La
visita del Papa Francisco ha dejado a la iglesia chilena en una grave crisis.
No han sido sus últimas palabras de respaldo al obispo Barros la causa del
estruendo y la estampida. Hace ya muchos años que los católicos no se sienten
interpretados por sus pastores. La crisis en curso es una crisis de confianza.
Los fieles no creen a las autoridades que debieran transmitirles el
cristianismo. El Papa pide pruebas contra Barros. Los acusadores o el mismo
Comité permanente del episcopado tendrán que hacer una acusación formal que
permita deponer al obispo por carecer de “buena fama” (Código de derecho
canónico 278, 2). Pero el problema es más profundo: jerarquía eclesiástica no
parece entender que, desde el punto de vista del sentir común de los
ciudadanos, se ha invertido el peso de la prueba. Los chilenos, en vez de
confiar en ellos, han preferido creerle a las víctimas de los abusos sexuales,
psicológicos y espirituales del clero. El obispo de Boston Sean O’Malley,
presidente de la comisión de los 9 cardenales que asisten al Papa, ha lamentado
lo ocurrido. También él cree en quienes Francisco ha considerado calumniadores.
¿Qué
viene? No tengo ninguna idea precisa. No tengo tampoco autoridad moral para dar
instrucciones a nadie. Pero como un bautizado entre otros, me siento urgido a
hacer el bosquejo de la iglesia que espero.
Creo
que la iglesia católica del futuro tendrá que escribirse con minúscula: iglesia
y no Iglesia. En ella el eje horizontal debiera ser infinitamente más
importante que el vertical. La iglesia horizontal existe. Es maravillosa. El
problema es su invisibilidad. Hablo del cristiano común y corriente atento a su
alrededor, pronto a ayudar a cualquiera. Me refiero a iniciativas privadas de
beneficencia. Muchas fundaciones llevan un nombre cristiano. En ellas prima una
mística de amor a la humanidad sin apellido. Tengo en mente comunidades de base
en parroquias populares. Mi propia comunidad Enrique Alvear de Peñalolén. Pero
también pienso en comunidades en sectores acomodados que se reúnen para
entender sus pobres vidas a la luz de la palabra de Dios. ¿No pudieran
generarse redes de reconocimiento y de contacto entre las organizaciones
cristianas? ¿No tienen experiencias que compartir, bienes que poner en común y
necesidad de hermandad en tiempos de feroz orfandad?
La
iglesia católica en Chile, a mi parecer, debiera ser fundamentalmente una
iglesia de hermanos y hermanas. No por nada los evangélicos se llaman así. Es
hermoso verlos tratarse en estos términos. Fidelidad horizontal, perdón mutuo,
amor horizontal, enseñanza horizontal, aprendizaje horizontal, gobierno
horizontal, esto es lo que falta. Lo que urge es democracia, participación de
la mujer, reconocimiento de la dignidad de los diferentes y disidencia. En la
iglesia del futuro “los últimos debieran ser los primeros y los primeros los
últimos” (Jesús). Una iglesia horizontal tendría que poder aprender de sí misma
y, por lo mismo, gozar de la libertad suficiente para probar y equivocarse. Cada
uno tendría que poder arreglárselas con el Evangelio a su manera. A los que no
han podido sino sufrir en su vida, su dolor tendría que serles convalidado como
el grito en la cruz de Jesús contra Dios.
Me
han llegado varios avisos de personas dispuestas a dar un paso fuera de la
iglesia. Les digo cuidado. Se trata de una tradición de 2,000 años. No es
cuestión de conservarla como joya de museo. Hoy, cuando el mundo experimenta
una progresiva desorientación, se harán más necesarias las experiencias
colectivas probadas de humanidad que nos digan más o menos por dónde seguir. (Los
abuelos probablemente se volverán más necesarios que Google). Una iglesia con
minúscula, la mera idea de una iglesia horizontal, no salen de la nada. Son
inspiradas por una tradición cristiana milenaria que cree en la fraternidad entre
los seres humanos. Lo que se necesitan son nuevas interpretaciones del
cristianismo, mucho más creativas o mucho más proféticas que las que le ha
tocado a nuestra generación. En las últimas décadas hemos debido padecer un
catolicismo impuesto de arriba-abajo, y a raja tabla. La libertad, la alegría, el
juego, la reconciliación y la apertura a las otras tradiciones de humanidad,
filosóficas y religiosas, la conjugación del cristianismo con los seres humanos
más diversos, puede, espero, que le devuelva a la iglesia la vitalidad que
pierde como globo que se desinfla.
¿Qué
espacio tendrán los obispos y el Papa en la iglesia del futuro? No logro verlo
con claridad. Es evidente que la iglesia necesita orientaciones, mando y
organización. Pero la estructuración de la única iglesia que podría continuar
transmitiendo a Cristo, pienso, no podrá seguir siendo verticalista y clerical.
Jorge Costadoat sj
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