Yo, pecador
Señor!.
Cuando me encierro en mí,
no existe nada:
ni tu cielo y tus montes,
tus vientos y tus mares;
ni tu sol,
ni la lluvia de estrellas.
Ni existen los demás
ni existes Tu,
ni existo yo.
A fuerza de pensarme,
me destruyo.
Y una oscura soledad
me envuelve,
y no veo nada
y no oigo nada.
Cúrame, Señor,
cúrame por dentro,
como a los ciegos,
mudos y leprosos,
que te presentaban.
Yo me presento.
Cúrame el corazón,
de donde sale,
lo que otros padecen
y donde llevo mudo
y reprimido
El amor tuyo,
que les debo.
Despiértame, Señor,
de este coma profundo,
que es amarme por encima de todo.
Que yo vuelva a ver (Lc 18, 41)a verte,
a verles,
a ver tus cosas
a ver tu vida,
a ver tus hijos....
Y que empiece a hablar,
como los niños, -balbuceando-,
las dos palabras más redondas de la vida:
¡PADRE NUESTRO!
Ignacio Iglesias, sj
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