ISAÍAS 50, 5-10
El Señor Dios me ha abierto el oído
y yo no me he rebelado ni me he echado atrás.
Ofrecí la espalda a los que me golpeaban,
la mejilla a los que mesaban mi barba.
No oculté el rostro a insultos y salivazos.
Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido.
El llamado "segundo Isaías" es una recopilación de escritos proféticos pertenecientes al siglo VI aC., escrito probablemente en Babilonia durante el ascenso de Ciro de Persia, que está conquistando el imperio Babilónico, entre los años 553 y 539 aC., conquistará Babilonia (539) y permitirá el regreso de los israelitas a Palestina. (538)
El autor de este libro es un gran teólogo y magnífico literato. Su obra, en líneas generales, se concibe como un segundo éxodo, y está destinada a levantar la moral del pueblo en el destierro y encender la esperanza en el retorno a la patria. Dentro de esta obra se incluyen cuatro cantos llamados "cantos del Siervo de Yahvé". ( 42:1-13. 49:1-13. 50:4-9. 52,13-53,12) Es un personaje misterioso. Su vocación es profética, pero también dramática, porque está destinado a sufrir, a ser rechazado y cargar sobre sí los pecados del pueblo. La Iglesia ha visto siempre en este personaje una figura de Jesús, y los evangelios lo interpretan así. Algunos autores piensan que la interpretación de esta figura forma parte de la enseñanza de Jesús sobre sí mismo.
La figura del Siervo supone una interpretación mesiánica fuera de lo común. La figura del mesías respondía generalmente al modelo davídico: el gran rey bendecido por Dios que restaurará la gloria de Israel y traerá toda clase de bendiciones al pueblo porque restaurará la Alianza. Pero el Mesías sufriente y rechazado no tiene nada que ver con el mesías davídico. Esta figura representa por tanto muy bien la crisis mesiánica de Jesús mismo, que encarna la figura del Siervo y contradice la esperanza del mesianismo davídico.
SANTIAGO 2, 14-18
¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe si no tiene obras? ¿Es que esa fe lo podrá salvar? Supongamos que un hermano o una hermana andan sin ropa y faltos del alimento diario, y que uno de vosotros les dice: "Dios os ampare, abrigaos y llenaos el estómago", y no les dais lo necesario para el cuerpo; ¿de qué sirve? Eso pasa con la fe; si no tiene obras, está muerta por dentro. Alguno dirá: "Tú tienes fe y yo tengo obras. Enséñame tu fe sin obras y yo, por las obras, te probaré mi fe".
Seguimos con la lectura continua de este documento, sin conexión temática con las otras dos lecturas (aunque, casualmente, hoy podemos relacionarnos de alguna manera). El texto completa la doctrina paulina sobre fe/obras. Pablo insistía en que "las obras de la Ley", es decir, la fidelidad a la ley mosaica, no eran fuente de justificación. La interpretación abusiva de esta idea es corregida aquí, afirmándose que la fe sin obras es simplemente mentira: la fe en Jesús, fuente de toda santidad, se manifiesta en las obras; las obras muestran que la fe es verdadera o que, por el contrario, es solo palabras.
José Enrique Galarreta
Fe Adulta
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