Saturday, September 08, 2012

Juan José Tamayo: "Llevamos meses esperando una declaración de los obispos sobre la crisis. Es un silencio escandaloso"



"Está creciendo cada vez más el movimiento de cristianos y cristianas sin Iglesia"


"En el principio no fue el dogma, sino el Evangelio"


(Jesús Bastante).- El teólogo Juan José Tamayo es secretario general de laAsociación Juan XXIII, que este jueves arranca su 32 Congreso de Teología. Además, acaba de presentar su último libro, "Invitación a la utopía" (Trotta).
¿"Invitación a la utopía" es el culmen de una trilogía?
Sí, ya son 20 años de trabajo en el tema. El primero fue el libro "Religión, razón y esperanza", que fue mi tesis doctoral en filosofía. Poco después trabajé el tema de laesperanza desde el punto de vista teológico, y ahora aparece, como has dicho, el final de la trilogía, que intenta dar un poco de luz en medio de la oscuridad presente.
¿Hay que ser utópicos todavía?
Yo creo que hay una confusión incluso en torno al término "utopía", y eso es lo que aclaro en el libro. Porque vas al diccionario y te dice que utopía es un "proyecto irrealizable", fuera de la realidad, algo que es imposible conseguir. Y no es eso. La utopía es algo que no tiene posibilidad de realización en un determinado momento histórico, dado que las condiciones sociales, políticas, culturales y religiosas lo impiden. Pero en realidad la utopía es el no-lugar al que hay que tender para conseguir que eso sea realidad.
¿Y dónde está ese no-lugar?
En muchos lugares. La ventaja que tienen hoy los proyectos utópicos es que no tienen una ubicación concreta, ni una orientación definida, sino plural. Las utopías están en los movimientos sociales, en el feminismo, en el ecologismo, en los proyectos alternativos de las comunidades indígenas, en los nuevos modelos de desarrollo y de producción... Y, en el terreno religioso, en las comunidades de base, en el diálogo interreligioso, en las propuestas éticas alternativas hacia otra sociedad posible. En el fondo, donde yo creo que mejor está hoy reflejada la utopía, es en el movimiento por otro mundo posible del Foro Social Mundial. Y ahí se añade "por otra religión posible", "por otro Dios posible", "por otra Iglesia posible"... por otra sociedad posible.
¿El movimiento de Jesús fue un movimiento utópico?
El movimiento de Jesús ciertamente no tiene nada que ver con la Iglesia actual, ni en su proyecto, ni en su organización, ni en su desarrollo. Un teólogo tan reconocido por el propio Benedicto XVI como es R. Schnackenburg dijo que en la intención de Jesús para nada estuvo fundar la Iglesia, sino poner en marcha un movimiento igualitario entre hombres y mujeres. Cualquier referente que tuviera delante, no le servía para poner en marcha otra cosa: ni la sinagoga, ni las leyes judías, ni el sacerdocio, ni, por supuesto, las instituciones romanas. Entonces, lo que él crea es un movimiento de hombres y mujeres que anuncian el Reino de Dios en la historia, porque lo de remitir el Reino a un futuro después de la muerte, es una creación muy posterior. La realización del Reino que propone Jesús es en este mundo. Aun cuando dice "Mi reino no es de este mundo", Juan Mateos dice que ésa no es una traducción correcta. Que quiso decir: "Mi reino no es el mundo éste", es decir, el mundo de la violencia y del poder.
¿Y qué hay de esa utopía en la Iglesia de hoy?
Depende de qué consideremos Iglesia, y depende de desde dónde se mire. Si miramos desde arriba, desde la cúpula, habría que decir lo que Dante a la puerta del infierno: "Dejad a la puerta toda esperanza". Pero, si miramos la Iglesia desde abajo, desde la base, podemos ver que hay una especie de capa de hielo de un grosor extraordinario. Ése es el problema. Pero yo creo que debajo del hielo hay agua. Esa agua va emergiendo poco a poco a la superficie, y eso permite el diseño de proyectos utópicos que se desarrollan en los diferentes colectivos. Lo estamos viendo en nuestras comunidades, en la teología, de manera global y de manera local. 
De la utopía de Jesús en la Iglesia yo creo que queda casi todo, porque no se ha realizado. Pero un inicio de realización sí creo que se está llevando a cabo en distintas experiencias y en grupos que trabajan por la solidaridad y por otro mundo posible.
¿No se está produciendo un distanciamiento de la Iglesia, o de la práctica sacramental, por parte de muchos que, aun considerándose creyentes, han perdido la ilusión de que el proyecto utópico de Jesús pueda ser realizable, al menos dentro de la institución?
Sí, es verdad. Está creciendo cada vez más el movimiento de cristianos y cristianas sin Iglesia. Yo creo que, tal y como está configurada desde hace 17 siglos, la Iglesia es el gran fracaso de Jesús. En el libro "El Evangelio y la Iglesia" el autor dice que Jesús anunció el Reino y lo que vino fue la Iglesia. Yo comento: "¡Qué fracaso!". Precisamente la Iglesia como fracaso del movimiento de Jesús es lo que (a parte del proceso de secularización) está generando ese alejamiento y ese distanciamiento. Por tanto, no sería verdad decir que vivimos en una sociedad descristianizada, o en una sociedad no religiosa.
