La despedida del Papa en Chile, a muchos católicos, nos ha dejado helados. No sin algún fundamento podemos pensar que sus últimas palabras de defensa del obispo Barros han sido calculadas. El viaje ha sido programado en todos sus detalles. Francisco ha procurado no fallar un solo tiro.
Por cierto, sus discursos y homilías han sido magníficos. ¡Qué diferencia con el lenguaje eclesiástico modoso e intrascendente! Francisco ha ido al hueso. Se focalizó en los pobres. Tocó los temas difíciles, dijo cosas nuevas. Nos abrió el corazón. Lloró con las víctimas de los abusos sexuales de los ministros de la Iglesia por los cuales reconoció sentir “dolor y vergüenza”. Sin embargo, a muchos su visita nos ha dejado un sabor muy amargo.
Lo digo yo –se me perdone que hable de mí – que he escrito dos libros sobre el Papa, ayudando a la renovación de la Iglesia que él ha impulsado. No puedo juzgar intenciones. Me falta además mucha información como para formarme un juicio cabal de lo que sucede en el episcopado chileno. (Pero puedo imaginar que en la conferencia el desconcierto pueda ser mayor que el mío). Con los datos que tengo, especialmente después de conocer la carta del mismo Papa al Comité permanente sobre la intención de sacar de sus cargos a los tres obispos de Karadima (2015), concluyo que no entiendo nada.
Otros tan o más perplejos que yo me piden mi opinión. ¿Qué puedo decir? La perplejidad es parte de la vida. Ante ella no hay que desesperar. Las aguas están muy revueltas para ver con claridad y, más aún, para tomar decisiones. Es más, está tan agitado el mar que es casi seguro que nos equivocaremos si actuamos con prisa.
A quienes me preguntan les respondo como lo hago conmigo mismo. Tal vez esta tremenda frustración sea el principio de un futuro nuevo para la iglesia chilena. Se me cruza por la mente la idea de una Iglesia que espera menos del clero y muchos más de los bautizados y las bautizadas. Una de las taras del clericalismo que el mismo Francisco combate es su falta total de imaginación. Es pura estrategia. ¿Y si los muchos que rezamos “venga a nosotros tu reino” comenzáramos practicarlo antes que la nave zozobre?
El que para muchos puede constituir un viaje fracasado del Papa, puede convertirse en el comienzo de algo por fin mejor. Tal vez sea cosa de quererlo y de inventarlo. ¿No habrá llegado la hora de dejar de pedirle peras al olmo, de cesar de lloriquear y de actuar como si nos hubieran dejado completamente abandonados?
Jorge Costadoat sj
Cristo en Construcción
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