lunes, 22 de agosto de 2011
La Jornada Mundial de la Juventud que ha tenido lugar en Madrid nos ha dejado muchas lecciones importantes. Para comenzar, hay que recordar la entrevista concedida por el Papa a los periodistas, durante el vuelo a España, el día 18 de agosto.
Por una parte, era obligado preguntar al Papa por el mensaje que puede ofrecer la Iglesia a los jóvenes de un mundo sumergido en la crisis económica. Según él, la crisis económica nace de una profunda crisis ética. Por eso el mensaje moral la Iglesia subraya una triple responsabilidad.
En primer lugar frente a la persona, puesto que el hombre, y no el interés, ha de ocupar el centro de la economía. Además, hay que recordar que ninguna nación está aislada, sino que es responsable de toda la humanidad. Y por fin, hay que redescubrir la responsabilidad con el futuro, proteger el planeta, renunciar a los beneficios inmediatos y ofrecer a los jóvenes perspectivas válidas de futuro.
Otra de las preguntas se refería a la relación entre la verdad y la multiculturalidad. Para el Papa, “la verdad se abre sólo al consentimiento libre y, por este motivo, libertad y verdad están unidas, una es condición de la otra”. El positivismo actual afirma que no hay una verdad racional sobre los problemas éticos y los grandes problemas del hombre.
Joseph Ratzinger ha reflexionado muchos sobre el relativismo de la cultura actual. Esta vez, el Papa afirmó que esa aparente libertad de decisión, expone al hombre al arbitrio de cuantos tienen el poder. Por eso es necesario buscar la verdad, los valores y los derechos humanos fundamentales.
Pero amar la verdad no significa intolerancia. Al contrario, “la verdad como tal es dialogante, pues busca conocer mejor, y lo hace en diálogo con los demás”. En ese contexto, concluye el Papa: “Buscar la verdad y la dignidad del hombre es la mejor defensa de la libertad”.
Ya en el aeropuerto de Barajas, Benedicto XVI recordaba las tentaciones de la superficialidad, el consumismo y el hedonismo, la banalización de la sexualidad, la insolidaridad y la corrupción. Frente a ellas proponía el valor para escuchar la voz de Dios, para buscar con diligencia y compartir con otros la experiencia de la fuerza que brota de la fe.
Por la tarde, en la plaza de Cibeles, el Papa evocaba el camino de las bienaventuranzas que Jesús proclama en el Evangelio e invitaba a los jóvenes a construir su vida sobra la roca que es Cristo. Sólo así podremos todos liberarnos de esa tentación de decidir por nuestra cuenta lo que es el bien y el mal, lo verdadero y lo falso, lo justo y lo injusto y, en consecuencia, decidir quién tiene que vivir y quién tiene que morir.
No se trataba de condenar a nadie, sino de aplicar a la práctica la convicción de que no es el relativismo sino la verdad la que nos lleva a la libertad. Y de pedir a los jóvenes y a todos que arraigados en la fe, seamos testigos del inmenso amor de Dios.
José-Román Flecha Andrés
Universidad Pontificia de Salamanca
Ecclesia
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