Al relatar su progreso en la búsqueda de Dios, von Hügel nos describe una etapa institucional, seguida de una etapa crítica, y culminando en lo que llama una etapa mística. Esto no significa escuchar voces celestiales o mágicas, sino que lo siguiente: nosotros los mayores lo hemos visto todo, y sabemos que el bien y el mal, como el trigo y la cizaña de la parábola, coexisten no sólo en países e instituciones, sino que en cada uno de nosotros. La oscuridad total y la luz
resplandeciente se presentan muy rara vez; aprendemos a vivir con ambas, luz y oscuridad.
Hacemos lo mejor que podemos, y estamos preparados para renunciar a la seducción de conocer la perfecta explicación de la realidad, o la fórmula perfecta para la vida de cada uno. En la etapa mística nos sigue acompañando la etapa institucional: aún amamos los adornos y los sonidos de una ceremonia religiosa bien ejecutada, y nos conforta sentirnos partícipes de un numeroso cuerpo de creyentes. Tampoco hemos dejado atrás la etapa crítica: empleamos nuestra mente en nuestra religión, y no tenemos ilusiones sobre las debilidades de los discípulos de Jesús --- después de todo, Pedro, el primer Papa, tuvo que vivir con el recuerdo de haber negado públicamente al Señor, una y otra vez.
Pero cuando hemos argumentado sobre todas las grandes preguntas de la existencia humana, especialmente el misterio del mal, nos damos cuenta que confiamos más en el don de la fe, que en la razón pura.
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