Unidos en la diversidad
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.
La oración de hoy tuvo presente a los Hermanos jesuitas y su aporte al conjunto del cuerpo de la Compañía. Somos un solo cuerpo, pero caracterizado por la diversidad. Desde los orígenes podemos encontrar la tensión entre unidad y pluralidad. Un bello texto que expresa esto es el de la Deliberación de los Primeros Padres (DPP) de 1539, donde se afirma:“
(…) siendo algunos de nosotros franceses, otros españoles, otros saboyanos, otros cántabros, nos dividíamos en diversidad de pareceres y opiniones acerca de nuestro estado; y aunque eran unos y comunes el pensamiento y la voluntad de todos nosotros, a saber, buscar la voluntad de Dios a El agradable y perfecta, según el fin de nuestra vocación, pero cuanto a los medios más expeditos y provechosos para nosotros y para los prójimos, había pluralidad de pareceres”.
Este sencillo texto, escrito antes de la fundación de la Compañía, recoge una de las características que han marcado a los jesuitas de todos los tiempos: hemos estado unidos en medio de una gran diversidad. Diversidad de orígenes y diversidad de opiniones sobre los medios más expeditos y provechosos para alcanzar el fin de nuestra vocación; pero esto no ha impedido que hayamos vivido unidos y en comunión de pensamiento y de voluntad. Esto que podemos decir de la historia de la Compañía… podemos también decirlo de nuestra CG.
Desde nuestro nacimiento, tenemos el sello de identidad de nuestra comnión en la diversidad: Nuestros primeros padres fueron un grupo de amigos provenientes de distintas regiones y países: el vasco Ignacio de Loyola, nacido en las afueras de Azpeitia, provincia de Guipúzcoa; el saboyano Pedro Fabro, originario de una pequeña aldea clavada en medio de los Alpes franceses; el navarro Francisco Javier, nacido en un castillo, ubicado en un rincón pirenaico; el portugués Simón Rodrigues (sic), de Vouzela, diócesis de Vizeu; Alfonso Salmerón, de un pueblo de la provincia de Toledo; y los castellanos Diego Laínez, de Almazán, provincia de Soria y Nicolás Alonso, nacido en Bobadilla del Camino, provincia de Palencia. A estos siete se añadieron poco después otros tres nuevos compañeros: Claudio Jayo, también saboyano, de un pueblo llamado Mieussy; Juan Coduri de Seyne, en la Provenza; y Pascasio Broët nacido en un pueblo de Picardía, al norte de Francia.
Muy pronto, esta diversidad original, se vería enriquecida con vocaciones de los países donde comenzaron a trabajar los primeros jesuitas, una vez fundada la Compañía en 1540. En 1556, cuando muere san Ignacio en Roma, hay cerca de mil jesuitas repartidos por Europa, Asia, África y América. Había jesuitas y obras de la Compañía en Italia, España, Portugal, Alemania, Francia, India, Indochina, Brasil, Japón, Etiopía, Países Bajos, la actual Austria, Hungría, Polonia y la República Checa. Hoy estamos presentes en más de 130 países y la diversidad es abrumadora en lenguas, costumbres, culturas, formación… Sin embargo, hoy como ayer, esta diversidad no impide que vivamos unidos en el pensamiento y en la voluntad.
Todos intentamos llevar adelante, con la fuerza del Espíritu Santo, la misión que Dios Padre confió a su Hijo, respondiendo a los diversos contextos en los que desarrollamos nuestra misión. Sacerdotes y hermanos trabajamos unidos en medio de una gran diversidad que nunca ha sido obstáculo sino, más bien, una de las grandes riquezas con las que Dios nos ha bendecido.
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