¿Qué tienen en común Monseñor Romero y Ariel Castro -el hombre que ha tenido a tres chicas secuestradas durante diez años-? Parece que poco o nada.
A todos nos ha horrorizado el infierno que Amanda, Michelle y Gina han padecido todo este tiempo en Cleveland. Ariel Castro las secuestró, las tuvo encerradas en su sótano y abusó de ellas continuamente. ¿Cómo se puede estar tan ciego al dolor ajeno? ¿Cómo se puede llegar a anular a personas hasta extremos tan inhumanos? ¿Qué puede llevar a utilizar a otro ser humano sin miramientos? Y es que en ocasiones nos encontramos con lo más cruel y terrible de la condición humana, y por desgracia nos vienen numerosos ejemplos a la mente de la vileza más hiriente.
Hace unos días se anunciaba que el Vaticano ha desbloqueado el proceso de canonización de Monseñor Romero, el obispo de San Salvador que murió asesinado hace treinta y tres años por denunciar la violencia que el ejército infringía a los campesinos. Romero sabía que su vida estaba en peligro, sabía que los militares querían quitarlo de enmedio, que se estaba metiendo en problemas. Pero esto no lo detuvo porque el amor por su pueblo, especialmente por los más débiles, era lo que le movía, y estuvo dispuesto a dar su vida por ellos. Romero nos recuerda lo mejor del ser humano, su ejemplo de entrega nos anima a ser mejores personas.
Óscar Romero y Ariel Castro tenían en común la libertad. Ellos decidieron qué hacer con sus vidas. Y mientras uno provocó dolor, muerte y angustia, el otro sembró amor, justicia y esperanza.
Aliosha
pastoralsj
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