El pasado domingo, la actriz Claudia Cardinale -nacida en Túnez, de padres sicilianos y que siempre se consideró italiana- celebró en Nápoles su 80 aniversario, sin haberse "hecho nunca una [cirugía] plástica”, comentó con humor. La actriz que se disputaban directores de cine como Federico Fellini o Luciano Visconte, participó en 150 filmes, algunos inmortales como Il Gatopardo,Il giorno de la civetta y Otto e mezzo y fue portada de 900 revistas de 25 países. En su biografía hay una anécdota relacionada con el Vaticano de la que fui testigo como periodista.
Era papa Pablo VI, un pontífice intelectual y amante del arte que había hecho colocar por primera vez obras de pintura moderna en los salones del Vaticano. Era también un teólogo progresista que llegó a ser investigado, siendo ya cardenal de Milán, por la Congregación de la Fe, la misma que condenó al silencio al teólogo brasileño de la liberación Leonardo Boff.
El papa Montini, que era un esteta, quiso encontrarse con un grupo de actrices italianas y las convocó una tarde a la Basílica de San Pedro. Era el 6 de mayo de 1967. En el grupo estaba Claudia Cardinale, con 31 años, en el auge de su belleza y de su fama como actriz. Era el año en que bullía en Francia la revolución sexual de los jóvenes que pedían “hacer el amor y no la guerra”, mientras en Italia, se respiraban aún aires conservadores influenciados, en buena parte, por el Vaticano. Hasta la minifalda escandalizaba entonces.
Aquella tarde del encuentro con el Papa, Claudia Cardinale, que era ya una inconformista, osó acudir a la cita papal, en la basílica de San Pedro, vestida de negro pero no de largo, con una falda corta, lo que escandalizó a algunos monseñores. Pablo VI recibió a las actrices que pasaron una a una a besar su anillo papal. Al acercarse Claudia Cardinale, Montini quiso detenerse para conversar con ella. Lo hizo en voz baja. Hablaron unos minutos que, en aquel momento y en el silencio de la basílica nos parecieron una eternidad. Al acabar, la actriz, en vez de quedarse con el grupo salió disparada de la Basílica mientras se enjugaba las lágrimas con el dorso de las manos.
Los periodistas que nos dimos cuenta salimos detrás de ella para intentar saber la causa de su emoción. ¿Le habría recriminado el Papa su minifalda? No quiso hablar y se fue derecha a su coche. Supimos más tarde el motivo de sus lágrimas. Claudia Cardinale había sufrido a los 17 años un estupro. Pensó en abortar y después prefirió tener a su hijo, “mi Patric”, como ella lo llamaba. Al acercarse al Papa, la actriz no pudo imaginar que pudiera conocer su historia. Pablo VI se la recordó y la animó a cuidar con amor redoblado de aquel hijo que entonces era ya un muchacho de 17 años.
No supimos con qué palabras ni qué más pudo decirle a la actriz el Papa que la emocionó tanto. Quizás para entenderlo sería necesario conocer la índole particular del papa Montini, al que el papa Juan XXIII señaló a la hora de morir como su preferido para sucederle. Temía que pudiera ser elegido para continuar con el Concilio Vaticano II, que él mismo había convocado como la gran revolución de la Iglesia, a algún conservador que lo hiciera abortar.
Al contrario que el papa Juan Pablo II, que fue un pontífice de masas, el papa Montini, que arrancó lágrimas a Claudia Cardinale, era un hombre de detalles, íntimo. Más que las multitudes le interesaba la vida concreta de las personas. Fue así, que antes de recibir a las actrices, quiso conocer detalles de sus vidas y debieron contarle la historia de Claudia Cardinale, víctima de un estupro cuando era una adolescente y que prefirió tener el hijo. Durante dos años la familia de la actriz la obligó a decir que su hijo era su hermano menor.
Aquel amor por lo personal de Pablo VI, lo pudimos constatar los periodistas que viajábamos con él en sus giras internacionales. En el avión, generalmente de noche, se acercaba a cada uno de nosotros y nos hablaba en voz baja. Una vez a un periodista italiano lo sorprendió con estas palabras: “Sé que usted es agnóstico, pero lo que importa en la vida es ser una buena persona”. En un viaje a África, al llegar a mi asiento me susurró al oído: “Quiero agradecerle que haya querido venir a este viaje pues sé que su madre está muy enferma”. Era verdad y no supe nunca como se había enterado. “Dígale a su madre que el Papa la bendice”. Y colocó en mis manos como recuerdo del viaje una corbata roja.
No sé si Claudia Cardinale se acuerda de aquel encuentro suyo de hace medio siglo con el papa Montini y lo que pudo suponer en su vida. Lo cierto es que hoy a sus 80 años, insiste en que ella quiso ser siempre una defensora de los derechos de la mujer. Desde 1999 es embajadora de honor en la ONU, para defender, dice, “a las mujeres que no tienen voz”.
De su cine que alimentó a millones de hombres y mujeres cuenta que recuerda sobre todo “el que hacía soñar”, y añade: “ahora se usan demasiados efectos especiales. Me gustaría que el cine potenciara más los efectos del alma”. Quizás no le falte razón.
El País
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