Poco más de 400 personas procedentes de las 7 zonas del arzobispado de Santiago se reunieron el 12 de octubre pasado para celebrar el “Día de las comunidades cristianas de base”. Allí reflexionaron sobre los nuevos espacios que requieren ser evangelizados en la ciudad: migrantes, jóvenes, comunidades de trabajadores y otros que van generando también subculturas con desafíos nuevos. ¿Cómo vivir la fe en esos contextos y cómo hacerla creíble en el testimonio de cada uno?
Los participantes quedaron contentos por la vivencia comunitaria de la fe que experimentaron en la liturgia, en la convivencia, en la reflexión compartida. También reconocen que cada vez se va reuniendo un número menor de personas ya que hace algunos años llegaron a ser más de mil, cuando en el arzobispado de Santiago había casi 500 comunidades cristianas de base con mucha vitalidad y dinamismo. Hoy quedan unas 200.
“Se entiende por Comunidad Eclesial de Base un grupo pequeño en el cual sus integrantes se conocen, comparten su vida, celebran su fe y se ayudan mutuamente a vivir plenamente su compromiso en la construcción del Reino”, las describe el teólogo Gregorio Iriarte. Y agrega que “ellas quieren ser la expresión actualizada más parecida a las primeras comunidades cristianas descritas en los Hechos de los Apóstoles”.
Individualismo y consumismo son obstáculos
Keko Cárdenas es el Director del Departamento de Comunidades del Arzobispado de Santiago e integrante del Departamento nacional en la Conferencia Episcopal de Chile, con muchos años dedicado a estas comunidades. En Chile, como también en Brasil, se difundió mucho la participación, especialmente en sectores populares, en estas comunidades con más énfasis en compartir la vida; no son lo mismo que las comunidades eclesiales (CEB) que organizan su misión evangelizadora en comunidad asumiendo tareas en liturgia, catequesis, jóvenes, solidaridad, misiones, en su sector articuladas en el consejo pastoral parroquial. Así la parroquia viene a ser comunidad de comunidades.
“El individualismo creciente en nuestra sociedad es un obstáculo para la comunidad y para la solidaridad, explica Cárdenas. Hay organizaciones y prácticas solidarias, de apoyo, acompañamiento y ayuda, pero no son el rasgo predominante en la cultura, sino que más bien el énfasis está en lo individual, en el logro personal, en la competencia”, expresa.
Los valores impuestos por la sociedad de mercado donde todo tiene un precio, se vende y se consume, son otro obstáculo importante. “Esta cultura también contagia la Iglesia, agrega Cárdenas. Sin relación de gratuidad es fácil dejar de reconocer al otro en su dignidad de persona, en su rasgo de irreemplazable. La gratuidad nos lleva al compromiso en la lucha por mejorar las condiciones para que todas las personas tengan una vida cada vez más humana. La gratuidad es la marca que tenemos como creyentes en Jesús”, afirma.
Y continúa indicando que “la comunidad cristiana de base es la manera de vivir la fe. La cultura actual va reduciendo los espacios de gratuidad, y al contrario se impone la productividad y el beneficio. Mientras entre los cristianos la relación amorosa, acogedora, misericordiosa, es más bien gratuita y debe ser la que marca la vivencia de fe. La experiencia de comunión tiene fuerte esta marca de gratuidad”.
Cárdenas recuerda que el origen de esta experiencia pastoral estuvo en la II Conferencia del Episcopado Latinoamericano realizada en Medellín en 1968, donde los obispos, inspirados en el Concilio Vaticano II aplicaron a la realidad de nuestro continente conceptos como pueblo de Dios e inserción en la sociedad. La expresión de Gaudium et Spes “la Iglesia avanza con toda la humanidad, experimenta la suerte terrena del mundo y su razón de ser es actuar como fermento y alma de la sociedad” tuvo un impacto detonante transformador en la pastoral de la Iglesia.
Entre los ricos, innovadores y profundos planteamientos del Documento de Medellín estuvo la idea de fomentar las comunidades de base: “Que se procure la formación del mayor número de comunidades eclesiales en las parroquias, especialmente rurales o de marginados urbanos”, afirmó.
Comunidades evangelizadoras
Pocos años después el Papa Paulo VI, en Evangelii Nuntiandi, las señala como agentes de evangelización: “escuchando el Evangelio que les es anunciado, y siendo destinatarias privilegiadas de la evangelización, ellas mismas se convertirán rápidamente en anunciadoras del Evangelio”.
En este contexto eclesial, para Keko Cárdenas “la práctica comunitaria es esencial en la vida de la fe, no es una opción. Se es cristiano en una comunidad”, afirma aludiendo también al Documento de Puebla que destacó la comunión y participación en la vida de la Iglesia.
Reconoce la necesidad de “un diagnóstico del estado actual de las Comunidades y su contexto urbano actual, mirarlas desde la orientación magisterial para proyectar lo que necesitamos renovar en esta práctica pastoral”. Y con entusiasmo agrega: “Creo que la enseñanza del Papa Francisco está revitalizando, reimpulsando esta vivencia de la fe en comunidad. Aprendemos de los migrantes, de los pueblos originarios, cómo ellos valoran la comunidad y desde ellas proyectan sus prácticas”.
Roberto Urbina Avendaño
Vida Nueva
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