Saturday, August 20, 2011

Firmes en la fe a 40 grados



Más de 880 peregrinos tuvieron que ser atendidos por los servicios médicos en Cuatro Vientos
La mayoría de las asistencias fue por lipotimias y mareos



“¿Hablas inglés?”. Una monja apurada le pregunta a otra su dominio de los idiomas. No, no sabe. Se hacen entender con gestos. Miran y regañan a Teresa Bulansorà, checa de 18 años. “¿No sabes que viene el Papa? No puedes estar así”. La chica es rubia, de pelo largo y atuendo escaso. Viste un sujetador negro y un pantalón por encima de los muslos. Rebusca una camiseta en su mochila mientras prosigue el quinto misterio del rosario por el altavoz. “Me quiero poner morena”, protesta. “Hace calor y odio el polvo”. Mal lugar para estar entonces. En el aeródromo de Cuatro Vientos, a las cinco de la tarde y con 39 grados, es difícil permanecer “firmes en la fe”, como proclama el himno de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), concentrada en la instalación militar para la vigilia con el Papa. El espacio de tierra está dividido en 58 sectores de acampada, 13 para los no peregrinos. Casi todos están al raso.

Algunos han hecho el camino a pie. Otros llegan tras desplazarse en metro y cubren el tramo final en autobuses, tras esperar en filas que dan la vuelta a la plaza de Aluche, al sur de Madrid. Llegan sedientos y rellenan sus botellas en los grifos de las 15 zonas de baño. Los más avispados se saltan la cola y entran a llenar botellas en los lavabos. “¡Por aquí no se cuela ni Dios!”, dice una voluntaria que aguarda en un urinario. Dentro, una monja con una gorra blanca llena 25 botellitas. Es la hermana Gema Blanco, que acompaña a un grupo de 25 niñas de un colegio de Valdemoro. “Encontrarnos con Jesucristo es lo único que buscamos”, resume. Su grupo ha acudido a todos los actos de la JMJ. Siempre temprano, “a pesar del calor del asfalto”. “Por Jesucristo, lo que haga falta y más”. Se cruza con una ambulancia del Samur que busca a un peregrino desfallecido por el calor. Los servicios de emergencia atendieron a 880 personas, la mayoría por lipotimias y golpes de calor. Una chica de 25 años fue entubada y trasladada a un hospital. Un hombre, por una angina de pecho.

A Giusseppe Donniacuo, voluntario italiano, le ha tocado una labor difícil. Avisa a los peregrinos que se acercan a su fila de grifos de que no queda agua en esa zona. “Se acabó hace cuatro horas”. Admite que no todos lo toman con humor. “¡Vienen, vienen!”, grita de repente. Pide relevo. Una de las furgonetas de bomberos que reparte agua a manguerazos pasa a su lado. Donniacuo se empapa con otra decena de peregrinos. “Hemos repartido más de 80.000 litros”, asegura el bombero conductor. Las tres botellas pequeñas de agua de la bolsa de comida del peregrino se quedan cortas. El set incluye ensalada, zumo, patatas, tres barritas de pan y dos paquetes de 50 gramos de jamón y salchichón, entre otros alimentos. Deben pesar, pero a los dos militares del Ejército colombianos que llevan a hombros 10 bolsas no parece importarles. Van con uniforme de campaña caqui. “Así es como nos queremos ver representados”, dice Juan Camilo Osorio, de 22 años, sin abandonar el paso marcial.

El animador del escenario toma la palabra. “Cerrad los grifos solo un ratito para que el agua salga con más fuerza”, pide. Y anuncia que están llegando 200.000 botellas más y dos camiones de agua. “Que no corra el pánico [sic], todos vamos a beber”, promete otra presentadora.

El egipcio Ragg Mamdouh (21) solo ha encontrado hueco para dormir junto a los baños. Se agacha y coge la tierra. “¿Te parece normal?”, pregunta. Le han quitado el sitio a su grupo en el sector D4. “Hoy es el peor día de todos, el peor”, se queja. Estuvo en las jornadas de Colonia de 2005 y en las de Sidney de 2008. Entonces durmieron sobre hierba. “Ellos sí que saben organizar unas jornadas”. La próxima JMJ será previsiblemente en Río de Janeiro. “Después de esto, a Brasil no voy, no voy”. Se lo piensa. “Bueno, a lo mejor viajo como turista”.

Pasadas las nueve de la noche, con el Papa ya en el escenario, comenzó a llover.

El País

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