¿Sería una sociedad "desclericalizada"?
Claro. Porque esta sociedad ya no sigue las pautas morales o doctrinales oficiales de la religión. ¿Por qué? Porque en el caso de la doctrina son cerradas, y en el caso de la moral son represivas. Pero yo creo que el núcleo fundamental, ético, de las tradiciones religiosas, sigue vivo y muy activo, y con unas extraordinarias posibilidades de enriquecer los nuevos climas culturales de la sociedad.
¿Qué pueden aportar entonces, la Iglesia o los valores del movimiento de Jesús, a la sociedad de hoy?
Lo primero que tiene que hacer yo creo que es ubicarse en la realidad. No irse por las ramas, no estar colgando de las nubes, no remitir el proyecto cristiano más allá de la historia y de la muerte, sino enraizarse con toda la complejidad, con luces y con sombras. Y para ello tiene que estar muy atenta a las ciencias sociales, a las ciencias naturales, los avances, los progresos, los análisis, los cambios. La posición correcta te lleva a considerar que la sociedad no es estática, sino dinámica, y que vivimos en un cambio de época que no suele ser asimilado por las religiones. Las religiones surgieron en otro paradigma, y siguen situadas, la mayoría de las veces, en ese mismo paradigma de origen. Pero claro, si no se reubican y se contextualizan, su mensaje será puramente arqueológico: objeto de estudio para los especialistas, pero nada más. Creo que ése es el punto de partida.
Este jueves arranca el XXXII Congreso de Teología de teólogos y teólogas de la Fundación Juan XXIII, que este año aborda "Cristianismo, mercado y movimientos sociales". Todo esto, enmarcado en una sociedad en cambio, y en medio de una crisis virulenta.
Sí. Ya llevamos 4 o 5 congresos, desde que dura la crisis, dedicándolos a la reflexión sobre la realidad que estamos viviendo. Efectivamente, no podemos pasar de largo. No podemos guardar silencio ante la crisis que estamos padeciendo de manera tan acusada, especialmente en España. El silencio sobre la crisis sería cómplice. Si no hablamos nosotros, hablarían las piedras. Por eso consideramos que hay un silencio clamoroso -vaga la aparente contradicción- en determinados sectores de la Iglesia, y nosotros no queremos ser parte de ese silencio, porque consideramos que debemos pensar y repensar y buscar alternativas a la crisis. Siempre modestamente, claro, porque no tenemos la solución.
Se da el caso paradójico, como decías tú y como hemos denunciado desde Religión Digital, que mientras hay creyentes trabajando por salir de la crisis y utilizando su fe para ello, hay también un abrumador silencio por parte de la jerarquía, que acaba de aprobar un Plan Pastoral con 21 acciones, en el que lo más parecido a una acción concreta respecto a la crisis es continuar analizando la situación. ¿A qué se debe esto?
La palabra que mejor refleja esta actitud es la insensibilidad. No se siente, no se vive, no se experimenta, porque el fenómeno de la crisis no se padece en ninguna parte de la Iglesia institucional. Al no sufrir la crisis, su sensibilidad es mínima.
Yo creo que en este momento la Conferencia Episcopal Española está instalada cómodamente en una situación de privilegio que le impide descubrir la realidad dramática que está viviendo la sociedad española. Es decir, la cúpula eclesiástica conserva íntegros e intactos todos sus beneficios y privilegios del pasado, desde la época del franquismo. Y así como tardó tanto en denunciar el franquismo, y lo hizo ya en la época final, porque estaba cómoda con el sistema y recibía todo tipo de beneficios de la dictadura, ahora está sucediendo exactamente lo mismo. Todos los gobiernos, de derecha, de izquierda y de centro, han seguido privilegiando a la Iglesia Católica, descuidando la atención a otros sectores empobrecidos, y, por supuesto, negando la igualdad de trato a las demás religiones. Ahí está la raíz: su situación de privilegio, y su ubicación en el templo, en el culto, en el dogma y en la moral tradicional.
Mientras la Iglesia no salga de ese encierro, no se libere de toda esa situación anacrónica, no puede abrir los ojos, porque los tiene mirando sólo hacia el interior.
¿Se puede seguir construyendo Iglesia aun con el silencio de nuestros pastores, o vamos a tener que dejar de contar con ellos?
