Friday, August 27, 2010

Querida Ruth...


(AE)
Recibo hoy tu carta después de casi diez años sin saber nada de ti. La última vez que nos vimos tú eras una joven muchacha sudanesa perdida en Egipto y con la esperanza de que el ACNUR te diera el estatus de refugiada y tuvieras por tanto el derecho y los medios de reasentarte en los Estados Unidos. Hoy eres una mujer hecha y derecha, con un par de niñas y un divorcio a tus espaldas... y con un claro sentimiento de desilusión que salta a los ojos.
Recuerdo que en aquellos días cairotas en los que hablábamos sobre el futuro tú nunca me creíste cuando te dije que el “mundo civilizado” era bastante diferente del que veías en las películas. Tanto tú como tus amigos os creíais todo lo que salía en la maldita pantalla. Ni todo el mundo tiene una casa, ni un jardín maravilloso, ni se atan los perros con longaniza. No te esperabas que en medio de tanto adelanto tecnológico y tanta opulencia pudieras encontrar tanta pobreza y tanta falta de solidaridad en aquella tierra de promisión. Ni que decir tiene que nunca comprendiste el porqué de mi escepticismo. Ahora puedes ver claramente lo que en aquel tiempo te resultaba indescifrable y no te duelen prendas ahora en reconocer tu error de cálculo.
En aquellos días, recuerdo cuando te dije (y todavía lo mantengo) que si tuviera que ser pobre, preferiría serlo en África mejor que en Europa o los Estados Unidos. En África – cuántas veces lo he podido ver – siempre puedes recurrir a un pariente, un primo, un allegado que conoces sólo de nombre, alguien de tu tribu o de tu región... en el primer mundo cuando se trata de “problemas económicos” de la parentela es casi un tabú estar más de dos días acogido en la casa de alguien, parece como si uno molestara. En la cultura que me vio nacer – tan diferente de la tuya –, la pobreza es mucho más vergonzante, se sufre en silencio intentando aparentar lo más posible para no dar pie a comentarios hirientes o humillantes en el vecindario o la familia. La pobreza en África es más fácil de sobrellevar porque es más compartida y puedes encontrar más fácilmente alguien que te ayude en tus estrecheces. Esa frialdad y esa soledad de un mundo profundamente individualista es la que has encontrado todos estos años en esa sociedad que tanto ansiabas conocer.
Las historias que me cuentas de estos años pasados me suenan a aquella canción de los años 70 que hablaba de “Gigi L'Amoroso”, aquel play-boy italiano que salió de su pueblo queriendo comerse el mundo y volvió de los Estados Unidos como un fracasado y con el rabo entre las piernas. Salvando las distancias, lógicamente, en tus palabras encuentro también no sólo la desilusión ante una realidad tan materialista y tan inhumana, sino también la profunda sensación de verte prisionera en ese país de adopción ya que estás ahora rodeada de parientes que llegaron poco a poco después de ti como en un goteo de burocracias y de suerte y que son ahora para ti un lastre ya que te impiden volver a esa África a la que es obvio echas terriblemente de menos.
Te creo, Ruth, sé que ahora que has visto el otro lado del mundo te mueres por volver a tus orígenes y poder mostrarle a tus hijas paisajes y rostros que les serán completamente desconocidos e incluso inescrutables. Ojalá que lo consigas, ojalá que puedas dar el paso y volver a África para servir a tu gente. Ojalá que un día la visión de ese mango al lado de la casa de tus padres, de ese atardecer en la sabana o la melodía de un orgulloso pastor dinka que elogia la majestuosidad de su rebaño sean capaz de borrar para siempre la nostálgica y profunda tristeza de tus ojos.
Alberto Eisman
En Clave de África
RD

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