El ex obispo arremete contra los "vientos nuevos" liderados por el Papa Francisco
El prelado mantiene su rango episcopal, pero sólo puede celebrar misas en privado
El ex obispo de Ciudad del Este, Rogelio Livieres, advirtió ayer que la Iglesia Católica se encamina hacia "un gran cisma" debido a los "vientos nuevos" que según dijo se pretenden aplicar y acusó de ello a sectores jesuitas.
"Dentro de la iglesia, y últimamente desde algunas de sus más altas esferas, 'soplan vientos nuevos' que no son del Espíritu Santo", expresa en una carta escrita en su web personal. "La situación es gravísima y no soy yo el primero en advertir que desgraciadamente estamos frente alpeligro de un gran cisma", agregó.
Según Livieres, el propio cardenal prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (cardenal Gerhard Muller), ha criticado la "pretensión utópica" de realizar cambios de fondo sin afectar por ello la doctrina católica sobre la familia.
En este contexto, menciona "con tristeza" al cardenal Walter Kasper, quien en febrero pasado abogó para que se permita dar la comunión a los divorciados, lo que a su criterio crea un desconcierto.
Enfatizó la referencia al sostener que "el cardenal Kasper y la revista jesuita Civiltá Cattolica son activos propulsores que lideran esta confusión".
Livieres expresó su preocupación en que con este nuevo rumbo "lo que antes estaba prohibido como una grave desobediencia contra la ley de Dios, ahora podría quedar bendecido en nombre de su misericordia".
Pidió oraciones por el Papa Francisco (también jesuita), los cardenales y los obispos e instó incluso a estar dispuestos a derramar la sangre "en la defensa de la promoción de la familia contra las tormentas del engaño y la idolatría de la libertad sexual del hombre frente a Dios".
Tras su destitución, Livieres todavía conserva su investidura de obispo, pero según la determinación papal, solo puede celebrar oficios religiosos en forma privada.
Livieres cobró notoriedad cuando defendió con firmeza a sacerdotes extranjeros que prestaban servicios en su diócesis pero que tenían acusaciones de abusos contra menores, entre ellos el argentino Carlos Urrutigoity.
Cuando el caso salió a luz, el ex arzobispo de Asunción, monseñor Pastor Cuquejo,quien renunció por razones de edad, pidió la revisión del caso del citado sacerdote, lo que motivó una airada reacción de Livieres quien acusó de homosexual a sucolega.
Livieres también fue acusado de desviar fondos públicos donados a su diócesis, y de ordenar sacerdotes con pocos años de estudio.
El Vaticano envió a fines de julio una misión de investigación compuesta por dos altos prelados, sobre cuyo informe, el 25 de septiembre se conoció la decisión del Papa Francisco de destituir de su diócesis al cuestionado obispo.
En un comentario que apareció hoy en su blog personal de internet, el obispo cuestionó algunas nuevas orientaciones que según dijo se pretenden seguir dentro de la iglesia, especialmente en relación a la familia.
Ésta es la carta de Livieres:
Esperanza frente al peligro de cisma
En la Misa de Apertura del Sínodo Extraordinario sobre la Familia el Papa Francisco llamó a los Obispos a colaborar con el plan de Dios y formar así un pueblo santo. Ofrezco estas reflexiones con el deseo de servir al Papa de la mejor manera que puedo.
La Iglesia, fundada sobre la roca de Pedro, espera del Sínodo la promoción de la familia cristiana. Pero lo que la Biblia llama «el mundo» tiene una expectativa muy distinta: los medios de prensa vociferan cada día para que la Iglesia «se ponga al día». Un eufemismo para exigir que bendiga, y no condene, los desvíos morales cada día más frecuentes -entre otras razones, por la promoción sistemática desde la prensa y la industria del entretenimiento.
La Iglesia sin embargo no fue establecida para sancionar lo que el mundo pretende, sino para enseñarnos lo que Dios quiere de nosotros y acompañarnos en el camino de la santidad. Porque es en la voluntad de Dios, que todo lo sabe y no puede engañarse ni engañarnos, donde nosotros encontramos la verdadera paz y felicidad. Ni la doctrina de la fe ni la práctica pastoral -consecuencia de esa doctrina- son el resultado de consensos de curas, aunque sean cardenales u obispos.
