Sunday, August 15, 2010

Comentario de la 1a y 2a lectura por José Enrique Galarreta sj

LECTURAS

Fiesta de la Asunción

APOCALIPSIS 11, 19 + 12, 1 y 6-10


Se abrieron las puertas del templo celeste de Dios y dentro de él se vio el Arca de la Alianza. Hubo rayos y truenos y un terremoto, una tormenta formidable.

Después apareció una figura portentosa en el cielo: una mujer vestida de sol, la luna por pedestal, coronada por doce estrellas. Estaba encinta, le llegó la hora y gritaba entre los estertores del parto.

Apareció otro portento en el cielo: un enorme dragón rojo, con siete cabezas y diez cuernos, y siete diademas en las cabezas. Con la cola barrio del cielo un tercio de las estrellas, arrojándolas a la tierra. El dragón estaba enfrente de la mujer que iba a dar a luz, dispuesto a tragarse al niño en cuanto naciera.

Dio a luz un varón, destinado a gobernar con vara de hierro a los pueblos. Arrebataron al niño y lo llevaron junto al trono de Dios. Mientras tanto, la mujer escapaba al desierto.

Se oyó una gran voz en el cielo: “Ya llega la victoria y el poder, el reino de nuestro Dios y el mando de su Mesías”


En realidad no es un texto, sino una especie de potpourri, en que se han juntado versos de diferentes contextos. Se trata de un desesperado y vano intento de buscar en el NT alguna referencia aplicable a María, la Madre de Jesús, de ensalzarla y justificar sus dogmas.

Los símbolos que aparecen en esta mezcla de fragmentos no se refieren a María – y en esto concuerdan todos los especialistas -, pero la liturgia parece sentirse autorizada a prescindir de la exégesis.

Recordando un concepto básico, diremos que todo el Apocalipsis es un libro de símbolos, no una descripción profética de realidades. En los textos que leemos hoy, por abreviar, se trata del pueblo de Israel, de la Antigua alianza, figurada por el Arca y la Mujer, que han de dar a luz el Mesías a pesar de la oposición de las fuerzas del mal (el dragón), que seguirán hostigando a los que siguen al Mesías, planteándose así la finalidad fundamental del Libro, que es animar a los cristianos de finales del siglo I ante las terribles persecuciones de los emperadores romanos, especialmente la de Domiciano (81-96 dC).

La aplicación de estos textos a María la madre de Jesús es por tanto completamente arbitraria y supone una manipulación intolerable.



CORINTIOS 15, 20-26


Cristo ha resucitado, primicia de todos los que han muerto. Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida.

Pero cada uno en su puesto: primero, Cristo como primicia; después, cuando él vuelva, todos los cristianos; después los últimos, cuando Cristo devuelva a Dios su reino, una vez aniquilado todo principado, poder y fuerza.

Cristo tiene que reinar hasta que Dios haga de sus enemigos estrado de sus pies. El último enemigo será la muerte. Porque dice la Escritura: “Dios ha sometido todo bajo sus pies”.


Pablo parece interpretar el pasaje del Génesis, el pecado de Adán, en sentido histórico. Del pecado de Adán (Pablo no habla nunca del pecado de Eva, ni aun de los dos, pues la transmisión es algo reservado al varón) proviene el pecado de la humanidad y su desgracia (pecador ante Dios desde su nacimiento por herencia de su primer progenitor).

De aquí, especialmente por obra de San Agustín, procede la noción de pecado original y aquí se funda una nefasta concepción de la Redención = “pagar al eterno padre la deuda de Adán”.

Hemos puesto “padre”, con minúsculas, para diferenciarlo del sentido primero de la palabra tal como la usaba Jesús, que es Abbá, al que llamaremos Padre, con mayúsculas.

Pero está claro que aquí no tiene el sentido de Padre, puesto que para perdonar el pecado exige cobrar un precio, un precio altísimo, nada menos que la sangre de su Hijo (y no de Jesús, hijo de María sin más, sino de la segunda persona de la Trinidad –por definición igual al padre– encarnada).

Todo este conjunto de espantosas blasfemias, que reniegan de la esencia de la buena Noticia = “Abbá”, han constituido materia de enseñanza habitual en la Iglesia.

Gracias a Dios, la exégesis ha destruido la historicidad del relato del Génesis y con ella la noción de pecado original como culpa y como herencia, lo que nos ha llevado a entender mejor el concepto de redención.

La diferencia fundamental está en quién paga y quién cobra.
El padre parecía ser el que cobraba un precio para perdonar, tal como lo suponían los sacrificios del AT, con los que se conseguía que Yahvé depusiera su ira, apaciguada por el calmante aroma del sacrificio.
Ahora el Padre es el que paga, y el que cobra es el pecado, que es el tirano de cuyas manos hay que rescatar a los esclavos.

Pero aun así, el concepto de redención nos queda sumamente lejano, porque ya no hay redención de cautivos y porque está demasiado cercano a la noción de sacrificio cruento para aplacar la ira de Dios, concepto del que gracias a Dios ya hemos escapado.

Abandonando este tema, nos fijamos por un momento en las creencias de Pablo (no hablo de fe ni de Palabra de Dios sino de sus creencias) en esa curiosa gradación de los salvados: primero Cristo, luego los cristianos, finalmente los demás, a los que llama “los últimos” sin que podamos saber a quiénes se refiere. No sabemos de dónde se habrá sacado Pablo esta doctrina.

De todas maneras hay una hermosa profesión de fe:
“cuando Cristo devuelva a Dios su reino, una vez aniquilado todo principado, poder y fuerza”.

Se habla de un final triunfal. La humanidad será liberada del poder del pecado y aun del poder de la muerte y llegará a ser, finalmente totalmente y únicamente “de Dios”. Esa sí que es una verdadera esperanza cristiana: que Abbá no puede fracasar, porque es Padre y es Todopoderoso.

Y llegados aquí, ¡cómo se añora la sencillez de las parábolas!, ¡cómo lamentamos que los llamados teólogos cristianos se hayan apartado del género propio de Jesús, entregándose a complicadas especulaciones que no nos resultan fiables y además a algunos nos parecen completamente estériles!.

José Enrique Galarreta, S.J
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