El año empieza, para las personas creyentes de la mano de María de Nazaret.
Recibo de sus labios la bendición que ella debió escuchar cientos de veces de labios de sus mayores, y gracias a su apertura fue capaz de hacerla suya, de comprenderla con la sabiduría del Espíritu:
“El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz” (Num. 6, 24-27).
La hemos contemplado, estos días pasados, de itinerante, madre soltera, pobre, incluso peligrosamente arriesgada, dado su estado. Los evangelistas no suavizan los textos que están llenos de una belleza incómoda, de una experiencia, que desde nuestro sofá y calefacción, nos resulta exagerada.
Luego la historia se ha encargado de cargarla de collares y con ello de mordazas porque engalanada, María no es Miriam de Nazaret, es una proyección de las necesidades del pueblo, y María pasa a convertirse en otra.
A mí me ayuda, atrae y motiva mucho la de Nazaret. La joven judía que hacía suya la Palabra que casi seguro no podía leer porque no sabía, pero que escuchaba y memorizaba y repetía cientos de veces en su corazón. Hasta aquí nada que nosotras y nosotros no podamos hacer. La diferencia es que sí podemos leer y leemos tanto que nuestra mente se carga, y nos quita la capacidad de asombro porque ya no hay pobreza hay amontonamiento de información que va anestesiando el alma.
¿Cómo acogería Miriam estas palabras de Proverbios 2, 1ss? :
“Hija mía, si aceptas mis palabras escuchando a la sabiduría y prestando atención a la prudencia; si invocas a la inteligencia y llamas a la prudencia; si la procuras como el dinero y la buscas como un tesoro, entonces comprenderás el respeto del Señor y alcanzarás el conocimiento de Dios. Porque es el Señor quien da la sabiduría, de su boca proceden saber e inteligencia”
Me atrevo a pedirte en este momento que te detengas y vuelvas a leer el texto anterior, y te dejes llenar de su fuerza, porque sólo así podremos llegar a comprender a Miriam de Nazaret. Alguien que sí acepta la palabra de Dios en su vida, tanto que se hace carne de su carne, tanto que nos regala el fruto de su fe porque no le teme al Señor, porque experimenta su respeto y comprende que todo es regalo: la vida de Dios, no en su cabeza, ahí no cabe, sino en sus entrañas porque la sabiduría de Dios pide la colaboración inteligente, responsable, consciente de una mujer.
Empieza un año y se nos invita a dejarnos “embarazar” de la vida de Dios, gestando su palabra en nuestros silencios y oscuridades, en nuestras luces y sombras.
Miriam no quiere admiradores, es nuestra hermana mayor, que nos acompaña en nuestro recorrido. El misterio no es un milagro, el misterio es el día a día vivido con la disponibilidad de los itinerantes que son guiados paso a paso por dentro, por esa Palabra que se hace carne, si le dejamos.
Hoy Miriam somos nosotras y nosotros. Hermanos mayores de una humanidad muy envejecida pero también muy expectante. Nunca tantos y tantas habían estado tan empoderados por la sabiduría de Dios, por la plena consciencia de nuestra identidad.
La tarea está ahí, casi por estrenar. Miriam nos lo resume, inspirándose en su matriarca Ana:
Mi alma canta la grandeza del Señor, mi espíritu festeja a Dios mi salvador, porque se ha fijado en mi pequeñez…él que dispersa a los soberbios en sus planes, derriba del trono (de su ego?) a los poderosos y eleva a los humildes, colma de bienes a los hambrientos y despide vacíos a los ricos (Lc 1, 46-53) (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
¡Que este año que empieza esté lleno de Miriams!
Magdalena Bennásar
Eclesalia
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