Ya desde los primeros tiempos del cristianismo los Apóstoles y sus sucesores fueron presionados por poderosas élites religiosas y políticas para que tergiversaran la verdad y la misión evangélica que habían recibido de Cristo. Pero en vez de inclinarse ante otros dioses nos dejaron un testimonio de fidelidad incondicional a la verdad derramando su sangre. Porque «hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hechos 5:29). Estos días me consuela pensar en el ejemplo de san Atanasio. Fue expulsado de su Diócesis no una sino cinco veces, debido a las maquinaciones de sus hermanos obispos arrianos con los que no estaba «en comunión», precisamente porque quería promover «la fe católica y apostólica», como dice la Plegaria Eucarística I, o Canon Romano.
Bendecir y aceptar «lo que todo el mundo quiere» no es ni misericordia ni amor pastoral. Más bien, es pereza y comodidad, porque estaríamos renunciando a evangelizar y educar. Y respetos humanos, porque nos importaría más el qué dirán que increpar proféticamente en la obediencia a Dios. Ya san Benito resumía, en otra época también signada por mucha confusión, el principio de vida eterna de la obediencia: «mi palabra se dirige ahora a ti, quienquiera que seas, para que renuncies a tus propias voluntades y tomes las preclaras y fortísimas armas de la obediencia...», «...así volverás por el trabajo de la obediencia a Aquel de quien te habías alejado por la desidia de la desobediencia» (Regla, Prólogo).
Pero los que realmente conocen de estas materias han reducido a polvo estos sofismas. No olvidemos lo que nos aseguró el Señor: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mateo 24:35).Dentro de la Iglesia, y últimamente desde algunas de sus más altas esferas, «soplan vientos nuevos» que no son del Espíritu Santo. El mismísimo cardenal prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, entre otros, ha criticado la pretensión utópica de hacer cambios de fondo en la práctica pastoral sin por ello afectar la doctrina católica sobre la familia. Sin juzgar sus intenciones, que presumo las mejores, y con la tristeza de tener que mencionarlos por nombre, ya que son de público conocimiento, el cardenal Kasper y la revista jesuita Civiltà Cattolica son activos propulsores que lideran esta confusión. Lo que antes estaba prohibido como una grave desobediencia contra la ley de Dios ahora podría quedar bendecido en nombre de su misericordia. Justifican lo injustificable por medio de sutiles interpretaciones de textos y hechos históricos.
Aprovechemos la extraordinaria oportunidad que nos ofrece el Sínodo para reafirmar de modo positivo lo que la Iglesia siempre y en todas partes ha creído sobre la familia y ha puesto en práctica en su disciplina. Esto nos exige, al mismo tiempo, defender la verdad frente a los que están dividiendo y confundiendo al Pueblo de Dios. La situación es gravísima y no soy yo el primero en advertir que desgraciadamente estamos frente al peligro de un gran cisma. Exactamente lo que el Señor y su Santísima Madre nos han prevenido en apariciones reconocidas y aprobadas por la autoridad de la Iglesia.
Frente a los que están queriendo «dibujar» consensos y manipular estadísticas, como si el Pueblo de Dios estuviera pidiendo lo que en realidad se le quiere gravar por la fuerza de una autoridad abusiva, recordemos que la Iglesia no vive ni se define a partir de las opiniones de los hombres y el cambio de los tiempos sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. La historia de cómo se terminó imponiendo a todo un pueblo católico el cisma de la Iglesia de Inglaterra, junto con el testimonio martirial de san Juan Fischer y santo Tomás Moro, son una lección que hoy vale mucho profundizar.Roguemos por el Papa, por los Cardenales y los Obispos, para que todos estemos dispuestos incluso a derramar la sangre en la defensa y promoción de la familia contra las tormentas del engaño y la idolatría de la libertad sexual del hombre frente a Dios. No nos dejemos engañar ni apartar de la fe y de la práctica moral que Jesucristo nos enseñó. Sabemos que el mundo odió a nuestro Señor. El servidor no puede ser más que su amo. El mundo nos perseguirá, incluso invocando falsamente el nombre de Dios. Y a los eclesiásticos que hablen como el mundo quiere, los aplaudirá y los amará, «porque son de los suyos», no de Dios.
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