Por Carmen Bellver
Algunas noticias son como dejar entrar un elefante en una chatarrería. El estruendo y la repercusión mediática tienen el mismo efecto que el del supuesto elefante. Un barullo que llama a la confusión y hace caer artículos y titulares siguiendo el proceso dominó. Uno tras otro, hasta confundir al personal que termina por no saber exactamente de dónde ha surgido la noticia y cuál es su parte de realidad y su parte de autoengaño.
Pues con el infierno, sucede lo mismo. Dicen que Juan Pablo II lo negó y que Benedicto XVI ha encendido otra vez las llamas del averno. Como si entre un pontífice y otro no hubiera una sintonía común. Porque ambos dejaron su testimonio en ese manual de primeros auxilios que es el Catecismo de la Iglesia Católica. Allí el infierno existe, como también existe la misericordia divina que hace difícil entender que cualquier hombre pueda condenarse eternamente.
Estas cosas son propias de teólogos y eruditos que llevan dándole vueltas al asunto desde tiempos del Concilio de Nicea. Y viene bien recordar que hacemos profesión de fe en el Credo diciendo que “Cristo descendió a los infiernos”. Ya sé que es más hermoso creer en la misericordia final. Pero también es verdad que puestos a salvarnos con independencia de nuestras creencias y actos, muchas cosas caerían por su propio peso.
Retomo las palabras del propio Catecismo:
“Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra “infierno”. 1033 del catecismo de la Iglesia católica”.
A mí me consta que el infierno, en sentido figurado, existe en este mundo para miles de personas cuya vida es un largo vía crucis. No me cabe la menor duda que afortunadamente su existencia es limitada y el dolor no se prolonga eternamente. De manera que una vez asumido el dolor de muchos seres, cuya situación hace dudar de un Dios misericordioso al que muy bien podríamos increpar como el mismo Job. Creo firmemente, aunque yo no lo pueda entender, que existe la libertad para condenarse eternamente.
Deseo pensar que Dios, infinita bondad y misericordia, reservará ese trance a muy pocos. Pero igual que vemos meridianamente clara la distinción entre la bondad y la maldad. No me cabe duda de que si renuncio a hacer el bien y cierro mi corazón a Dios, es muy posible que me condene.
Me produce enorme confusión que los medios enfrenten a dos pilares de la teología de los últimos treinta años. Pero más aún, me resulta increíble escuchar de buena fe que el infierno no existe. Es como decir, hagas lo que hagas Dios misericordioso te salva, así que libérate del esfuerzo para perdonar a tu enemigo, para no matar cegado por la ira, para no robar al prójimo. Tenemos un decálogo superado por el amor y la misericordia, pero no nos libra del pecado, ni del mal, ni de la condenación.
Si esto supone algún fallo de formación teológica, me alegro de ponerlo en evidencia, porque mi perplejidad será la de mayor parte de los creyentes de a pie. Si el infierno no existe, no hay porqué creer en el cielo, ni tener en cuenta ningún sacramento, especialmente el de la reconciliación. Otra cosa muy distinta es que Juan Pablo II de manera clara afirmase que “el infierno no era un lugar”. Pero insisto quien lea bien a Juan Pablo II no podrá afirmar que cerró el infierno. Parece evidente que existe un claro interés por difamar la infalibilidad papal, presentando incoherencias doctrinales que enfrentan a ambos papas. Y ahí sí que entiendo ese desmesurado interés por el infierno, por quienes les importa muy poco su existencia, pero les resulta malévolamente curioso interpretar las palabras de ambos pontífices y enfrentarlas de manera que de lugar a una contradicción.
Cuando estamos en Cuaresma, es normal que se retome la idea del infierno. Benedicto XVI ya dijo lo mismo el pasado 27.03.07 "El infierno existe y es eterno para quienes cierran su corazón a Dios". Todo ello tiene como objetivo recordar que somos pecadores. Pero no es su finalidad crear psicosis colectivas.
Cierto, que han cambiado los tiempos, que la credulidad tiene otras connotaciones. Y que las calderas de Pedro Botero no son representativas de aquello que nadie ha visto pero muchos han imaginado. Y puestos a hacer chistes del tema, los hay muy buenos, aunque no podrían venderse como titulares de portada para ningún medio.
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