Imagen extraída de: Web de la Santa Sede
Tan solo una semana después de la visita del papa Francisco a Chile resulta aventurado hacer un balance global de sus efectos. Algunos esperaban –ingenuamente- que su presencia, gestos y palabras fuesen la oportunidad para dar vuelta la página a un tiempo de escándalos, desprestigio y dificultades severas en la vida de la Iglesia chilena. Nada de eso ha ocurrido, sino más bien lo contrario. En lo más inmediato ha quedado una sensación de amargura y frustración. La petición de perdón que ha realizado en el Palacio de la Moneda, ante buena parte de las autoridades nacionales, manifestando vergüenza ante el daño irreparable a niños causado por los abusos de ministros de la Iglesia, ha pasado un poco al olvido, se ha hecho poco creíble. Y esto por el protagonismo mediático del caso Karadima y en particular del obispo Juan Barros -acusado extrajudicialmente de encubrir los abusos de quien por décadas fuera su mentor- que pudiendo restarse de las actividades de la visita apostólica, ha insistido en participar, lo que por muchos ha sido considerado como una provocación. Las palabras del papa a una periodista en Iquique respecto del obispo Barros –ampliamente difundidas en todo el mundo- y la posterior conferencia de prensa en el avión ya de regreso a Roma, han sido motivo de escándalo. Ha sido el mismo papa Francisco quien ha confirmado al obispo Barros en su misión como obispo de Osorno, rechazando en dos ocasiones su renuncia. Mientras no haya pruebas concluyentes, ha dicho el Papa, él lo considera inocente, y por lo tanto no procede que dé un paso al costado. Decir lo contrario sin evidencias es calumniar, ha insistido, apuntando a las víctimas de Karadima que en Chile son mayoritariamente consideradas valientes héroes sobrevivientes.
Suspendiendo por un momento la atención en este punto de su visita, destacan dos mensajes en el plano de lo que se esperaba ocurriera: el reconocimiento y valoración de los pueblos originarios, y el cuidado y acogida de los inmigrantes. Tanto en la misa en Temuco como en la Pontificia Universidad Católica ha invitado Francisco a incluir dentro de los ajustes que hacer al modelo de desarrollo y educativo chileno la visión del buen vivir de los pueblos originarios: en armonía con el medio ambiente, respetando los ciclos naturales, y evitando una actitud depredadora que pudiera ser beneficiosa para algunos en el corto plazo, pero dañina para todos y para la tierra a la larga. Es la perspectiva ecológica integral tal como ha tratado en la Laudato Sì. Al mismo tiempo ha invitado a todos a ser artesanos de unidad -distinto de uniformidad- saliendo al encuentro, venciendo prejuicios, reconociendo la pluriculturalidad que nos constituye, propiciando diálogo, y evitando el recurso a la violencia (solo en los días de su visita fueron quemadas dos capillas, aparentemente por parte de grupos mapuche). En Iquique ha insistido el Papa en la importancia de acoger y valorar a quienes llegan a esta tierra en busca de paz y un mejor pasar: la inmigración hacia Chile ha crecido exponencialmente en los últimos años, particularmente desde Haití, Colombia y Venezuela. En el mismo plano de lo previsible, su encuentro con los jóvenes en el Santuario Nacional de Maipú –menos concurrido que lo esperado– se ha desarrollado en el tono que el papa nos tiene acostumbrados: un lenguaje cercano, interpelador, motivante.
Quizás el punto más alto del viaje apostólico ha sido la visita a la cárcel de mujeres de San Joaquín, junto a su encuentro con el Cristo Pobre en el santuario de San Alberto Hurtado. Paradójicamente, en ambos casos el protagonista no ha sido él: en la cárcel escuchó las palabras de la Hna. Nelly León, capellana, y el testimonio de Janeth Zurita, reclusa de 35 años, quien ha evidenciado las condiciones en las que enfrentan su condena quienes son madres, así como las circunstancias sociales que las han hecho delinquir. Janeth ha pedido perdón por su delito, a la vez que una oportunidad de reinserción social para sacar adelante a sus hijos. Al día siguiente, en el santuario del Padre Hurtado, ha compartido unas sopaipillas[*] con personas usuarias de distintos programas del Hogar de Cristo y otras fundaciones de inspiración cristiana. En este encuentro, el Papa, más allá de la bendición de la mesa compartida, no ha pronunciado palabra. En ambos casos se le ha visto cómodo y contento, y se ha mostrado el rostro de una Iglesia pobre y servidora de los más pobres.
En otro estilo, se ha encontrado el papa con sacerdotes, religiosa/os y seminaristas, reunidos en la catedral metropolitana de Santiago. Ahí les ha invitado a no permanecer rumiando la desolación ante la situación presente, considerando tres situaciones vitales de la vida del apóstol Pedro y de la comunidad cristiana: el abatimiento, la misericordia, la transfiguración. La vivencia personal tiene siempre su correlato en la comunidad. Acto seguido, en la sacristía de la catedral, se ha reunido con la Conferencia Episcopal en pleno, insistiéndoles en su mensaje que ha repetido tantas veces de evitar el apego al poder y la tentación del clericalismo. Según Austen Ivereigh –biógrafo del papa- esto ha sido lo nuclear de su mensaje y la invitación que los católicos en Chile debieran acoger con mayor seriedad y hondura, cuidando no usar al obispo Barros como chivo expiatorio que sacrificar, ante un prestigio eclesial en brutal picada que tiene explicaciones mucho más profundas y complejas.
Conviene detenerse un momento, respirar hondo, contar hasta 10 o hasta 100, y poner las cosas en perspectiva. La sociedad chilena ha cambiado mucho en los últimos 30 años, para bien. La anterior visita de un Papa, la de Juan Pablo II en abril de 1987, se ha dado en contexto de saliente dictadura, con indicadores sociales y económicos bastante más modestos que los que observamos hoy, y con la Iglesia católica en alto prestigio tras su compromiso con la defensa de los DDHH. Una buena parte de esa misma Iglesia permanece, aunque mucho más avejentada y no sabiendo reaccionar adecuadamente al proceso secularizador, con dificultades serias para la transmisión de la fe a las nuevas generaciones. En los mensajes del papa Francisco se observa que está al tanto de la situación presente y, salvo el gravísimo asunto de los abusos y encubrimientos, difícil de mantener en un segundo plano, sus palabras son una exhortación profunda y acertada que conviene meditar y hacer propias, discerniendo lo que el Espíritu sugiera hacer. Como afirma el teólogo Jorge Costadoat, algo bueno puede salir de todo esto. Yo estoy convencido de ello. Pero la iniciativa no parece bueno esperarla de la cabeza, sino más bien de la base, desde las familias, comunidades, fundaciones, parroquias, movimientos, que a lo largo de Chile intentan ser fieles a las enseñanzas de Jesús en esta porción de su Pueblo.
[*] Masa frita.
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Puede leer todos los discursos y homilías, y acceder a contenido multimedia de la visita del papa Francisco a Chile y Perú, en este enlace.
José Francisco Yuraszeck sj
Cristianisme i Justicia
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