Ignacio nos invita, en los Ejercicios, a “ver las personas” (EE 106), a “mirar lo que hacen” (EE 108), dejándonos impactar por ellas y después “reflectir para sacar algún provecho de cada cosa” (EE 108). La Congregación que está por concluir producirá algunos textos, sin duda importantes, pero será recordada sobre todo por las personas que han ocupado en ella un lugar central.
En primer lugar, el P. Peter-Hans Kolvenbach: se apartó de la presidencia de la Congregación General apenas fue aceptada su renuncia, participó como todos en el proceso de “murmuraciones” para la elección del nuevo General y, elegido éste, pasó a ocupar su lugar en la sala como todos. Es la primera vez en la historia de la Compañía que el General renunciante sigue acompañando los trabajos de la Congregación. Y el P. Kolvenbach lo ha hecho a su estilo: discreto, atento, respetuoso, con humor. Sin rango de “ex” o de “emeritus”, ha huido en cuanto ha podido de los aplausos y del reconocimiento. Aún así, la Congregación y el Papa le han manifestado su gratitud por haber guiado la Compañía “de modo iluminado, sabio y prudente…en un momento no fácil de la historia de la Orden” (Benedicto XVI, 10-01-08). Cumplido el servicio que se le solicitó se encuentra esperando destino cuando vuelva a su provincia de origen: el Próximo Oriente. En los tiempos libres se dedica a recuperar el árabe.
Otro rostro importante es, sin duda, el de Adolfo Nicolás. El 19 de enero fue elegido como el 29º sucesor de Ignacio de Loyola en la dirección de la Compañía de Jesús. La consolación producida por su elección se confirma día a día en la medida que lo vemos desenvolverse con naturalidad, intervenir con respeto y lucidez, tomar sus primeras decisiones en la orientación del nuevo gobierno. Las interpretaciones sesgadas de alguna prensa (la “carta oculta de los jesuitas”, el “representante del ala progresista”, etc.) se evaporan conforme se afirma la calidad humana y espiritual que lo ha hecho valer para este servicio por encima de los límites de la salud o de la edad.
Su primera carta dirigida como General a los compañeros dispersos por el mundo es muestra de su sencillez y trato franco y cordial. Nos dice: “Es la primera vez que les escribo desde mi elección hace poco más de un mes. Pueden fácilmente imaginar la sorpresa, más aún, el susto, que recibí en ese momento, ya que me consideraba inelegible por mi edad y por mis muchas carencias y limitaciones, bien conocidas por aquellos con los que he convivido y trabajado.
Posiblemente lo más difícil de explicar es la experiencia que vivimos en la Congregación esos días en que escudriñábamos la voluntad de Dios, buscando el bien de la Iglesia y de la Compañía. Fue esa búsqueda, intensa, sincera y abierta, la que me impidió declinar o rehusar la elección. No se puede decir “no” a personas que han estado buscando tan sinceramente la voluntad de Dios. Ahora les prometo que dedicaré toda mi energía y mi persona al trabajo de ayudar a la Compañía a seguir adelante, apoyando lo bueno, respondiendo a los nuevos desafíos, animando a afrontar la difícil tarea de ser testigos coherentes y creíbles del Evangelio de Jesucristo en que creemos”.
En sus palabras al Papa, el 21 de febrero pasado, el P. General expresa algunos aspectos de su propia sensibilidad espiritual. El retrato de Ignacio y la carta de identidad de todo jesuita –dice- se revela en la frase del final de los Ejercicios: “en todo amar y servir”. El jesuita es el hombre de los Ejercicios puesto que éstos “antes que ser un instrumento inapreciable de apostolado, son para el jesuita la medida de su propia madurez espiritual”.
Para el nuevo General “lo que nos inspira y nos impele es el Evangelio y el Espíritu de Cristo: sin la centralidad del Señor Jesús en nuestra vida, nuestras actividades apostólicas no tendrían razón de ser. Del Señor Jesús aprendemos a estar cerca de los pobres, de los que sufren y de los excluidos de este mundo”. Lo nuestro es, nos lo había dicho este misionero en su primera homilía como General, estar en la frontera, yendo a las “naciones” con una propuesta de Evangelio, de buena noticia.
