La juventud de internet y su fuerte impacto nos obliga a plantearnos cuestiones continuamente. Ver esto es salir de la caverna, en cierto modo. Quizá todavía con las categorías y aproximaciones “de antes” de la revolución digital, pero no disponemos de muchas más. De ahí que las comparaciones, odiosas por otro lado, nos sirvan como claro referente. Una de estas preguntas que no dejan de aparecer es si somos más transparentes en internet o si, por el contrario, es sólo una fachada que nos parapeta y defiende, al tiempo que nos oculta. La pregunta está hecha.
En primer lugar, como en todo lo humano, habrá situaciones de lo más diversas. No se trata aquí de analizar casos concretos. Y no tengo por qué dudar de las buenas intenciones de la mayor parte de los usuarios de redes sociales. Con todo, algunas reflexiones al respecto, que sin intentar zanjar la cuestión dejen abiertas las puertas a la reflexión personal y social sobre este fenómeno.
- Cuando hablamos de transparencia nos referimos a la sinceridad, la autenticidad y la verdad de una persona que se muestra. Tarea, de por sí, difícil y compleja con internet o sin él. Pues supone una persona que, conociéndose a sí misma, de algún modo se revela. Pero también hace alusión a una cierta espontaneidad, sin filtros ni convencionalismos sociales, que da rienda suelta a sus pensamientos, opiniones e interpretaciones de lo humano y lo divino. De nuevo, un matiz: confundir lo bueno o la libertad personal con un ejercicio asentado en pasiones desenfrenadas, sentimientos y emociones primarias, quizá nos despiste de lo genuinamente humano. Hablar sin considerar la propia responsabilidad, sin atender al otro con el que se dialoga tampoco parece que sea lo más razonable y, en el fondo, nos aleja de algún modo de nosotros mismos en tanto que personas.
- Otro aspecto, indiscutiblemente crucial en este asunto, es si internet es capaz de contener a una persona en su conjunto, o si se produce una pérdida de algo fundamentalmente humano al acceder a la red. Porque algo tan básico como la corporalidad y el rostro, de momento no tienen cabida. Se espiritualiza, dicen algunos, como queriendo mostrar que se puede vivir humanamente sin cuerpo, que en definitiva es aquello que nos sitúa en el mundo y nos posibilita el encuentro, el reconocimiento. A mi entender, un avatar, una imagen e incluso un vídeo en directo, no son lo mismo. Hay un cierto mostrarse en internet que en definitiva no puede ser auténtico.
- El lugar en el que una persona se revela como es, muestra su ser, es la acción. Mientras que internet sigue siendo a día de hoy un entorno de discurso, de comunicación. Si bien, ciertamente internet es una cierta acción constante de la persona, en esta se puede percibir un interés controlado y dirigido más a la apariencia que a la realidad. De ahí gran parte de las críticas globales que se hacen a este entorno, y del que nadie parece quedar ni libre ni al margen. Poner un pie aquí es exponerse, y no puede ser de otro modo. Más aún cuando, por ejemplo en un vídeo, se intenta hacer una propuesta de diálogo más que de monólogo. Inter-acción sigue siendo, a mi modo de ver, la esencia de la red que se renueva diariamente. Y los algoritmos están diseñados para esto, para que pierda interés y visualización aquello o aquel con quien no hay interacción alguna. El vínculo digital propiamente se ejecuta en la reacción, no tanto se acentúa en la acción primera.
- ¿Vivimos silenciados e internet nos ofrece espacios para hablar con claridad?Parece que sí, y que muchos lo usan. Pero conscientes, en cierto modo, de que todo repercute en su propia vida e identidad, y que ésta no es separable en digital y analógico, también surgen formas anónimas, que son estrictamente lo más contrario a la transparencia de la que estamos hablando. El anonimato es el deseo explícito de no mostrarse y ocultarse en cuanto a persona. Sin lugar a dudas, las redes sociales generan un tráfico ingente de opiniones, ideas e ideologías, en las que la palabra es más visible que la persona. Y puesta la palabra en medio, desprendida de quien la dice y de su contexto, muchas veces se hace ésta oscura por sí misma, creando mayor confusión que claridad.
- El control de nuestra imagen e identidad, ligado a las relaciones. Por un lado, observamos los peligros y malos usos de internet, siendo muy conscientes del daño que pueden causar sobre las personas. Tanto en su reputación, como en los estigmas. Aunque es probable que no hayamos atendido a todos los problemas sociales e ideológicos que están generando, no ya sin más entre los más jóvenes. Por otro lado, se impone el control férreo de aquello que enseñamos y dejamos ver de nosotros mismos, y de nuestras preocupaciones y ocupaciones. No por prudencia, sino porque parece revalorizar en muchos casos lo que somos. Una buena imagen digital, sustentada en opiniones de otros, da un valor añadido, por ejemplo, a nuestro curriculum y trabajo. Mucho más importante que un buen traje de presentación. Simplemente por el hecho de que aquello que se comparte sea mejor acogido por un gran grupo, y dando por supuesto que el número criba y selecciona aquello de mejor calidad. Por tanto, sabiendo esto, también la identidad generada no es en verdad real sino más bien destinada a impresionar en otros. Es como una intención extrínseca, que hace desaparecer igualmente la relación entre dos personas “reales” y los sitúa mirando espejismos.
- Por último, darle la vuelta a la pregunta. ¿Transparente es, sin más, mostrarse uno mismo o deberíamos relacionarlo, muy decisivamente, con la actitud que la otra persona, la que ve y escucha, tiene hacia quien decide mostrarse? Lo pregunto porque, en el mejor de los casos, damos por supuesto que alguien que se muestra como es acogido como es. Y mucho me temo que la relación vuelve infinitamente más complejo el asunto, si en algún momento a alguien pareció sencillo. Actúan prejuicios, lo que cada uno es capaz realmente de entender y hacer suyo reflexivamente, y el ánimo de ir hacia el otro dejándose ver, no simplemente espiando imágenes o contenidos, es decir en el diálogo que hace auténtico el encuentro.
José Fernando Juan
entreParéntesis
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