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Hace poco más de una semana el Papa Francisco visitó, por primera vez, Chile. La visita pastoral del Obispo de Roma, largamente esperada por una alicaída Iglesia Chilena, estuvo, lamentablemente, llena de controversias. Y aunque el Papa ya no está el Chile, la polémica no ha tendido a disminuir. ¿Qué ha pasado en esta visita? ¿Por qué muchos piensan que ha sido una visita fallida en la que la Iglesia y el Papa han salido mal parados tanto a nivel local como internacional? Miremos qué ha sucedido.
Durante la dictadura militar de Pinochet, la Iglesia Chilena fue un baluarte en la defensa de los derechos humanos. Con la vuelta a la democracia, el año 1991, la Iglesia pasó a ser reconocida como la institución más confiabley con mayor peso moral en el país. De alguna manera, como gustan decir a algunos sociólogos, tenía un cheque en blanco de credibilidad y confianza frente a la sociedad chilena. Casi tres décadas más tarde, la situación ha cambiado radicalmente.
Hoy en día se estima, dependiendo de las fuentes, que entre el 45% y el 59%de la población chilena se declara católica. Los evangélicos o pentecostales, por su parte, son el 17% de la población (una cifra que casi no ha variado en 10 años). El resto de la población chilena perteneciente a otra religión o simplemente se reconoce como sin religión, agnóstica o atea (este es el grupo que más ha aumentado).
¿A qué se debe este declive del catolicismo? El fenómeno es complejo y tiene múltiples causas. La primera -y más notoria- han sido los abusos numerosos casos de abusos sexuales cometidos por sacerdotes. Es difícil encontrar una congregación o una diócesis donde no haya habido un caso de abuso. La sociedad chilena, por su parte, ha sentido que en las autoridades eclesiales ha habido lenidad, hasta antes de que se dieran a conocer los casos por la prensa, en la respuesta frente a tales abusos.
Pero los abusos sexuales del clero, aunque han sido importantes, no explican del todo la fuerte secularización de la sociedad chilena. En los últimos 30 años ha habido un profundo cambio social y económico del país. El neoliberalismo, impuesto por la dictadura militar y continuado con matices más sociales por los gobiernos democráticos, ha producido un fuerte desarrollo económico y social. Junto con tener más poder adquisitivo, más educación, más posibilidades, la gente se ha vuelto más individualista y consumista. Así, no es de extrañar que el panorama del domingo para muchas familias sea una obligada visita a alguno de los grandes centros comerciales o malls.
Por último, desde dentro de algunos grupos de la misma Iglesia se apunta una tercera causa. Durante la dictadura militar la Iglesia fue una Iglesia popular, cercana al pueblo, llena de vida a través de las comunidades de base. Con los años esa Iglesia fue lentamente desmantelada, alejándose de los pobres y volviéndose una Iglesia más cercana a la clase alta.
Como se puede apreciar, la situación por la que atraviesa la Iglesia Chilena no es para nada fácil. Por eso la visita del Papa Francisco era tan esperada: daría renovada esperanza a una Iglesia más que alicaída. El problema es que las cosas se torcieron y no salieron tal como se esperaba.
El primer acto público que tuvo el Papa Francisco fue en La Moneda, el palacio de gobierno. Allí, frente a la clase política chilena, reconoció el “dolor y la vergüenza, por el daño irreparable causado a niños por parte de ministros de la Iglesia”. A esto agregó que “es justo pedir perdón.” Ya antes el Papa había pedido perdón por los abusos cometidos por los ministros de la Iglesia, pero nunca frente a la clase política de un país. Esto fue una novedad que sorprendió y gustó a muchos: el Papa pedía perdón y se ponía, nuevamente, del lado de las víctimas.
Sin embargo, la consolación por el perdón del Papa duró poco y, lo que es más lamentable aún, sus palabras y gestos (la visita a la cárcel de mujeres, la celebración y homilía en Temuco, tierra del pueblo Mapuche con el que el Estado Chileno aún tiene temas pendientes, la visita a Iquique y sus palabras sobre la migración, etc.) terminaron por ser opacados por la presencia del obispo de la diócesis de Osorno Juan Barros Madrid en todas las eucaristías que el Papa celebró.
Monseñor Barros Madrid es acusado, por un grupo de víctimas de abusos sexuales, de haber sido encubridor y cómplice del sacerdote Fernando Karadima. Para comprender esta acusación, vale la pena detenernos, brevemente, en el caso Karadima.
