“El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. (…)
Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.
La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde”.
Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.
La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde”.
Contemplación
Gracias, Señor, por el regalo de la fe en tu resurrección, por saberte vivo y cercano a nuestra historia.
Gracias, Señor, por tu promesa de venir a nuestro lado como Compañero de camino, según se lo dejaste experimentar a los dos discípulos de Emaús, en la figura de uno de tantos.
Gracias, Señor, por la promesa de hacerte presente cuando dos o más nos reuniéramos en tu nombre, y por elevar el amor fraterno a sacramento de tu presencia.
Gracias, Señor, porque nos prometes el envío del Espíritu Santo como Defensor en nuestra debilidad, como Maestro que nos recordará tus palabras, y como apuntador íntimo.
Pero sobre todo, gracias por revelarnos que moras en nosotros y por hacernos tabernáculos de tu presencia, espacios habitados de tu divinidad, junto a la presencia de tu Padre.
Gracias porque no nos conviertes en estancias pasivas sino que por tu presencia interior nos transformas lentamente y nos dejas gustar el amor más grande y consolador, que nadie nos puede quitar, el que Tú y tu Padre nos tenéis.
Sin duda que, si damos crédito a tu Palabra, superaremos toda tentación de desánimo, de miedo y de temor, porque ya nunca estaremos solos, ni dejados de tu mano, sino que nos sentiremos acompañados por tus múltiples presencias.
Ya es mucho saber que Tú nos has llamado amigos, y nos desborda que nos asegures que tu Padre también nos ama. Y, por si fuera poco, estás dispuesto a derramar sobre nosotros todo el Amor divino, tu Espíritu Santo.
Ante tanta declaración de amor, el temor no me viene porque quede indefenso, sino por la inconsciencia que me acompaña en tantos momentos, pues si de verdad diera fe a tu Palabra, no perecería por nostalgia de relación amiga, ni por miedo a la soledad.
Ciudad Redonda
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