es el único camino para una cultura del encuentro y no de la confrontación violenta y excluyente. Por más que abunden, en nuestro mundo, los defensores de las distancias insalvables.
José María Rodríguez Olaizola sj
pastoralsj
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