Yo pienso que no se trata ni de contar con ellos ni de prescindir de ellos, sino que nosotros, los que nos movemos en comunidades de base, en Teología de la Liberación o teología intercultural e interreligiosa, vamos haciendo nuestro camino. Y lo vamos haciendo desde la fidelidad a las fuentes. Porque, ¿cómo se puede explicar que con tantas críticas radicales que hace el Evangelio a la propiedad privada, a los que detentan poder económico o político; las críticas de los padres de la Iglesia a la propia Iglesia aliada con el sistema, las denuncias de Juan Crisóstomo, de San Jerónimo...? ¿Cómo se explica que habiendo esas bases y esos fundamentos, y habiendo referencias directas con nombres y apellidos a los culpables de la crisis, no se diga una sola palabra? No hay justificación. Porque si los textos originarios legitimaran el sistema, todavía podría decirse hoy. Pero es que es al revés: eran todos textos críticos contra un poder que estaba extorsionando al pueblo.
En el principio no fue el dogma, sino el Evangelio. El principio no fue la Iglesia, sino el movimiento de Jesús. Pero hoy, cuando se habla de Reino de Dios "en vida", se habla de una vida antes del nacimiento y después de la muerte. Los obispos no hablan de la vida, escriben documentos sobre el origen de la vida, el aborto, la eutanasia... Es decir, que hablan de la vida antes del nacimiento y después de la muerte. Ése es el problema.
Un ejemplo claro es un reciente documento que han escrito sobre la "ideología de género" (porque la llaman así en vez de teoría de género, para de esa manera ya descalificarla desde el propio título). Además lo utilizan en el sentido marxista, como una concepción que distorsiona la realidad. Seguro que en ese documento, lo mismo que en otros muchos, defienden la vida del no nacido, la vida en el momento de la concepción, critican la eutanasia de cualquier tipo... Y mientras, llevamos meses y meses esperando una declaración sobre la crisis que no aparece. Es un silencio escandaloso, y esto realmente deslegitima a la Iglesia institucional como colectivo que puede aportar algo a la sociedad. Cada vez interesa menos como interlocutor, como dialogante, porque no solamente no habla, sino que cuando hablan determinados otros colectivos que están, de una forma u otra, vinculados a ella, les condenan o les prohíben. Hay censura en la Iglesia, concretamente en tres cuestiones: dogmáticas, morales y sociales. Ahí es donde se aprecia claramente no sólo la falta de libertad de expresión, sino la falta de sintonía de la jerarquía eclesiástica con los nuevos climas culturales y sociales.
El recientemente fallecido cardenal Martini denunciaba todo esto, llegando a decir que él consideraba la Iglesia atrasada 200 años. Dentro de la jerarquía, ¿se nos ha ido uno de los últimos profetas de la Iglesia utópica?
Martini era otra cosa, ciertamente. Fue rector de la gregoriana, nombrado cardenal por Juan Pablo II, y evidentemente un hombre con esa trayectoria no puede estar en la Teología de la Liberación o en el movimiento Otra Iglesia es Posible. Cada uno tiene su propio contexto, y el suyo era la Iglesia institución. Pero yo creo que, aun así, era una de las voces más respetadas y más abiertas, por su talante dialogante (y no condenatorio) con los no creyentes o con los creyentes críticos. Y también por su especial apertura a los problemas sociales. En esas diócesis mastodónticas, él era una voz que era escuchada. Porque se alejó del Vaticano y se acercó más a Jesús de Nazaret. El viaje físico que hizo desde Milán hasta Jerusalén tiene también un componente simbólico: se alejó del Vaticano en un determinado momento en que renunció a sus mil responsabilidades y prefirió ir al origen del cristianismo para conectar con el movimiento de Jesús. La mejor síntesis es ésa: lejos del Vaticano, cerca del movimiento de Jesús de Nazaret. Ése es el testimonio que nos permite pensar que otra iglesia es posible. Pero no desde el escudo del Vaticano, sino desde las bases.
Dicen de Martini que es el hombre que no quiso ser Papa.
Yo interpreté ese gesto, en el cónclave de 2005 después de la muerte de Juan Pablo II, de la siguiente manera: había dos cardenales papables, Benedicto XVI y Martini, y Ratzinger tenía más posibilidades según la lógica de la composición del colegio cardenalicio. Creo que Martini no quiso aceptar porque sabía que sería tal la presión que recibiría de la Curia, de los sectores más conservadores, que no podría llevar adelante una mínima reforma. Mientras que Benedicto XVI iba con las intenciones de culminar la contrarreforma que había llevado a cabo Juan Pablo II. Era la forma de llevar a cabo el guión que él mismo escribió durante el pontificado anterior. 
Por eso yo pienso que el hecho de retirar cualquier apoyo, echar balones fuera, o esa especie de renuncia que hizo Martini en declaraciones posteriores a toda responsabilidad que podría haber tenido, y del rechazo de los premios y los honores o reconocimientos por parte de la Curia; se debió a un cierto escepticismo de que se pudieran cambiar las cosas.

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RD 

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