El jesuita es también el hombre de las Constituciones, que nos forman como hombres de Iglesia para una misión difícil, capaces de reconocer nuestros errores sin desanimarnos porque “nada de esto apaga nuestra pasión no sólo por servir a la Iglesia sino, con mayor radicalidad aún, conforme al espíritu y a la tradición ignaciana, amar a la Iglesia jerárquica y al Santo Padre, Vicario de Cristo”.
Es precisamente el Santo Padre, Benedicto XVI, otra de las personas que marcarán esta Congregación. Se comunicó con ella en dos ocasiones: el 10 de enero a través de una carta y, hace unos días, el 21 de febrero, en una alocución durante la audiencia que concedió a la Congregación. En realidad no era ésta la primera muestra de aprecio: quiso estar presente en la conmemoración del Año Jubilar en San Pedro; visitó la Universidad Gregoriana y dirigió unas palabras espontáneas y llenas de afecto a los jesuitas de la comunidad; ha mantenido durante estos años de su pontificado una relación fluida y permanente con el P. Kolvenbach. Ha sido claro al manifestar su aprecio por la Compañía y, más allá de ella, ha tenido también gestos de simpatía por la vida consagrada. Ha sido igualmente claro en desafiarnos a crecer en fidelidad a la Iglesia y al magisterio.
El encuentro con el Santo Padre el día 21 quedará para la historia. Mencionó en su discurso a personas muy caras a la Compañía: Mateo Ricci, Roberto de Nobili, y “las `reducciones´ de la América Latina” como “experiencias extraordinarias” de anuncio del Evangelio. Se refirió a Pablo VI y sus palabras a la CG 32. Y, sobre todo, recordó al P. Arrupe en una de “sus últimas y proféticas intuiciones”: la creación del servicio jesuita a los refugiados, “los más pobres de los pobres”.
Benedicto XVI nos confirmó en la misión: “os animo a proseguir y renovar vuestra misión entre los pobres”, trayendo a colación su afirmación en Aparecida (mayo 2007): “la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza (2 Cor 8,9)”. Nos impulsó a prestar especial atención al ministerio de los Ejercicios –él acababa de concluir los suyos- y, desde una fe sólida, estar presente en “la tarea de la confrontación y del diálogo con los diversos contextos sociales y culturales y las diferentes mentalidades”.
Una misión que, de acuerdo a nuestra mejor tradición, debe realizarse en sintonía con el Magisterio y en obediencia al sucesor de Pedro. Benedicto XVI nos lo ha pedido con insistencia siendo consciente de “que se trata de un punto particularmente sensible y arduo” para nosotros. Sin embargo, concluye, una particular “devoción efectiva y afectiva” con el Vicario de Cristo hará de nosotros sus colaboradores “tan valiosos como insustituibles en su servicio a la Iglesia universal”. Nos quiere cercanos a él, invitándonos a “reflexionar para recuperar el sentido más pleno de ese cuarto voto característico de vuestra obediencia al sucesor de Pedro”. La pelota ha quedado, pues, en nuestra cancha.
Finalmente, el rostro de la Congregación: una “persona” colectiva de varios colores, procedencias y pareceres, que ha ido procesando durante estas semanas una experiencia de “unión de ánimos” con frutos concretos: un nuevo General, su Consejo, varios documentos que reflejan el modo como la Compañía percibe hoy su identidad y misión. Todo ello realizado en una búsqueda sincera de la voluntad de Dios, expresada en conciencia, libremente, lejos de todo partidismo. Si Adolfo Nicolás no pudo decir “no” a personas que buscaban sinceramente la voluntad de Dios, este mismo Dios tampoco nos ha dicho “no” a quienes estamos buscando discernir su voluntad; más bien nos está siendo propicio en Roma, entre otras modos, a través de la gracia de la “unión de mentes y corazones”.
Muchas personas han estado también presentes durante estas semanas, a veces de modo anónimo. Los que nos han ayudado en tareas domésticas, de secretaría o de enfermería -muy solicitada, dicho sea de paso-, los que han orado por nosotros todo este tiempo, los religiosos y sacerdotes que nos aprecian, las laicas y laicos que han sentido esta Congregación como propia. Gracias a todos. Ignacio nos pide “en todo amar y servir”: esperamos devolver en servicio tanto amor recibido.
Ernesto Cavassa, S.J
Fuente: CPAL
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