1.- La seducción de Dios y nuestra misión. El profeta Jeremías se siente llamado por Dios para anunciar al pueblo la necesidad de convertirse. Habían puesto su confianza en las alianzas con los imperios poderosos de la zona, habían dado la espalda a Dios y se habían dejado atrapar por las riquezas conseguidas por medios injustos. Toda esta corrupción es denunciada por el profeta. Advierte que si no se convierten llegará el desastre. No fue fácil para él tener que ser el portavoz de Dios. Tiene la sensación de no ser escuchado, de ser rechazado y perseguido, pero no obstante, no abandona su misión porque el Señor le ha seducido y él se ha dejado seducir.
2.- El seguimiento de Jesús. Nuestra confesión de fe, nuestra respuesta, se autentifica, adquiere verdad y realidad en el seguimiento de Jesús. "El que quiera seguirme…", añade Jesús. "El que quiera", es decir, se trata de una invitación, no de una imposición. Una invitación que -como dice el evangelista Lucas- hace Jesús "dirigiéndose a todos". No se excluye a nadie, pero la respuesta es personal, de cada uno. Creemos en Jesús para seguirle. Una simple afirmación de nuestra fe en él, sin seguimiento, sería palabra sin verdad, palabra sin hechos, palabra sin compromiso. Puede ser -y por experiencia lo sabemos todos- que nuestro seguimiento sea a medias, mezcla de buena voluntad y tibieza y pecado. Pero el propósito, el empeño, el esfuerzo por seguir a Jesús, es lo que da verdad a nuestra fe, lo que la atestigua como mucho más que palabras sin contenido vital. Sigamos a Jesucristo con autenticidad y sigamos el consejo que nos da hoy la carta a los Romanos “No os ajustéis a este mundo”. Hemos de discernir qué es lo que pide Dios de nosotros y hacer lo que le agrada.
3.- Hoy celebra la Iglesia la fiesta de San Agustín. El buscó la verdad con ahínco y se dejó seducir por el Señor como el profeta Jeremías. Celebramos hoy su paso a las manos amorosas del Padre. Fue un 28 de agosto del año 430. A pesar de que hayan transcurrido tantos siglos su vida sigue siendo un paradigma en el que pueden reflejarse los hombres y mujeres del siglo XXI. Su alma, como dice el Salmo 62, “Estaba sedienta de Dios”. Se lamentó de no haberle conocido antes:
¡Tarde te amé, belleza siempre antigua
y tan nueva tarde te amé! el caso es que tú estabas dentro de mí y yo fuera.
Y fuera te andaba buscando y, feo como estaba
Me lanzaba sobre la belleza de tus criaturas.
Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo[...]
Me llamaste, gritaste, y rompiste mi sordera.
Brillaste y tu resplandor hizo desaparecer mi ceguera.
Exhalaste tus perfumes, respiré hondo y suspiro por ti.
Te he saboreado, y me muero de hambre y sed.
Me has tocado, y ardo en deseos de tu paz.
San Agustín, Confesiones, libro X, 27
En el comentario que escribió sobre el evangelio de hoy nos habla del gran enemigo que tenemos para seguir a Jesús, el amarnos a nosotros mismos, nuestro egoísmo…Sólo el que sea capaz de negarse a sí mismo y cargar con la cruz encontrará la vida:
“No hay nadie que no se ame a si mismo; pero hay que buscar el recto amor y evitar el perverso. Quien se ama a sí mismo abandonando a Dios, y quien abandona a Dios, por amarse a sí mismo, ni siquiera permanece en sí, sino que sale incluso de sí. Sale desterrado de su corazón, depreciando lo interior y amando lo exterior. Así, pues, dado que despreció a Dios para amarse a si mismo, amando exteriormente lo que no es él mismo, se despreció también a sí mismo. Ved y escuchad al Apóstol, que aduce un testimonio a favor de esta interpretación: En los últimos tiempos -dice- sobrevendrán tiempos peligrosos. ¿Cuáles son esos tiempos peligrosos? Habrá hombres amantes de sí mismos. Aquí está el principio del mal.¿Dónde estás tú que te amabas? Efectivamente, estás fuera. Dime, te suplico: «¿Eres tú acaso el dinero?».Por tanto, tú que abandonando a Dios, te amaste a ti mismo, amando el dinero, te abandonaste también a ti”.
Betania
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