Saturday, February 09, 2008

Retos a la buena imagen de China




Nuestro interés por China no puede ser acrítico. Porque admiramos su hermosa cultura, que tanto ha contribuido a la humanidad, y sentimos cercana a su magnífica gente, que constituye casi un séptimo de la población mundial, no dejamos de sentir cierta inquietud por algunos aspectos prácticos de la actual política de su gobierno que no están a la altura de lo que afirman
las solemnes proclamas oficiales. Desde la orientación humanista y cristiana de nuestra revista, queremos evitar cualquier perspectiva partidista. Que sean los ciudadanos chinos quienes decidan cómo organizarmejor sus asuntos. Sin embargo, no podemosdejar de propugnar –en el caso de China como en cualquier otra parte– el respeto riguroso de los Derechos Humanos. Si China quiere dar una buena imagen ante el mundo en los próximos Juegos Olímpicos de Beijing, sus líderes tendrán que escuchar lo que desde tantas instancias, dentro y fuera del país, le están urgiendo acumplir a este respecto. Y no sólo por las detenciones ilegales o por el horrible número
de ejecuciones (China encabeza el ranking mundial de la pena de muerte), o por la violencia de la colonización china del Tibet, sino también por las agresiones a la libertad religiosa.


Bao Tong fue Secretario Político de Zhao Ziyang (Presidente del Consejo del Estado de 1980 a 1985) y se opuso como él, en 1989, a la sangrienta represión ordenada por el premier Li Peng
contra los manifestantes pro-democracia en Tiananmen. Acusado de “propaganda anti-revolucionaria”, Bao Tong pasó siete años en prisión y después de su excarcelación ha seguido largos años bajo arresto domiciliario. Últimamente, con motivo de la celebración del XVIII Congreso del Partido Comunista Chino (octubre 2007) ha escrito una carta pública en la que expresa su deseo de que el Partido “manifieste respeto por la Constitución y respeto por cada ciudadano chino. Lo que incluye el fin de toda persecución religiosa y la liberación de los líderes religiosos en prisión o en arresto domiliciario. Ningún pretexto se debería aducir para permitir que los errores de pasadas persecuciones ilegales se repitan”.Y añade: “respetar verdaderamente la libertad religiosa es un paso importante hacia la construcción de la ‘sociedad
armoniosa’ que el gobierno chino dice tener como objetivo”. Bao Tong enmarca su petición en el contexto más amplio del respeto a los derechos civiles, y así ha publicado en un blog su personal opinión de que “un partido no tendría que tener miedo a abandonar voluntariamente la dictadura; es más, tal decisión le devolvería la vida a un partido agonizante”. En dicho medio anima también al Partido Comunista Chino a preguntarse cómo es posible que “los multimillonarios se hayan multiplicado en China mientras los obreros manuales, que son los que más sudan y se sacrifican, son incapaces de salir de la zanja de la pobreza”.


Es posible que las francas opiniones de Bao Tong no hayan encontrado demasiado eco en el último Congreso de PCC. Pero, como ya recordaba Confucio, podemos aprender de todos: de
los virtuosos a edificar nuestra vida; y de los que yerran a corregirnos.




Según un estudio reciente de la Fundación Carnegie para la Paz Internacional, cuya seriedad está fuera de duda, la lacra de la corrupción le cuesta a China más de 60.707 millones de euros
anuales, o sea, un 3% de su Producto Interior Bruto, cifra que supera al presupuesto
de educación. No bastará con que el PCC se juramente para acabar con la corrupción en la política (entre cuyos últimos casos juzgados se encuentra precisamente el teniente de alcalde
de Pekín, Liu Zhihua, encargado de las obras para los Juegos Olímpicos), si no acepta tampoco otros modelos más democráticos de gobernar. No dejará de ser autocontradictorio si sigue
advirtiendo a las demás naciones que no se metan en los asuntos “internos” de China y él continúa, mientras tanto, entrometiéndose en la gestión de la Iglesia, pretendiendo dirigirla a su
antojo a través de la Asociación Patriótica, u obligando a la Santa Sede a romper sus relaciones con Taiwan a cambio de que –sin ninguna garantía– Pekín le ofrezca iniciar un diálogo para
restablecer lazos diplomáticos con el Vaticano. El gobierno del PCC se resiste a abandonar de cara a sus iguales (las otras naciones) la pose autoritaria que está acostumbrado a mantener con
sus súbditos, los ciudadanos chinos.


Así amenazó en Septiembre de este año a Alemania porque la canciller Ángela Merkel recibió al Dalai Lama, considerado por el régimen chino como un “desestabilizador separatista”.


También reaccionó con incontenida rabia a la concesión de la medalla de Oro del Congreso de EEUU al líder budista, acto que tachó de interferencia extranjera en los asuntos interiores de
China. Y como primera represalia boicoteó una reunión de representantes de EEUU, Reino Unido, Francia, Rusia y Alemania, en Berlín convocada para abordar nuevas sanciones diplomáticas contra el desafío nuclear de Irán.


Esta estrategia del PCC le ha salido bien en otros casos, cuando ha disuadido, por medio de advertencias, a varios gobiernos de países occidentales (incluso, por desgracia, el español) de recibir oficialmente al Dalai Lama.




Las consecuencias “extremadamente serias” con que suele amenazar China resulta fácil imaginarlas: pocos países están dispuestos a renunciar a las ventajas del gran mercado chino.
Aunque sea sacrificando los ideales de la libertad y la democracia.
Alberto Nuñez sj
fuente:
Revista Inforchina 2as 17/12/07


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