El padre Karadima -o “el santito” como le decían sus cercanos- fue durante muchos años párroco de la parroquia Sagrado Corazón del Bosque, ubicada en un barrio de clase alta de Santiago. Desde esa posición fue lentamente amasando su poder fáctico en la sociedad e Iglesia Chilena a través de sus relaciones sociales y, sobre todo, de las más de 40 vocaciones sacerdotales al Seminario de Santiago. Entre esas vocaciones hay 4 obispos, uno de ellos es monseñor Barros Madrid.
El año 2010 se hicieron públicas, a través de un reportaje en televisión, las acusaciones contra Fernando Karadima fue acusado por tres de sus víctimas -Juan Carlos Cruz, José Andrés Murillo y James Hamilton- de abusos sexuales y psicológicos. La acusación, por la importancia de Karadima y las redes de protección que tenía en la Iglesia Chilena, tuvo una repercusión enorme en la sociedad chilena. Muchos sacerdotes cercanos a Karadima, entre ellos los cuatro obispos de su grupo, escribieron sendas cartas a Romadefendiendo la vida ejemplar del padre Karadima y afirmando su inocencia sin lugar a duda.
En el mes de enero del año 2011 la Santa Sede declaró culpable de abuso sexual y abuso de poder otorgado por la potestad canónica al presbítero Fernando Karadima, condenándolo a una vida de penitencia y oración. La justicia civil chilena, por su parte, consideró que las acusaciones estaban acreditadas, pero habían prescrito. Por esta razón la causa se sobreseyó.
En toda esta trama de abusos sexuales y psicológicos, las víctimas afirmaron en sus declaraciones -tanto canónicas como civiles- que monseñor Barros Madrid fue testigo de los abusos sexuales y que también participó de los abusos de poder realizados por Karadima. Aún más, mientras era secretario de monseñor Juan Francisco Fresco, cardenal y arzobispo de Santiago, Barros habría destruido una carta de denuncia por las acciones de Karadima. Monseñor Barros, por su parte, afirma que nunca supo de ninguna denuncia contra Karadima y que tampoco vio ni supo nada en los casi 30 años que duró su relación.
Como hemos dicho, la visita del Papa Francisco a Chile se vio opacada por la presencia de monseñor Barros en cada una de las eucaristías, pero el broche final de esta tragedia la puso el mismo Papa cuando, al ser consultado por la prensa sobre la situación del obispo de Osorno, afirmó que “el día que me traigan una prueba contra el obispo Barros, ahí voy a hablar. No hay una sola prueba en contra. Todo es calumnia, ¿está claro?”. Evidentemente las reacciones no se hicieron esperar. Las víctimas de Karadima, quienes pasaron por la traumática experiencia de ser abusados y luego pasar por dos procesos judiciales, declararon públicamente que es inaceptable y ofensiva la defensa del Papa al obispo Barros. La sociedad chilena, por su parte, ha reaccionado con incredulidad y rechazo frente a las declaraciones del Papa. Para muchos es incomprensible, desde su perspectiva, que la Iglesia siga amparando a quienes han abusado o encubierto esos abusos.
¿Qué queda después de la visita del Papa Francisco a Chile? Es verdad que, en su viaje de vuelta a Roma, el Papa matizó sus palabras dichas en Iquique, pues reconoció que había causado a las víctimas un dolor que no quería. Pero, pese a lo anterior, reafirmó su defensa del obispo Barros. El mensaje del Santo Padre ha quedado reducido, lamentablemente, a la situación de monseñor Barros.
La molestia, desazón y, para muchos, rabia con para con la Iglesia Católica se ha instalado en buena parte de la sociedad chilena y en no pocos católicos. Luego de la visita del Papa ha quedado la sensación de que las grandes declaraciones no han sido acompañadas de hechos efectivos que ayuden a curar y a volver a confiar en la Iglesia. Hoy en día no basta con hacer declaraciones en el espacio público para que la sociedad crea y confíe en una institución, sino que se requieren actos efectivos que muestren la intención.
Ignacio Sepúlveda
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Nota: Ignacio Sepúlveda es Profesor de Ética y Filosofía Política. Profesor del Departamento de Humanidades y Filosofía de la Universidad Loyola Andalucía. Doctor en Filosofía Política por la Universidad de Valencia. Máster en “Ética y Democracia” y máster en “Políticas de Integración Ciudadana”, ambas por la Universidad de Valencia. Licenciado en Teología por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Licenciado Filosofía por la Universidad Alberto Hurtado, Chile. Ha trabajado en educación en Chile y Estados Unidos, además de colaborar en temas sociales. Investiga en temas de Filosofía de la Religión, Religiones y Espacio Público, Islam y la Sociedad Española, Ciudadanía y Democracia.
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